Remar hacia el amanecer.

(Esta es la segunda parte del cuento Breve Visita al Foso)

Rema, rema, rema sin parar

Al otro lado del charco a atracar

Recibe los latigazos como un paria

Ahorra tu ira para la represalia

Cantaban los Grotors sentados a lo largo del barco, remando enérgicamente, indiferentes de los latigazos que recibían. El canto parecía protegerlos del cuero que chasqueaba sobre sus espaldas. Los grilletes afirmaban sus tobillos a sus posiciones en las bancas y el sol quemaba las pieles anaranjadas o cafés. Cada uno afirmaba una barra horizontal con sus dos brazos superiores, mientras tomaba los remos con los dos inferiores y tiraba con fuerza hacia atrás. A diferencia de la tripulación del barco, tenían sólo dos ojos en sus rostros. 

Sobre la cubierta también había Grotors sin grilletes. Se movían libremente mientras repartían dolor con sus látigos en todas direcciones. Sus tres ojos les permitían apuntar con precisión a sus víctimas. Al menos eso creían. En realidad, el ojo en medio de su frente sólo permitía percibir variaciones de luz, y no afectaba en la percepción de profundidad. Más bien era un vestigio de la evolución que probablemente había dejado de ser útil hace miles de años para la especie Grotor. De todas formas, permitía que la tripulación se sintiera superior a los de dos ojos y los viesen como mercancía. 

Los esclavos seguían remando y cantando en Rizim, su idioma nativo. Lo que decían no podía ser entendido por los captores, y en un inicio estaba prohibido. Sin embargo, el capitán, Rishmet, permitió que cantaran en Rizim, ya que así remaban más rápido. Los latigazos no fueron suprimidos. Eran necesarios para mantener a los esclavos en su lugar. 

Somos los últimos de la raza

Aceptamos que nos den caza

Remamos hacia la tierra de los maestros

A romper las cadenas, a matarlos en sus casas

¡ESCLAVOS NUNCA MÁS!

El canto siguió por varios minutos hasta que los capataces decidieron que no querían escuchar más y los hicieron callar, usando una dosis mayor de latigazos. El barco disminuyó su velocidad, pero el capitán no lo notó en su recámara donde dormía tranquilamente. 

A medida que el verde del cielo se convertía en rojo, y luego en un café cada vez más oscuro, para finalmente dar paso al negro del universo, la estrella se escondía en el horizonte y dejaba a la tripulación del barco a merced del frío aire de altamar. Los capataces también comenzaron a esconderse en sus camarotes, dejando a uno solo cuidando de los esclavos. Cuatro aburridas horas le quedaban de estar sentado dormitando, despertando de vez en cuando para gritar improperios a los esclavos que debían seguir remando. Sólo una fila de treinta esclavos debía remar durante la noche. El resto tenían permiso para dormir en sus mismos asientos. No debían ponerse de pie hasta llegar a la costa, lo que provocaba dolores, enfermedades y muerte. Los muertos eran lanzados por la borda o incluso usados como alimento para otros esclavos, sin que ellos lo supieran. 

Rishmet se levantó de su siesta para tomar el timón durante la noche. Envió al timonel a dormir y asumió la posición. Desde el timón, ubicado cerca de la popa sobre una plataforma, podía ver el horizonte, las estrellas y al mismo tiempo toda la cubierta. Los cuerpos de los esclavos enrollados sobre sí mismos, durmiendo a pesar del frío, mientras se acercaban a su triste destino, creaban una imagen al mismo tiempo estéticamente hermosa y terrible en su significado. Rishmet había tomado este trabajo sólo porque pagaba muy bien, y porque él era muy bueno guiando embarcaciones y adivinando su ubicación mirando a las estrellas. Durante su vida había llevado todo tipo de mercancías ilegales, y nunca hacía preguntas. Pero esta vez, cuando hacía su primer trabajo legal, aprobado por la corporación nacional, su mercancía le hacía dudar de su propio carácter. Pero este sería su último trabajo. Con su paga más el dinero que había ahorrado podría retirarse a vivir en una cabaña en medio de la selva por el resto de su vida. Sólo tendría que llegar con al menos la mitad de los esclavos vivos. Les quedaba menos de un día de camino y sólo un cuarto de ellos había muerto, así que estaban haciendo un buen trabajo. 

De pronto se dio cuenta que todos dormían, incluso el capataz y la fila de esclavos que debían estar remando. Desde el timón gritó fuerte para despertar al capataz y exigirle mayor velocidad. El capataz despertó asustado y rápidamente repartió latigazos para que comenzaran a remar. Rishmet se preguntó si habría otra manera de obtener velocidad sin usar látigos. La tracción Grotora era muy buena para esas aguas, pero los latigazos y la esclavitud en general le parecían una estupidez. Tal vez, cuando se descubrieran nuevos usos para el Unbinilio, sería más fácil liberar a los esclavos, incluso permitirles que fuesen dueños de sus propios barcos. Sacudió el pensamiento de su cabeza, recordándose a sí mismo que él era un simple trabajador de la corporación, y no era su labor pensar en mejores maneras para manejar el mundo. Siguió estudiando las estrellas, manteniendo el curso hacia el este. En un par de horas, justo cuando la estrella mayor hiciera invisible a la Constelación del Este, deberían poder ver la costa desde el horizonte. 

Pero Rishmet no llegaría a la costa sobre su embarcación. Había un hombre con otros planes. Pretendía estar dormido en la fila contigua a los esclavos que remaban. Loah era su nombre, y era él quien inventaba las canciones que levantaban la moral de los esclavos. Rishmet sentía respeto por él, mas que por los otros esclavos e incluso algunos de los capataces. Loah era fuerte, decidido y al mismo tiempo reflexivo. Había demostrado mucha inteligencia al proponer soluciones a algunos problemas que habían tenido en el camino y había sorprendido a la tripulación al utilizar muy bien la lengua corporativa, que pocos esclavos dominaban. Loah también respetaba a Rishmet. Lo veía como un ser menos miserable que la mayoría de los Grotors de tres ojos. Había algo de compasión en su mirada que dejaba entrever que también estaba obligado a hacer lo que hacía con los esclavos. Sin embargo, Loah no dudaría en eliminarlo si se interponía en sus planes. 

Mientras la atención del capitán volvía a perderse entre el horizonte y sus contradicciones internas y el capataz volvía a cabecear, Loah comenzó a llamar la atención de los esclavos que remaban. Hacía chasquidos con su boca que se confundían con el ruido del agua, pero podían ser reconocidos por quienes estaban despiertos y atentos a la señal. Los remadores intercambiaron miradas con Loah, sentado justo detrás de ellos, y acordaron que estaban listos para comenzar. 

Loah mordió la primera capa de la piel de uno de sus antebrazos, luego la segunda capa y después la tercera. Siguió mordiendo en silencio hasta que, entre la sangre y la saliva, pudo extraer un alambre. Con este, abrió los grilletes de sus cuatro brazos, quedando solamente las piernas para ser liberadas. Los grilletes de las piernas eran más firmes, sujetados con un remache que sólo podía separarse con el fuerte golpe de un martillo. El único martillo que podría usar estaba en el cinturón del capataz durmiente. 

Nefomer, el esclavo que remaba frente a Loah, comenzó su actuación. Primero tosió fuertemente hasta que el capataz despertó de su sopor. Durante los tres días anteriores había estado fingiendo tos, y ese mismo día había estado mordiendo y tragando astillas  del remo de madera que había estado afirmando por casi un mes. También había estado tomando parte de las raciones de agua de sus compañeros, todo para que su espectáculo fuese más dramático. Una vez que obtuvo la atención del capataz, empujó su propia lengua hasta el fondo de su garganta, provocando un vómito explosivo que cubrió a algunos compañeros de remo, parte de la cubierta y la ropa del capataz. Las astillas que había tragado hicieron heridas en su esófago y estómago, causando un sangrado que tiñó el vómito, que era casi solamente agua. 

El capataz terminó de despertar ante la visión de una explosión tan profusa de vómito color sangre. Rápidamente se puso de pie, intentando sacudirse la inmundicia, mientras reprendía al esclavo, obligándolo a volver a su labor. Sin embargo, toda la fila de treinta esclavos dejó de remar. Todos gritaban con terror. Los gritos incluían palabras que el capataz no era capaz de entender, pero una resaltaba sobre las demás: Tenamir. 

—¡Tenamir! ¡Tenamir! —gritaban los remadores, mientras intentaban alejarse lo más posible de Nefomer, dañando sus muñecas y tobillos con los grilletes que los sujetaban en sus posiciones. 

El capataz, intentando ignorar el asco y la confusión, dio varios latigazos a los esclavos, con más fuerza que de costumbre. Pero estos no volvían a remar. El genuino horror que demostraban parecía más fuerte que el dolor. No paraban de repetir esa extraña palabra, mientras tiraban de las cadenas para alejarse del hombre que vomitaba. Luego vino otra explosión vomitiva, que bañó al capataz nuevamente. En las otras filas de esclavos, despertaban uno a uno, y al enterarse de lo que ocurría, volvían a gritar la palabra. Algunos le gritaban al capataz y gesticulaban a pesar de las cadenas, pero el capataz no podía entender. Estaban muy aterrados como para usar las pocas palabras que conocían de la lengua corporativa. La confusión y el miedo paralizaron al capataz hasta que la voz de Loah lo despabiló. 

—¡Capataz! —comenzó con voz autoritaria y certera— Tienes que deshacerte de ese esclavo lo antes posible. Tíralo por la borda. Ya no les sirve para nada, y ahora es una amenaza para todos. 

El capataz miró a Loah con desconfianza. 

—Ese hombre está enfermo —continuó Loah—. Posiblemente sufre de Tenamir. Si eso es cierto, estará muerto al amanecer. Y si lo dejas donde está, seguirá esparciendo la enfermedad. Si no quieres que toda tu mercancía y tu tripulación esté muerta, tienes que deshacerte de él y limpiar todo este lugar. También te ayudaría quemar esa ropa que vistes, y darte un baño muy largo. 

—Silencio esclavo —. Fue la única respuesta que el capataz pudo concebir, seguido de un latigazo. Cuando iba por el segundo golpe, una voz más autoritaria lo detuvo. 

—Ya escuchaste al hombre —era el capitán, acercándose para resolver la situación lo más rápido posible—. Entiendo que desconfíes del conocimiento de alguien que sólo tiene dos ojos en su rostro, pero no tenemos tiempo para dudar. Si lo que dice es cierto, lo mejor que podemos hacer es deshacernos de lo que pueda contagiarnos. Lo último que queremos es que una epidemia se desate en el barco, obligándonos a quemar toda la embarcación con nosotros en ella. 

El capataz guardaba un creciente resentimiento con el capitán, especialmente por su suavidad con los esclavos y por llamarles hombres. El buen juicio del capitán era contrarrestado por su excesiva compasión. En esta situación, cualquiera de tres ojos habría ignorado las instrucciones de un esclavo de dos ojos. El tercer ojo era lo que les hacía superiores y capaces de entender el mundo de mejor manera, les permitía ver cosas más allá de lo evidente, les había permitido encontrar nuevos usos para el Unbinilio y llevar a todo el mundo a un progreso nunca antes concebido. Y sin embargo, ahí estaba el capitán y dueño del barco, obligándolo a seguir las órdenes de un esclavo, incluso utilizando la sutil amenaza de llegar al extremo de matarlos a todos. El capataz sabía que Rishmet podía estar hablando en serio. Otras veces ya había demostrado tener un compás moral distinto, donde el bien común era más importante que los deseos personales, incluso el deseo de vivir. 

Ante la inacción del capataz, Rishmet extrajo de su bolsillo una llave y un martillo. Rápidamente liberó las extremidades de Nefomer y le ayudó a ponerse de pie. Luego lo apoyó sobre el capataz. Nefomer se veía demasiado débil como para poner resistencia. 

—Llévalo a la borda y lánzalo al agua rápido. —ordenó

Mientras el capataz arrastraba al hombre moribundo, éste vomitó por última vez. Rishmet se detuvo un momento antes de irse. 

—Y asegúrate de limpiarte bien después si no quieres ser el próximo en caer. —terminó.

El capitán se marchó rápidamente hacia los camarotes para despertar a los otros capataces y ordenarles a que limpiaran toda la cubierta. En ese momento, los esclavos quedaron solos por primera vez en todo el viaje. Unos pocos dejaron de gritar, ya que conocían el plan y sabían que no se contagiarían. La mayoría seguían aterrados, pensando que una enfermedad erradicada hace años, que les había obligado a quemar a centenares de sus amigos y familiares, estaba volviendo a sus vidas. Ni el capitán ni el capataz pudieron ver, a pesar de tener un ojo extra, que el cinturón del capataz ya no tenía su martillo. 

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Aprovechando los pocos segundos que tenía antes de que volviera el capitán con los demás capataces, Loah golpeó el remache de sus pies. Mientras lo hacía, su mente pensaba en más cosas, como era su costumbre. Loah, desde que tenía memoria, siempre estaba pensando en varias cosas a la vez. Le sorprendió darse cuenta, a temprana edad, que la mayoría sólo podía pensar en una sola cosa a la vez y de manera lineal. Él, en cambio, era capaz de pensar en varios temas paralelos, y anticiparse a las posibles soluciones o desarrollos de distintos problemas, sin seguir una única secuencia. También lograba fijarse en detalles que el resto no podía percibir. Algunos le atribuían esto a que tenía una aguda visión y perceptivo oído, pero la verdad era que simplemente, su atención era atrapada por cualquier estímulo de su entorno. 

Lo primero que pensaba Loah era el paso siguiente del plan. También pensaba en lo irónico de que, mientras aparecían nuevos inventos que sorprendían a cualquiera, gracias al descubrimiento del Unbinilio, otras cosas seguían pareciendo arcaicas y poco prácticas, como la necesidad de usar un martillo para abrir un par de grilletes. Por último, en el último rincón de su mente, casi imperceptible, daba vueltas el pensamiento sobre la llegada a la costa. Probablemente habría un puerto controlado por personas de tres ojos. A la llegada de un barco controlado por esclavos, serían recapturados rápidamente. La única opción era atracar en un lugar diferente, pero no conocía la geografía del continente. ¿Dónde sería seguro desembarcar?

Estos pensamientos fueron puestos en pausa por la urgencia. Había logrado liberarse de las cadenas. Por primera vez en largo tiempo podía moverse libremente. Comenzó a caminar por la cubierta y notó inmediatamente la dificultad. Sus músculos estaban cansados y acalambrados. Sólo su fuerza de voluntad le permitirían superar el dolor y moverse mejor de lo que se esperaría de alguien en su condición. Antes de alejarse de los demás esclavos, le lanzó el martillo a quien estaba al lado del lugar  de Nefomer. Sus manos ya estaban liberadas y el siguiente ya estaba usando el alambre para soltar los grilletes de sus muñecas. 

Loah caminó lo más rápido que pudo hasta la borda. En la oscuridad de la noche era difícil ver dónde estaban el capataz y Nefomer, a pesar de la corta distancia desde el foso donde los esclavos movían los remos. Cuando logró encontrarlos, estaban forcejeando. La actuación de Nefomer había terminado, y ahora se resistía a ser lanzado al mar. A pesar de ser muy superior al capataz en tamaño, la debilidad causada por remar sin parar y por la falta de alimento, hacía muy difícil la resistencia. 

El capataz tenía un cuchillo empuñado y Nefomer impedía que lo apuñalaran usando sus dos manos derechas. El capataz, con otras tres manos, empujaba intentando desestabilizar al esclavo. Loah avanzó lo más rápido que le permitieron sus piernas, pero no alcanzó a detener al capataz. Cuando llegó al lugar, Nefomer ya había caído por encima de la borda, no sin antes afirmarse con sus cuatro manos de la extremidad que afirmaba el cuchillo. Nefomer colgaba del brazo del capataz, mientras este intentaba librarse. Loah intentó ayudar a su amigo, pero el capataz lo empujaba y lo golpeaba, sin preguntarse cómo había llegado Loah hasta ahí. 

Patadas y puñetazos se intercambiaron entre Loah y el capataz, mientras Nefomer intentaba trepar. Finalmente, un puñetazo de Loah en el rostro del capataz terminó por desestabilizarlo lo suficiente para que el peso de Nefomer lo terminara por arrastrar al mar. Capataz y esclavo se perdieron en la oscuridad de las aguas. 

El primer instinto de Loah fue saltar para intentar ayudar a su amigo, pero una idea que no terminaba de formarse en su cabeza lo hizo dudar el tiempo necesario como para alcanzar a escuchar la voz de Nefomer. 

—Ni te atrevas a saltar, estúpido —dijo en Rizim—. Estoy afirmado de un remo y me las puedo arreglar. Ahora vuelve y asegúrate de que el caos te permita tener una ventaja. 

El caos era sólo una palabra para describir el momento en que muchas cosas suceden sin que se les asigne una causa y consecuencia lógicas. La mayoría siempre se sentía superada por el caos, pero el funcionamiento de la mente de Loah también era caótico. Muchas cosas sucedían simultáneamente, hasta que en algún momento la concentración se enfocaba en un objetivo, una obsesión nueva, que le permitía llegar a ideas, soluciones, maneras de hacer las cosas, que nadie había pensado jamás. El caos constante de su mente le permitía encontrar información que parecía difusa, pero a la luz de la obsesión del momento era sumamente útil, y no tenía una conexión obvia, pero Loah lograba verla. El caos era su elemento. 

De vuelta en el sector de los remos, el caos comenzaba a crecer. Varios esclavos salían de los fosos, hoyos como trincheras en la cubierta, desde donde se podía mover el mecanismo de los remos con fuerza Grotora. Loah inmediatamente pensó en la posibilidad de entrar por el mecanismo y alcanzar a Nefomer, pero dejó que ese pensamiento se fuera hacia el fondo de su mente. En ese momento llegaban los diez capataces y el capitán a encontrarse con, alrededor de quince esclavos desencadenados.  

Una pelea entre los esclavos y los capataces estaba por comenzar, pero considerando el mal estado de los esclavos, no demorarían mucho en controlar la situación. Loah necesitaba un caos mayor. Liberar más esclavos era una opción, pero ¿cómo? Los capataces ya estaban llegando y había un solo martillo disponible entre los esclavos que aún intentaban soltar sus cadenas. También podría generar una distracción, obligar a los capataces a solucionar otro problema y darle más tiempo a los suyos para soltar sus cadenas y dificultar el trabajo de los capataces. Finalmente decidió hacer ambas cosas. 

Corrió hacia el primer capataz que se acercaba con un látigo en la mano hacia los esclavos mientras el resto estaba aún intentando entender qué sucedía. Loah era capaz de correr bastante rápido, y su tamaño le permitía convertirse en un proyectil poderoso. Eso hizo. Antes de que el capataz pudiese golpear al esclavo más cercano, Loah se lanzó de cabeza sobre él, haciéndolo caer aparatosamente. Antes de que se diera cuenta de qué lo había chocado, el capataz ya no tenía su martillo a mano, el cual Loah ya estaba lanzando hacia los esclavos que intentaban liberar sus pies. Loah también se aseguró de extraer su cuchillo. Con él, hizo una herida en una pierna del capataz y corrió. El cuchillo quedó enterrado en la pierna, y antes de que el capataz lo pudiera recuperar, un esclavo ya lo había tomado, y estaba dispuesto a usarlo. 

Suficiente desorden por ahora. Los esclavos intentando moverse con sus extremidades acalambradas podrían pelear contra los capataces. Tal vez habría heridos y muertos, pero Loah sólo estaba ganando tiempo para generar un caos mayor que pusiera fin a la pelea. Fue directamente hacia la escotilla que llevaba a la bodega. 

Con dificultad, levantó la escotilla y rápidamente se escurrió hacia abajo. Sabía que lo seiguían. ¿Cuántos capataces lo estarían persiguiendo? ¿Cuántos deseos tendrían de matarlo o torturarlo por haber herido a uno de los suyos? ¿Vendría algún esclavo con intenciones de ayudarle? Mientras intentaba avanzar rápidamente en la oscuridad, buscaba en su memoria el lugar donde había dejado la peligrosa caja que le habían obligado a bajar hasta la bodega. 

***

Fue cuando llevaba pocos días de haber subido al barco. Su avanzado conocimiento de la lengua corporativa le permitía comunicarse con los esclavistas, y a pesar de que no sentía la más mínima simpatía por ellos, había ayudado a solucionar algunos problemas pequeños. Sabía que si hacía esto, podría ganar algo a cambio. Lo primero que obtuvo fue el derecho de cantar mientras remaban, concedido por el capitán Rishmet. Luego, logró que le dieran distintas labores, aparte de remar. Esta vez, estaban en un puerto, cargando provisiones para el viaje en cajas de madera que los capataces apenas podían bajar por la escalera de la bodega. No permitían que los esclavos tocaran esas cajas por miedo a que robaran algo. Luego de que un par de capataces incompetentes dejaran caer una caja por las escaleras, el capitán decidió que era muy riesgoso simplemente tomar la última caja entre varios y bajar la escalera caminando. La última caja contenía Unbinilio inestable, y no podían arriesgar una caída. 

El Unbinilio inestable era utilizado en muchas aplicaciones industriales, pero era sumamente peligroso. Por eso, los esclavos eran llevados a los fosos de Unbinilio estable, descubiertos hace un par de años. Este tendría muchas más aplicaciones. Aún así, Rishmet había aceptado esta carga de Unbinilio inestable, haciendo el viaje mucho más rentable. Pero si la caja caía por la escalera, podría haber un desastre mayor. En ese momento, Rishmet llamó a Loah para que le ayudase a encontrar una manera de bajar la caja por las escaleras. Los capataces estaban profundamente ofendidos. Ese tipo de tareas que incluían creatividad, inventividad y pensamiento divergente, estaban reservadas para personas de tres ojos. Se entendía que era el tercer ojo el que les permitía ver más allá de lo evidente y pensar en soluciones nunca antes imaginadas. El gran progreso de la sociedad, a fin de cuentas, se atribuía a las ideas de grandes personas, todas con tres ojos. Pero en esta simple contrariedad, ninguno de los capataces de tres ojos parecía capaz de encontrar una solución. Aparentemente, ni siquiera eran capaces de comunicar sus ideas eficientemente. Rishmet, con una posible solución en su mente, llamó a Loah, simplemente para comprobar algo que intuía hace un tiempo. 

Loah fue llevado, y Rishmet le explicó la situación. En un par de segundos, con pocas palabras, muchos gestos y acciones concretas, Loah mostró una manera de bajar la delicada caja a la bodega. Primero bajó del barco y volvió con una larga tabla que parecía suficientemente firme como para sostener la caja. La deslizó por la escalera, de manera que cubría toda la extensión, y explicó que necesitaban otra más. Rishmet ordenó a un capataz a que trajera otra tabla igual y la instalara. Rápidamente, sin esperar más instrucciones, tres capataces levantaron la caja y la deslizaron por las tablas para que esta descendiera por la escalera. No habían pensado que un posible impacto con el fondo sería catastrófico. Rápidamente, Loah tomó unas mantas que cubrían las otras cajas y las lanzó, hechas una bola, a la posición donde caería la caja de Unbinilio. Con eso, el impacto se amortiguó y pudieron dejar la caja en su lugar sin que el elemento químico causara un desastre. Los capataces irreflexivos se llevaron un regaño, mientras Loah simplemente fue llevado de vuelta a su posición para remar. Pero también aprendió que llevaban un elemento inestable en el barco, y podría usalo a su favor, cuando tuviera oportunidad de escapar. 

***

La bodega era enorme y a estas alturas del viaje estaba llena de cajas vacías donde antes habían guardado granos, pan, cerveza, agua y miel. En el último rincón, una caja cubierta de varias mantas gruesas contenía cristales de un mineral preciado, capaz de liberar una energía increíble, esperando el momento de cambiar su composición química para liberar dicha fuerza. 

Loah se movió con decisión entre las sombras, sabiendo dónde debía ir. Tropezó un par de veces y chocó con algunas cajas, pero siguió adelante, ignorando el dolor, mientras escuchaba varios pasos bajando la escalera. Sólo se detuvo cuando pudo tocar la tela que cubría la caja. Sacó las mantas que habían sido puestas de manera improvisada para evitar golpes, dejando solamente la madera separándolo del material más peligroso del barco. Por un momento, Loah dudó. Sabía que en la caja había un material inestable, que si recibía un fuertebgolpe, crearía un gran problema. Eso obligaría a más capataces a bajar y hacerse cargo, dando más tiempo a los remeros para sacarse las cadenas y controlar a la tripulación. Pero, ¿qué tal si era demasiado destructivo? ¿Podría hacer que absolutamente todos en el barco murieran? Tal vez habría otra manera de atrapar al capitán y obligarlo a llevar el barco a otra costa. A fin de cuentas, ya se había llevado a algunos capataces tras él, ¿Esto no era suficiente división entre el equipo enemigo? Una voz conocida lo sacó de sus pensamientos. 

—No abras esa caja, Loah —la voz del capitán Rishmet resonó en la bodega con un aire autoritario y al mismo tiempo cercano, algo que sólo los mejores líderes pueden lograr—. Cuando te vi corriendo hacia la bodega supe inmediatamente que ibas por el Unbinilio. 

Loah, no dijo nada. Sólo esperó para saber si es que Rishmet tenía algo más que decir. Escuchar su nombre pronunciado por la voz del capitán fue algo extraño. Era la primera vez que una persona de tres ojos se refería a él con una palabra distinta de “esclavo”. ¿Lo estaría manipulando para alejarlo de su preciada mercancía? Lo normal en alguien de tres ojos era recurrir a la violencia, pero el capitán era especial. Tenía sentido que quisiera parecer amigable para jugar con su mente. Aunque también tenía sentido que simplemente le hubiese llamado por su nombre naturalmente. 

—Me imagino que  durante este viaje has acumulado mucha ira —continuó Rishmet—, y ahora que has logrado liberarte, quieres descargarla contra todos nosotros. Créeme que incluso lo entiendo, y tal vez, en tu posición haría lo mismo. Pero si tocas esa caja nos matarás a todos, incluso a tus compañeros que están en la cubierta peleando con mis capataces. Me imagino que ellos también valoran sus vidas y quieren llegar a salvo a tierra. 

Loah no sabía cuánta verdad había en lo que Rishmet decía. Tal vez sólo quería proteger su carga, y una explosión de Unbinilio inestable no sería tan terrible. Pero se daba cuenta que él estaba en desventaja, ya que no conocía con certeza qué pasaría si destruía la caja que tenía a su lado. También sabía que Rishmet había hecho que quienes le acompañaban se detuvieran. Estaba dispuesto a negociar. 

—¿Qué tan importante es esta caja para tí? —preguntó Loah.

—¿Para mi? A mi no me importa nada esa caja. Sólo la llevo por lo que me van a pagar. 

—Entonces, si pierdes tu carga de esclavos, este viaje seguiría valiendo la pena. 

—Lo que me pagan por el Unbinilio alcanza apenas para pagarle a los capataces y los costos del viaje —explicó Rishmet intentando entender el razonamiento de Loah—. El viaje no me daría ganancias, además, los dueños de los fosos pedirán mi cabeza por la pérdida de esclavos. Son una carga muy valiosa. 

—Somos una carga muy valiosa… Aún así, mis manos y las de mis hermanos nunca han tocado el dinero. Todo lo que he trabajado en mi vida ha sido para el bien de mis… amigos… mi familia —Loah quería usar la palabra comunidad, pero no sabía cómo decirla en el lenguaje corporativo—… Luego de que ustedes llegaron a mi tierra, todo el trabajo fue para alguien más. Para que pudieran acmular su dinero. Nosotros sólo recibíamos el premio de seguir vivos y torturados. No me interesa calcular cuántas monedas vas a perder. Esto es lo que haremos. Van a soltar las cadenas de todos los esclavos y vas a dirigir el barco a una costa alejada del puerto, donde podamos desembarcar y escondernos. A cambio, yo no voy a hacer explotar el Unbinilio y perdonaré las muertes que puedan estar ocurriendo en este momento en la cubierta. 

—Loah —Rishmet intentaba sonar razonable—, tú sabes que no puedo hacer eso. La corporación me perseguiría hasta la muerte. 

—No me parece que tengas muchas opciones. O te conviertes en un prófugo o mueres ahora. Nosotros, con nuestros dos ojos podemos ver que el futuro que nos espera en el puerto no es mucho mejor que morir ahora mismo. 

Loah, sin saber si era verdad que todos morirían en la explosión de Unbinilio, utilizó esa carta. Necesitaba dejar claro que estaba dispuesto a todo. 

Rishmet pensó por un momento. Tenía mucho que perder en esta negociación, además de lo que ya estaba perdiendo por la pelea que estaba ocurriendo en la cubierta. Imaginaba que los capataces eventualmente controlarían el desorden, pero cuántos esclavos y trabajadores perdería. No era solo el costo monetario, sino el costo moral que le era difícil asumir. A esto se sumaba su autoimposición de hacer lo correcto en esta situación. Mientras pensaba su respuesta tocó el hombro de uno de los trabajadores que venían con él. Con esto le indicaba que tenía permiso para acercarse al esclavo mientras seguía negociando, bajo la condición de no hacer ningún ruido, y esconderse entre las sombras esperando el momento de atrapar al rebelde antes de que destruyera la mercancía. 

Loah, en realidad, no estaba dispuesto a morir, ni menos a matar a los suyos, pero necesitaba ejercer presión sobre Rishmet. Su momento de duda permitió que el capitán comenzara una negociación y consolidara mucho más profundamente la incertidumbre sobre la real capacidad destructiva de la caja. Su plan inicial era distraer a los capataces para permitir que todos se sacasen las cadenas y atrapar al capitán. Ahora estaba arriesgando todo el plan, y sus hermanos estaban, probablemente, siendo masacrados en la cubierta. El silencio otorgado por Rishmet se comenzaba a hacer insoportable. 

—No me has dado una respuesta —dijo Loah finalmente, esperando sonar seguro—. Demuéstrame que dejaremos de ser mercancía. Si no lo haces, tendré que destruir la caja y dejarte sin ninguna de tus mercancías, sin barco, sin nada. 

Rishmet pudo detectar la duda en Loah. No tenía sentido repetir la amenaza, si ya estaba clara. El énfasis exagerado y varias pequeñas inflexiones en su voz daban a entender que estaba dudando. Aún así, Rishmet decidió que valía la pena ceder en algo. Podía darle a Loah un premio por su arrojo y su inteligencia, sin perder nada. 

—Ahora mismo podemos detener la batalla que está ocurriendo en la cubierta. Vamos a subir los dos y vamos a hablar con los nuestros como líderes que somos —Loah sintió que su corazón lo traicionaba cuando escuchó que lo trataban como líder. Nunca había sido descrito de esa manera—. Les vamos a prometer a todos que llegaremos a salvo a la costa. Voy a llevar el barco al norte, donde está la selva de Zomasnám. Ahí podrás esconderte con treinta esclavos. Los elegirás tú mismo. El resto los llevaré al puerto, y así puedo mantener a la corporación tranquila y salvar mi pellejo y el de los capataces. 

El acuerdo sonaba bien, aunque la cantidad de esclavos liberados era muy baja. Si querían organizar una guerrilla que fuese a liberar a los esclavos de los fosos, no podía liberar sólo a treinta. Loah comenzó a calcular cuántos necesitaría, y a imaginar cómo podría ir a liberar a los que quedaran cautivos. Estaba considerando muchas variables al mismo tiempo, quiénes eran los más fuertes, quienes podrían pensar en estrategias para atacar los fosos, quiénes tenían una moral fuerte que les permitiría resistir luego de ser entregados por él a los esclavistas… Pero su concentración no estaba nunca en un solo punto a la vez, y de pronto percibióalgo que desplomó la negociación. 

Un leve, muy leve brillo entre la oscuridad casi total de la bodega. Loah lo vio de reojo, primero sin entenderlo ni darle importancia, pero luego el pequeño brillo se movió. Por un momento pensó que podría ser una imperfección en la madera del barco, que permitía que entrase luz del cielo reflejada en el mar. Luego recordó que la noche era muy oscura, y que esto no era posible, por lo menos no esta noche. Finalmente, un segundo estímulo que tal vez nadie más en el barco habría percibido le permitió sacar una conclusión. Se trataba de un sonido muy sutil, que era distinto de los pasos y golpes que venían desde la cubierta y del mar golpeando el barco desde los lados. Era la respiración de alguien que no quería ser percibido. Todas estas piezas cayeron en su lugar en menos de un segundo, permitiendo que Loah sacara una conclusión. El brillo era el tercer ojo de alguien que se escondía a menos de dos metros de distancia. 

Loah había aprendido, inconscientemente, cómo reflejaba la luz el tercer ojo de los esclavistas. Incluso en los lugares más oscuros, los más débiles rayos de luz eran reflejados por ese ojo sin utilidad. Al saber que había un capataz escondido, esperando algún momento para atacar, Loah descendió hasta la ira más profunda. Había considerado llegar a un acuerdo con Rishmet. A pesar de su posición de mercader de esclavos, había algo en Rishmet que lo hacía digno de respeto. Pero eso sólo hacía más ofensiva la traición. El trato estaba roto, y sólo había una cosa por hacer: cumplir su amenaza. 

Impulsado por la rabia, lo primero que hizo fue atacar al capataz escondido en las sombras. El capataz, sin saber que había sido descubierto, cayó al instante, lo que Loah aprovechó para golpear varias veces, donde adivinaba que estaba la cara, liberando así, algo de su ira. Luego, con sus brazos inferiores, Loah comenzó a tantear, buscando el martillo del capataz, mientras sus manos superiores seguían golpeando e intentando que el capataz no se pudiera defender. El ruido de la pelea alertó a Rishmet, quien se acercó cuidadosamente para no recibir algún golpe que hubiese perdido su objetivo. El otro capataz que iba con él simplemente lo siguió, caminando aún más lenta y cuidadosamente. 

Loah siguió golpeando y buscando el martillo, hasta que pudo palpar un mango de cuero. Reconoció la textura y supo que no era un martillo, sino un cuchillo, y lo extrajo rápidamente, luego atacó varias veces, enterrando donde adivinaba que había algún punto débil de su adversario. Siguió hasta que el capataz dejó de oponer resistencia. Acto seguido tomó al aparentemente muerto enemigo desde su cabellera y utilizó la cabeza para golpear la caja. A falta de martillo, esta parecía una buena manera de iniciar la explosión, pero luego de varios golpes, probó ser inefectivo. La ira se disipaba en el cuerpo de Loah, y ya no tenía la energía de antes. La fatiga del viaje, la falta de alimento y el esfuerzo se hacían presentes. 

—Acabas de desperdiciar tu única oportunidad de ser libre —dijo con severidad la voz de Rishmet—. Podría perdonar que hirieras a uno de mis hombres, o que pusieras en riesgo toda mi operación, pero ahora intentaste matarnos a todos. Nuestra negociación acaba aquí, y vas a salir de esta bodega en cadenas. 

Desde detrás de Loah se acercaba el otro capataz, con la intención de reducirlo. Un pequeño tropiezo con el cadáver de su compañero hizo evidente su intención, y la ira de Loah creció nuevamente. La traición se sintió una vez más, renovando la fuerza que corría por sus brazos y piernas como fuego de venganza. Las palabras de Rishmet parecían sinceras, pero estaban teñidas de la experiencia de quien siempre había vivido ejerciendo poder sobre otros. A pesar de sus buenas intenciones, Rishmet no podría entender jamás lo que Loah y los esclavos habían vivido en los últimos años. Eso fue suficiente como para darle nuevas fuerzas a Loah, quien usó toda la fuerza de sus cuatro brazos, su espalda y sus piernas para levantar un lado de la caja. Esta rápidamente se volcó, y el golpe hizo que la cubierta de madera, que ya estaba astillada por los golpes anteriores, se abriera, esparciendo cristales por el suelo. 

Al comienzo, los cristales no podían verse entre la oscuridad, pero pronto comenzaron a aparecer chispas en la superficie de la capa de cristales. Las chispas explotaban una tras otra, cada vez más rápido y con más intensidad. En menos de un segundo, toda la bodega quedó iluminada. Loah y Rishmet se vieron las caras, compartieron una mirada de miedo mezclado con resentimiento. Al lado de ellos, el cadáver de la primera víctima de Loah se hizo visible en un charco de sangre que crecía. Luego, volvió a hacerse imposible ver dentro de la bodega, pero esta vez la visión quedó cubierta del blanco de la imposible luz de las chispas, en vez del impenetrable negro de la oscuridad. 

El primero en correr fue el capataz, luego le siguió Rishmet, y finalmente Loah, apenas capaz de moverse luego del esfuerzo. Subieron la escalera mientras, detrás de ellos, seguían ocurriendo más y más explosiones deslumbrantes que poco a poco destruían el casco del barco y comenzaban un incendio en la bodega. Loah salió a la cubierta sintiendo el calor del fuego en su espalda y escuchando como empezaba a entrar agua, para encontrarse con un escenario inesperado. Los esclavos habían logrado liberarse completamente. No había nadie en cadenas sobre la cubierta. Había algunos cadáveres sobre las tablas, y tal vez algunos habían caído por la borda. También algunos capataces habían caído. Los que estaban vivos estaban siendo amenazados por los esclavos. Ahora el conflicto era entre los mismos esclavos liberados. Algunos querían eliminar inmediatamente a los capataces sobrevivientes, otros, la mayoría, insistían en mantenerlos vivos, ya fuese por el valor de la vida o por alguna ventaja estratégica. Algunos esclavos llevaban rifles de metal con una pequeña cápsula verde brillante. Seguramente eran los rifles de Unbinilio de los que había escuchado Loah en algún momento. Seguramente  los capataces habían intentado utilizarlos para detener el escape de los esclavos, y terminaron siendo amenazados con ellos. 

El capataz que venía desde la bodega se rindió rápidamente y fue puesto junto a los demás. En cambio, Rishmet se quedó de pie junto a Loah, con el resplandor del fuego detrás de él, que le daba una imagen casi de santidad. Vio que estaba perdido. Su barco se hundiría pronto gracias al incendio de la bodega, todos los esclavos habían escapado y sus hombres estaban capturados. Si es que llegaba a salvo a tierra, habría perdido todo y sería un deudor de la corporación, perseguido por perder mercancía invaluable. Adiós retiro anticipado. Adiós libertad. Si moría ahora tal vez sería mejor que el  futuro que le esperaba. Pero no moriría sin antes darle a Loah lo que merecía. 

Se abalanzó sobre Loah, quien en su cansancio no hizo nada para evitarlo. Ambos cayeron, Rishmet sobre Loah, e instintivamente Rishmet adoptó la posición de dominio que había aprendido en su entrenamiento de lucha en la milicia. Con sus rodillas afirmó los brazos inferiores de Loah, mientras los superiores los afirmaba con dos manos. Eso le dejaba sus dos manos más fuertes libres para descargar todos los puñetazos que quisiera en la cara de Loah. Esto era innecesario, ya que Loah no pretendía defenderse. No tenía energía, y asumiendo que todo estaba perdido, tampoco tenía motivación. Pero la posición de dominio le daba a Rishmet la satisfacción de estar en control una vez más antes de morir. 

Un pequeño momento, que pareció una eternidad para Loah, pero mucho menos que un instante para Rishmet, fue lo que duró la posición de dominación. Entre dos hombres de dos ojos levantaron a Rishmet y lo alejaron de Loah. Rishmet quería seguir atacando a su adversario e intentó zafarse, demostrando su gran fuerza y destreza, pero más remeros llegaron a contenerlo. Finalmente, lo llevaron a la fuerza hasta el timón. Loah quedó recostado, intentando mantenerse consciente, y recuperando sus fuerzas, mientras el calor del incendio en la bodega le abrazaba la piel. Dos hombres se acercaron a asistirlo. 

En el timón, otros esclavos liberados esperaban con cadenas y grilletes listos. Rápidamente encadenaron al capitán al timón, mientras dos le apuntaban con rifles de Unbinilio. 

—Lleva al norte —dijo uno de ellos, intentando disimular su miedo con excesiva agresividad—. Capataces dice que veinte millas a norte de puerto puede desembarcar en selva. 

—No vamos a desembarcar en ninguna parte —contestó Rishmet con sorna y desesperanza—. Este barco está destinado a hundirse gracias al incendio que provocó el amigo de ustedes. La bodega ya debe estar llenándose de agua. El incendio no va a durar, pero antes de llegar a la costa vamos a…

Un golpe con la culata de un rifle lo silenció. El mismo joven que había hablado antes volvió a insistir. 

—Nosotros encarga de eso. Tú preocupa de rumbo. 

—Pueden amenazarme todo lo que quieran. Mi barco ya está muerto, y con él muero yo. No me importa que me estén apuntando con esas armas. 

Un Grotor más alto y corpulento se acercó con un látigo en una mano y un cuchillo en otra. Era un esclavo con un largo historial de indisciplina, y las cicatrices en su espalda lo evidenciaban. 

—Te podemos ofrecer algo peor que la muerte, si es que eso sirve como mejor motivación—dijo con una pronunciación de la lengua corporativa que sólo podría compararse con la de Loah—. A mi me han ofrecido suficiente dolor y he aprendido a ocuparlo. 

En un solo movimiento del cuchillo rasgó las gruesas ropas de Rishmet e inmediatamente le propinó un fuerte latigazo en la espalda. Fue el dolor más intenso que Rishmet había sentido en su vida. Ni siquiera los castigos que recibía en su entrenamiento de milicia se sentían así. Y eso era sólo un latigazo. Ese esclavo había recibido cientos, que dejaron su piel marcada para siempre. Con sus ojos apretados, reprimiendo un grito entre sus dientes, esperó que el dolor se disipara. En ese corto instante pensó que no habría nada que lo convenciera de estar en la piel de un esclavo ni por un sólo minuto. Llevaría el barco hasta la costa, no sólo para evitar el dolor de más latigazos, sino porque ese simple gesto de venganza del esclavo le motivó para liberarlos. No soportaba saber que él era un engranaje en la máquina que proporcionaba tanto dolor a los Grotors de dos ojos. Tal vez si su barco pudiese salvarse, tal vez si su carga estuviese intacta, habría dudado, pero ahora estaba todo perdido, y sólo quedaba la posibilidad de morir con dignidad. 

Otro latigazo interrumpió su divagar. El insoportable dolor volvió, y Rishmet comprendió que no dejarían de golpearlo hasta que diera una respuesta satisfactoria. 

—Está bien —dijo con su mandíbula apretada—, los llevaré a la selva. 

Una sonrisa de satisfacción se dibujó en el rostro del Grotor del látigo. Los demás compartieron miradas de aprobación. Rishmet sabía que no tendría caso pedir que liberaran sus manos, menos aún hacerles entender que finalmente había decidido estar de su lado. Era mejor dejarles que pensaran que era sólo el dolor lo que le había convencido. A fin de cuentas, los latigazos habían sido fundamentales. 

Rishmet ajustó el rumbo con la rueda del timón. Luego, con sus otras manos abrió un compartimiento que nadie había notado bajo la rueda del timón. Ahí había varias palancas que movió en diferentes direcciones para compensar la fuerza del viento y de la corriente. Los demás miraban con fascinación, algo tan extraño para ellos y que el capitán hacía con destreza, casi sin pensarlo. El capitán miró hacia el horizonte, donde las estrellas ya estaban desapareciendo. El brillo de la estrella emergía desde el horizonte, demostrando que había pasado mucho más tiempo de lo que creía. Volvió a girar el timón hasta que el resplandor estuvo a cuarenta y cinco grados de la punta del barco. Volvió a ajustar las palancas. 

—Necesitamos mucha velocidad —dijo luego de hacer algunos cálculos rápidos en su mente—. Hemos perdido horas de remado y el barco comenzará a hundirse en cualquier momento. Si quieren que lleguemos vivos, tienen que remar todos a máxima capacidad. 

La mayoría de los que estaban ahí se miraron con ojos sumamente abiertos, listos para correr a los remos y comenzar a trabajar como cuando estaban encadenados. El Grotor grande del látigo los detuvo. 

—No crean eso —dijo con voz dominante—. Está aprovechando que nosotros nunca habíamos estado en un barco. Sabemos que hay fuego en la bodega, pero cerrando la escotilla ese fuego se ahogará. Este barco no se hundirá y él sólo quiere que volvamos a trabajar como sus esclavos. 

Los demás estaban confundidos, sin saber qué hacer. 

—Hubo una explosión en la bodega —contestò Rishmet—, no es un incendio normal. Loah hizo explotar el Unbinilio y eso rompió el casco. Si no reman, moriremos todos antes de llegar a la costa. 

—Si necesitas velocidad, que remen tus capataces. Yo no volveré a mover esos troncos.  

Rishmet pensó en miles de maneras de explicar las razones para que todos remaran, incluyendo capataces y ex esclavos. También pensó en la necesidad de explicar que no era un tronco lo que movían al remar, sino que una aleación de distintas maderas que se conectaba con un sistema de engranajes que multiplicaba la fuerza de remado. Pero fue tanta la información que apareció en su mente que no pudo contestar nada con sentido y se limitó a una corta observación. 

—Yo ya les he informado. Ahora sólo me queda esperar en el timón. 

Esa fue su última respuesta antes de dedicarse al trabajo en el timón en completo silencio. Su mirada quedó fijada en el horizonte, ausente de lo que ocurría en el barco. Sus brazos realizaban pequeños movimientos sobre el timón, corrigiendo cualquier movimiento, para asegurar que la ruta fuera una perfecta línea recta y así optimizar el tiempo de viaje. Con las pequeñas palancas modificaba la posición de los alerones de la embarcación para lograr la mejor velocidad. Rishmet se dedicó a hacer su mejor trabajo en una misión desesperada. No esperaba convencer a los demás de hacer su parte, pero el haría la suya aunque no cambiase el resultado. 

Finalmente, la mitad de quienes vigilaban a Rishmet corrieron hacia los remos. El resto siguió viendo como hacía su labor, apuntándolo con rifles, como si eso lo obligara a mover el barco más rápido. 

Loah tomaba agua de una jarra mientras su conciencia volvía a su mente. La visión lentamente dejó de ser borrosa y de pronto supo que aún estaba vivo. Vio que el mar era visible una vez más bajo la tenue luz morada del amanecer. Recordó cual era su motivación, y que por un momento había perdido las esperanzas, dejando que su ira provocara una explosión que rompió el casco del barco. A su lado había un joven que se alegraba de verlo recuperado. Frente a él había esclavos liberados intentando ser útiles para en el control de los capataces prisioneros. También había otro joven con un balde de agua, dudando ante la escotilla desde donde se asomaba el color naranjo de las llamas. Nadie más parecía preocuparse del incendio, y preferían pasearse con látigos o rifles e insultar a los prisioneros, amarrados en un racimo patético. El joven con el balde parecía no decidirse si lanzar o no el agua hacia el incendio, adivinando lo infructuoso que sería. 

Loah se levantó, sabiendo lo que debía hacer para terminar el incendio rápido. Tomó la escotilla y la cerró rápidamente para que el fuego se ahogara. Cuando estaba casi cerrada, una mano la detuvo, luego un cuerpo completo empujó con fuerza, abriendo la escotilla y empujando a Loah hacia atrás. Por la escalera subía Nefomer, con quemaduras por toda su piel y algunos cortes. Se notaba en su rostro que estaba exhausto y sufriendo dolor, pero logró entregarle una sonrisa a Loah. 

—Te dije que me las iba a arreglar. Tuve suerte de que hubiera una explosión en la bodega y pude nadar hasta adentro, pero ahora tenemos que evitar que esta cosa se hunda antes de que lleguemos a tierra. 

Loah le respondió con una gran sonrisa y un abrazo. Nefomer contestó con un grito de dolor. Entonces Loah intentó hacerse cargo de sus heridas, pero Nefomer se rehusó. 

—No hay tiempo para eso —protestó mientras cerraba la escotilla detrás suyo—. Debemos detener el agua que está entrando al barco y acelerarlo al máximo. 

En ese momento bajaron un grupo de jóvenes desde el timón. Sin notar la presencia de Loah y Nefomer, comenzaron a gritar órdenes a los capataces amarrados. Los pusieron de pie y los llevaron a los remos, obligándolos a trabajar. La cantidad de capataces sólo alcanzó para cubrir una fila de remadores con la mitad de manos que pudieran operarla. Los capataces, desmoralizados, remaron lo suficiente como para evitar los latigazos, y la velocidad de la embarcación aumentó levemente. 

Loah y Nefomer compartieron una mirada, y sin hablar decidieron lo que debían hacer. Comenzaron a reunir a todos los Grotors de dos ojos que había sobre la cubierta. Algunos habían ido a los camarotes para tomar raciones de alimento que pudieran estar escondidas. Todos fueron reunidos, y quienes se resistían, fueron llevados a la fuerza. Nefomer, con todo el daño que había sufrido, era el más enérgico y duro con quienes no querían seguir órdenes. Una vez reunidos, frente a las filas de los remos, Loah explicó la situación, y pidió a todos que remaran para llegar a tierra antes de que el barco se hundiera. Hubo protestas y gritos de apoyo. Algunos, sin decir nada, volvieron a sus posiciones, y esta vez sin grilletes, comenzaron a remar. La mayoría se miraban unos a otros indecisos. 

—¿Ahora que nos sacamos las cadenas quieren que sigamos haciendo lo mismo de antes? —dijo una voz desde el timón. Era el único que no se había reunido con el resto, estaba al lado de Rishmet, vigilando que no se escapara ni cambiara el rumbo del barco. 

—Muy bien, imbécil —respondió Nefomer sin darle tiempo a nadie para reaccionar a esas palabras—. Excelente plan. Nos hundimos con el barco antes de llegar a la costa y morimos como gente libre, porque al señorito le da pena trabajar ahora que no es un esclavo. 

La palabra señorito estaba reservada para los Grotors de tres ojos con puestos importantes en la corporación, o dueños de empresas poderosas. No existía en el lenguaje Rizim, pero ellos la habían adoptado, y la utilizaban como un insulto, ya que veían a quienes no trabajaban y se beneficiaban del trabajo de otros como lo más bajo de la sociedad. 

—No soy ningún señorito, ni jamás intentaré serlo —contestó molesto el Grotor desde la altura—. No pretendo ser dueño de nada más que mi libertad. Preferiría que me llames por mi nombre, Nugea. Los nombres de ustedes tampoco los conozco, pero parece que pretenden decirme lo que debo hacer. 

Nefomer tenía varios insultos más para Nugea y su falta de disposición a colaborar, pero Loah se le adelantó en dar una respuesta. 

—Mi nombre es Loah, y mi amigo acá es Nefomer. No pretendemos decirte qué debes hacer, pero la situación es clara, el casco del barco está dañado y pronto se hundirá. Si no remamos rápido moriremos todos. No quiero cobrarte gratitud, pero si no fuese por nosotros no estarías al lado del timón con un látigo en tu mano. 

—Tiene razón en eso —intervino Rishmet en voz baja luego de adivinar más o menos lo que había escuchado en Rizim, sólo Nugea lo pudo escuchar—, nos engañaron a todos, y pudieron…

Fue interrumpido por un fuerte puñetazo de Nugea. 

—¡Hey! ¡Nugea, mírame! —continuó Loah, intentando que la atención de Nugea no se alejara de la conversación— Parece que tienes un cierto liderazgo en un grupo de los nuestros. Tal vez si nos hubiésemos conocido en otras circunstancias podríamos haber trabajado juntos en algo más fructífero, pero ahora debemos trabajar para salvar nuestras vidas. Tendrás que volver a remar, como lo estabas haciendo antes, y yo también lo haré. La diferencia está en que lo haremos como personas libres, y el fruto de nuestro trabajo nos pertenecerá a nosotros. No irá a llenar los bolsillos de los señoritos de la corporación que nunca hemos conocido. Ahora, el trabajo que haremos nos beneficiará a todos, no sólo a tí. Pero tenemos que hacerlo todos, Grotors de dos y de tres ojos juntos, de otra manera, todo este alboroto será en vano. 

Las palabras salieron de la boca de Loah sin que él las pensara mucho, casi como si todo lo que había aprendido sobre la importancia del trabajo y la comunidad se hubiese condensado en un discurso que fluyó en forma de palabras. 

—Qué lindas palabras, Loah —contestó Nugea con desprecio—. Pero me parece que sólo estás intentando convencernos para que nos acostumbremos a trabajar bajo tus órdenes. No creo que este barco vaya a hundirse, y podremos…

—¡Mírame, estúpido! —la voz de Nefomer resonó sobre el sonido de las olas y el viento tan fuerte como un trueno, demostrando su ira y frustración— Mira mis brazos, mira mis heridas y mi piel quemada. No nadé por debajo del barco ni atravesé por las llamas de la bodega para que un incrédulo petulante me impida llegar con vida a la costa. Si no quieres remar, bien. Pero no interfieras, deja que Loah y los demás remen con todas sus fuerzas para salvarte el culo. Y por mientras puedes ir conmigo a la bodega para comprobar cómo está entrando el agua. Tal vez podrías ser útil y te pongo como tapón para detener la filtración. 

La discusión fue suficiente como para convencer a todos los que esperaban en la cubierta. Unos pocos aún dudaban sobre la posibilidad de que el barco se hundiera, pero preferían remar para llegar pronto a tierra y esconderse en la selva. Desde el timón, Nugea miraba sin decir nada. Pronto estuvieron todos, excepto Nefomer, sentados remando con pasión. Loah comenzó uno de los cantos que habían mantenido el espíritu elevado durante el viaje. Nugea sintió que su espíritu tenía un poco más de esperanza, mientras otras voces se sumaban al canto. Recordó que la intención de los cantos era recordarles a todos que eran libres a pesar de estar en cadenas. Miró el látigo en su mano, sintiendo que el mismo látigo que lo había dejado marcado, él lo estaba usando para marcar a alguien más. ¿Qué libertad tendría alguien que depende de un látigo para que su voluntad se haga realidad? ¿Acaso no está tan atado al látigo como el esclavo? Miró a Rishmet, quien estaba en su propio mundo interior, mirando fijamente hacia el horizonte. 

—Suelta ese látigo y acompáñame a la bodega. —dijo Nefomer tomándolo de un brazo. 

Nugea dejó el látigo y fue a la bodega con Nefomer. 

Al abrir la escotilla fueron atacados por una enorme nube negra que tomó algunos minutos en disiparse. Cuando por fin pudieron ver hacia dentro de la bodega, había brasas rojas y anaranjadas por todo el suelo, que junto con la luz del amanecer que entraba por la escotilla, iluminaron el lugar. Desde las brasas todavía emanaba humo, pero por lo menos podrían entrar sin ahogarse. Los dos bajaron, teniendo cuidado de no pisar los lugares que todavía ardían. Caminaron hasta el fondo de la bodega, donde la luz era mucho menor. Poco a poco sus pies se fueron hundiendo en el agua. A llegar al fondo de la bodega, el agua llegaba hasta sus cinturas. Nugea había imaginado que al hundirse la bodega, alteraría la posición del barco, pero esto era imperceptible desde la cubierta. En la bodega, la inclinación se hacía evidente gracias a la inundación. Esto dejó claro que si seguía entrando agua, la popa del barco se hundiría tanto que no podría seguir avanzando. 

—Supongo que ahora vas a dejar de ser un estorbo. —dijo Nefomer. 

—Tenemos que detener el agua. Rápido. 

—¿En serio? Pensé que íbamos a ponernos a nadar para empujar el barco. 

Ignorando las burlas de Nefomer, Nugea se sumergió inmediatamente para ver el tamaño de la perforación. Al salir miró a Nefomer con preocupación. 

—Es demasiado grande —comenzó—, además las tablas están muy dañadas y es probable que se sigan rompiendo. 

—¿Cuántas tapas tendremos que usar de estas cajas? 

—Cuatro, tal vez —respondió Nugea luego de mirar las cajas de madera—. Tenemos que buscar una manera de fijarlas en el casco. 

En los remos, los cantos mantenían la moral del grupo, mientras recordaban la urgencia de llegar pronto. Los capataces remaban al ritmo  de los cantos, olvidando a ratos que estaban encadenados. Algunos discutían sobre lo que harían si llegaban a tierra. Probablemente tendrían que ser fugitivos por haberse convertido en cómplices del motín. Desde el timón, Rishmet pudo ver que se asomaba la costa. Corroboró que sus cálculos habían sido correctos y que frente a ellos se elevaban los árboles y la inhóspita vegetación de la selva púrpura. Nadie entraba en esa selva, a pesar de que casi toda la tierra del continente había sido dominada. Había algo en ese pequeño trozo de tierra que hacía imposible penetrarlo, ni menos talarlo y convertirlo en algún pueblo o ciudad. Ahora iban directamente hacia un lugar que ni los más valientes y desesperados visitaban. 

De pronto, Rishmet percibió una variación en la inclinación del barco. La proa comenzaba a elevarse, lo que significaba que el tiempo se estaba acabando. ¿Tendrían que fracasar finalmente tan cerca de su destino? Con las palancas movió los alerones del barco para compensar la inclinación, pero era poco lo que podía hacer. Ahora todo estaba en manos de los remeros y los dos que estaban en la bodega. Él iba a apoyar desde su posición, pero esta no era su lucha. Era de los Grotors de dos ojos. 

En la bodega, Nugea y Nefomer habían logrado romper las cajas y ubicaban las tablas en la posición que cubría la perforación. Nefomer había logrado rescatar algunos clavos, pero estos no lograban afirmarse de las tablas astilladas del casco del barco. Además, clavar bajo el agua era casi imposible. Lo único que pudieron hacer fue afirmarlas en su lugar con sus pies, haciendo que el agua entrara más lentamente, pero sin detenerla por completo. 

—Entonces, finalmente sí voy a ser un tapón. —dijo Nugea con el agua hasta un poco más arriba de su cintura. 

—Esperemos que remen rápido. No quiero morir sosteniendo una tabla en un barco de esclavos. 

—Al menos estaremos haciendo algo por nuestra gente. 

Nefomer miró a Nugea sorprendido. No esperaba tanto arrojo luego de la discusión que habían tenido antes. Se mantuvieron en silencio por el resto del tiempo que estuvieron en la bodega. 

Loah también sintió que el barco cambiaba su inclinación. Probablemente la bodega se llenaría de agua en poco tiempo. ¿Qué pasaría después? ¿El barco quedaría en posición vertical? ¿Se hundirían rápidamente? ¿Podrían seguir nadando hasta la orilla? De pronto recordó que los capataces estaban encadenados a los remos. Rishmet también estaba encadenado al timón. Miró hacia Rishmet, quien tenía sus ojos perdidos en el horizonte. ¿Qué estaría viendo? ¿Estaría la selva asomándose frente a él? No podría saberlo a menos de que saliera de su posición. También pensaba que podría ayudar a detener la inundación de la bodega. Pero tenía miedo de dejar su posición. Era sólo uno más que remaba, pero cada uno era imprescindible para mantener la velocidad máxima. Finalmente se limitó a seguir cantando con más fuerza y remar lo más rápido que pudo. 

Desde su posición, Rishmet veía que la selva se acercaba con sorprendente rapidez. Era increíble la velocidad que podían alcanzar los remeros cuando su motivación era evitar la muerte en vez de evitar el dolor de los latigazos. ¿O era tal vez la posibilidad de volver a ser libres? Miró hacia los capataces que remaban encadenados. Notaba que no cantaban y definitivamente su remo se movía más lento. Movió una palanca para compensar la falta de fuerza de ese remo y mantener la dirección estable. Tal vez las cadenas impedían que se movieran mejor, o quizás los cantos eran más inspiradores ahora. También era posible que estuviera ignorando alguna variable que hiciera que ahora estuviesen remando más rápido,  o podría ser la combinación de todo lo que estaba pensando. Lo que sí tenía claro era que, a pesar de la increíble velocidad que habían alcanzado, el barco no llegaría hasta la costa. 

Nefomer, con el agua hasta el pecho sintió que no podía evitar flotar. Se afirmó con sus brazos de la pared para mantener su posición. Sin decir nada, Nugea hizo lo mismo. Nefomer dudaba si podría mantenerse así mucho tiempo. También dudaba si estaba dispuesto a morir ahí. De pronto, el peso del agua hizo que el barco cambiara su posición bruscamente. El agua de pronto ya les llegaba hasta el cuello. Nefomer miraba a su alrededor buscando algo que le sirviera para afirmar las tablas y poder salir de ahí. Nugea simplemente se afirmaba con fuerza, esperando que el barco llegara a la costa pronto. 

La primera fila de remeros, la más cercana a la proa, de pronto sintió como si hubiese sido empujada hacia el cielo. En su mecanismo ya no sentían la resistencia del agua. Desde su posición no podían ver nada, sólo que las nubes en el cielo habían cambiado de posición. Algunos se pusieron de pie para ver qué ocurría. 

—¡Sigan remando! —gritó Rishmet desde el timón. Luego movió sus palancas, bloqueando los dos primeros remos, y desviando la fuerza hacia los demás.

Los remeros volvieron a sentir la resistencia en su remo. Ahora estaban aportando a la velocidad de los otros. La velocidad bajó, pero menos de lo que había bajado con dos remos menos. 

Rishmet ya veía la selva cerca de ellos. Si el barco se hundía, los mejores nadadores podrían cubrir esa distancia. Tal vez sólo treinta esclavos podrían llegar a la selva, él y sus capataces morirían con el barco. Cerró los ojos y se concentró en disfrutar de la ironía del momento. 

Las tablas que Nugea y Nefomer afirmaban ya no resistieron más. A pesar de que ambos estaban dispuestos a mantenerse en su posición hasta morir, la madera no estaba dispuesta a aguantar más. Con un fuerte crujido, las tablas se convirtieron en un montón de astillas, y el nivel de agua en la bodega subió violentamente. Los dos quedaron sumergidos en un remolino que agitaba todo lo que quedaba ahí y lo succionaba hacia afuera del barco. Nugea se hundió violentamente y fue arrastrado hacia el mar. Nefomer lo siguió, intentando orientarse para saber hacia dónde debía nadar si quería vivir. 

El barco elevó su proa hasta quedar en posición casi vertical. Ya ningún remo tocaba el mar. Todos los remeros se afirmaron de sus remos, mirando hacia arriba en busca de explicaciones. Rishmet, el único que sabía lo cerca que estaban de la costa, se dirigió a todos desde el timón. 

—¡Naden! La selva no está lejos. Deben saltar hacia el agua ahora. Si ven algún trozo de madera flotando, úsenlo para no hundirse, y naden lo más rápido que puedan hasta la orilla. 

Nadie contestó. Nadie reaccionó. Frente a ellos estaba Rishmet en el timón, afirmado con sus cuatro brazos y atrapado por las cadenas, detrás de él había mar. El salto era muy alto, no podían ver la orilla, no sabían qué tan lejos estaba. Era un salto de fe. Nadie se atrevía a ser el primero. 

—Ya escucharon. ¡A nadar! —dijo Loah, sorpendiéndose a sí mismo con esa orden tan directa. 

Aún así, no fue el primero en saltar. En vez de eso se acercó a los capataces. Colgando de los troncos que movían los remos, se movió como los felinos de los que había escuchado que habitaban en la selva. Los músculos de los brazos le quemaban, amenazando con dejar de funcionar. Aún así logró llegar hasta los capataces, luego de chocar con muchos que se afirmaban a sus troncos. Vio que las cadenas habían sido colocadas torpemente sobre los tobillos, lo que hacía innecesario el uso de un martillo. Con otro grillete que colgaba de una cadena en desuso, golpeó todos los grilletes, liberando todos los tobillos apresados. Acto seguido empujó a todos los capataces que cayeron como sacos en el agua. Luego de algunos segundos vio que sus cabezas volvían a flotar, comprobando que el salto no era mortal. En ese momento le dio un momentáneo descanso a sus brazos y dejó de afirmarse, intentando calcular que su caída fuese en el agua y no sobre el cráneo de algún capataz. 

Uno a uno, los demás saltaron. Algunos cayeron sobre las cabezas de sus compañeros, otros rebotaron en la borda o contra la plataforma del timón. No todos cayeron en condiciones para poder nadar. Fracturas, golpes tan dolorosos que no permitían moverse, o el simple cansancio condenaban a varios a ahogarse, teniendo la costa muy cerca como la última imagen que verían antes de morir. Loah se afirmó de una tabla y comenzó a patalear para acercarse a la orilla. Alrededor de él varios intentaban mantenerse a flote, y ayudó a quienes pudo a subir sobre la tabla. Logró sumar a cuatro a su improvisada balsa, y comenzó a empujarla. Otros siguieron su ejemplo, llevando a los más cansados o heridos. Aún así, la mayoría se hundía entre gritos desesperados, sacudiendo sus extremidades infructuosamente. Loah miraba en todas direcciones, buscando a Nefomer, pero no lo encontraba. Recordó lo que le había dicho la primera vez que cayó desde la borda, así que continuó avanzando.

Rishmet ya no podía aguantar más afirmado del timón y se dejó caer, quedando colgado de los grilletes en sus manos superiores. El dolor en las muñecas era intenso, pero lo resistía, pensando que acabaría pronto, cuando se ahogara junto con el barco. Poco a poco el barco se sumergía, dando tiempo a Rishmet para que observara cómo los esclavos liberados nadaban o se ahogaban, anticipando su final. De pronto, un ruido llamó su atención y lo hizo mirar hacia arriba. Ahí, en una de las filas de remos, estaba el último remero, resistiéndose a caer. Si se soltaba, caería directamente en el timón. Tal vez era por eso que no se decidía a saltar aún. Pero sus brazos no aguantaron más, y cayó, golpeando con su cuerpo al timón, que se destrozó en miles de astillas. Rishmet cayó al agua junto con el cadáver del Grotor que lo liberó. Sus manos seguían encadenadas a la rueda del timón, haciendo imposible que pudiese nadar. Aceptando su destino, el capitán dejó que el peso de las cadenas y de la rueda del timón lo arrastraran al fondo del mar. 

Loah se impulsaba con sus piernas e intentaba darse más velocidad con sus brazos inferiores. Sus brazos superiores, supuestamente más fuertes, ya no respondían. Simplemente estaban apoyados sobre la madera, impidiendo que se hundiera. La orilla estaba frente a él, tan cerca y a la vez tan lejos. Los que estaban sobre la balsa ayudaban a avanzar con sus brazos, pero la costa se sentía aún esquiva. Uno de ellos se mantenía quieto sobre la balsa, aparentemente inconsciente. Otros grupos también avanzaban. Había quienes lograban nadar por su cuenta, demostrando una voluntad admirable. 

Pronto, uno de los nadadores solitarios se dio cuenta que podía tocar la arena del fondo con sus pies, y comenzó a caminar con el agua llegando a su cintura. Llegó hasta la arena de la pequeña playa que separaba el mar de la selva, y se desplomó extenuado. Eso dio nueva energía a los demás que siguieron nadando. Loah empujaba su balsa con más fuerza que antes. Uno de la balsa de pronto saltó al agua y comenzó a empujar nadando, tal vez porque había descansado lo suficiente. Le dijo a Loah que descansara sobre la balsa, pero él se rehusó y siguió empujando. 

Otra improvisada balsa llegó a la orilla. Luego otra más, y otros nadadores. Finalmente Loah pudo tocar el fondo y caminar. El resto se bajó de la balsa, menos el que se mantenía inconsciente. Entre todos lo recostaron sobre la arena para atenderlo. Un capataz llegó hasta la orilla también, y se acostó a descansar lejos del resto. Aparentemente era el único sobreviviente de la tripulación. Los sobrevivientes siguieron llegando, hasta que no se vio a nadie más nadando. Sobre el agua sólo quedaban algunos trozos de madera, y a una distancia que desde la costa no parecía muy larga, la punta del barco que seguía hundiéndose. Loah miró a su alrededor y contó la cantidad de sobrevivientes. Incluyendo al capataz solitario eran veintisiete, tres menos de los que habría liberado si hubiese negociado un trato con Rishmet. Y Nefomer no se veía por ningún lado. Loah intentaba convencerse de que Nefomer no necesitaba su ayuda, pero necesitaba verlo. ¿Podría ir a ayudarlo? ¿Tendría fuerzas suficientes? 

Sin pensarlo más, Loah recogió la tabla más grande que había en la arena y volvió a entrar al mar. La corriente y las pequeñas olas empujaban hacia afuera, pero él empujaba con más fuerza, decidido a ir a buscar a su amigo. Los demás lo miraban incrédulos, pero no decían nada. 

—¡Ni te atrevas a volver al agua, estúpido! —gritó una voz conocida desde la distancia. 

Nefomer venía caminando desde el norte por la playa. A su lado iba Nugea, y entre ambos llevaban un objeto metálico circular, con cadenas que afirmaban un bulto que arrastraban por la arena. Cuando llegaron al lado de Loah, Nefomer siguió hablando. 

—Tuvimos suerte de que una corriente nos arrastró y nos dejó cerca de este regalo que encontramos. Parece que todavía está vivo. 

Dejaron caer la rueda del timón de lo que antes había sido un barco. Aún encadenado a ella estaba Rishmet inconsciente. 

—¿Creías que no me podría cuidar solo? —continuó Nefomer— Ya te he dicho que no tienes que ir detrás de mí cuidándome. 

Loah sonrió y abrazó a su amigo. Nefomer no respondió el abrazo y siguió hablando. 

—Ya vamos a poder descansar. Primero tenemos que sacar a esta gente de la playa. Algún barco nos podría ver, así que entremos en esa selva que tanto temen los tres ojos. Hay que atender a los heridos y encontrar algo para comer. Espero que ningún felino nos vea como almuerzo. 

Loah sintió que tantas instrucciones lo sobrepasaron por un momento. Decidió seguir a su amigo que parecía tener una voluntad inquebrantable. El resto también comenzó a caminar, todos entrando en la selva púrpura, cojeando, arrastrándose o llevando a heridos y hombres inconscientes. El último en caminar entre los árboles fue el capataz. 

Cuando entraron en la sombra de los árboles y la helada humedad que ofrecía el lugar, Loah sintió como si alguien lo hubiese estado observando. Miró a su alrededor y no había más que vegetación. Se convenció de que no era más que su imaginación hiperactiva combinada con el cansancio. Luego de caminar por unos minutos decidieron detenerse. Loah seguía sintiéndose observado, pero intentaba ignorar esa sensación. 

Desde la copa de un árbol, a través de la mira de su rifle de Unbinilio, Mishka observaba a un grupo inusual que se adentraba en la selva. Vio cómo se acomodaban para descansar en el peor lugar que podrían haber escogido. Decidió que valía la pena mantenerse cerca de ellos para cuidarlos. No sobrevivirían ni diez minutos en esa selva sin ella. 

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