Fosa Común (primera parte)

Uno de los parajes más sobrecogedores del planeta es el lago Reloul, ubicado a dos mil trescientos metros de altura, en las montañas Chañuel. Desde el borde occidental del lago se puede observar las aguas tranquilas que reflejan como un espejo las nubes blancas que usualmente hay sobre este. Mirando hacia el sur, como una muralla imperturbable, la montaña sigue subiendo en una extraña geometría que no se suele encontrar en la naturaleza. Por esa muralla corren delgados riachuelos que alimentan al hermoso lago que se extiende hasta donde alcanza a cubrir la vista. Si uno vuelve la vista hacia el oeste, da la impresión de estar en la cima del mundo, siendo posible observar cientos de kilómetros de selva que se extienden, ocasionalmente cubiertos por nubes traviesas que cruzan deslizándose por la alta montaña. Nada en este maravilloso pero inhóspito paisaje permitiría adivinar que fuese posible la existencia de asentamientos humanos. Nada, salvo la enorme roca plana ubicada en una gran explanada al noroeste del lago. Esta gran roca, significaría uno de los mayores misterios para la arqueología debido a los crípticos e inusuales grabados que la cubren. El descubrimiento que observé hace una docena de años con mi equipo sólo agregó más fascinación por el lugar, y finalmente una pista fundamental para entender más sobre sus habitantes. No obstante, el nuevo conocimiento se encuentra inevitablemente rodeado de un aura de sobrecogimiento y horror. 

La extensión de tierra que rodea el lago está cubierta de hierba y algunos pocos arbustos capaces de crecer en tal altura. No hay ninguna roca en ese sector de la montaña, lo cual es extraño, considerando que por el lado sur se levanta la muralla enorme de piedra que lleva hacia la cima, y que enormes rocas decoran el resto del cerro. Sólo pensando en estos hechos es que un observador podría imaginar que el terreno ha sido intervenido por humanos. No hay ninguna ruina, un dibujo o un vestigio de cultivos, salvo por la enorme roca que ya mencioné. Esta es incluso difícil de encontrar a simple vista a pesar de su tamaño, ya que es completamente lisa y se extiende por el suelo casi como lo haría la cerámica en un edificio moderno. Las inscripciones sobre la roca están talladas y tienen la apariencia de runas, aunque no parecen tener ninguna relación con otras lenguas conocidas. Es esto lo que atrajo a los arqueólogos al sitio. Primero se buscaron restos de intervenciones humanas como puntas de flecha o cualquier resto de orfebrería, pero nada apareció. El difícil acceso a la zona simplemente ralentizó el estudio del misterio de la roca y por años se mantuvo así. 

Reloul

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Cuando yo llegué a formar parte del equipo investigativo, el objetivo era dilucidar el contenido de las escrituras en la roca y ver, una vez más, si era posible encontrar vestigios de asentamientos humanos. Ninguno de los dos objetivos se estaba logrando, pero seguíamos buscando, excavando poco a poco, inspeccionando cada porción del suelo para encontrar evidencia de humanos, para así callar de una vez por todas a quienes atribuían la roca a visitantes de otros planetas. Finalmente, desde el centro de investigación recibimos instrucciones de retirar la roca. El equipo estaba reticente a obedecer, principalmente por lo titánica de la tarea, pero también porque intuíamos que se destruiría en los intentos por sacarla de su lugar. Luego de una negociación entre el líder de mi equipo y el centro, decidieron que no la sacarían completamente, ni menos sería transportada a otro lugar. En cambio, ataríamos cuerdas a la roca y la tiraríamos para arrastrarla, si es que podíamos, algunos metros. Con un sistema de poleas y la ayuda de animales de trabajo logramos moverla medio metro. No insistimos más por miedo a dañarla. Además, fue suficiente como para observar el espanto que surgiría de la tumba. 

Lo primero fue la nube negra que ascendió desde la apertura que había debajo de la roca, que luego confirmaríamos que se trataba de una lápida. La nube parecía formarse de gases putrefactos y partículas que se mantuvieron por siglos bajo la lápida acumulando presión. Expelía un hedor putrefacto que hizo que varios perdieran el sentido y otros se retorcieran vomitando en el suelo. El insano olor se mantuvo en el aire alrededor de nosotros por horas, a pesar del viento. Luego de superar la sorpresa inicial nos acercamos para ver por la apertura que habíamos abierto y concluir que se trataba de un sepulcro. Desde el interior, a pesar de la oscuridad, nos miraban las osamentas incontables humanas sorprendentemente bien conservadas. El clima del lugar no era desértico, sino sumamente húmedo, lo que no debería haber conservado los cuerpos por tanto tiempo. Tampoco había evidencias de momificación, por lo que habíamos pasado de un misterio a otro. El hedor tampoco se explicaba, ya que esto aparece en los primeros días de putrefacción, y estos cuerpos tendrían que haber estado en el lugar por, al menos, siglos. 

Al ser yo uno de los pocos que pudo soportar la corrupta fetidez, fui seleccionado para descender por la apertura e intentar ver algo más antes de llamar al centro de investigación para darles la noticia. El grueso pañuelo que cubría mi rostro no fue suficiente para detener la pestilencia que se colaba hasta mis pulmones. Las cuencas de los cráneos parecían mirarme con un aura ominosa y oscura, tal vez perversa, que nunca había visto y nunca volví a ver en ninguno de los cientos de restos humanos que he visto. Aún así logré encontrar lo que me motivó a escribir este documento. Entre los brazos de uno de los esqueletos había una especie de ánfora, la cual extraje con cuidado y la llevé al jefe de la expedición. La ánfora no tenía mucho de especial, sólo una forma de jarrón sellado con inscripciones similares a las de la lápida. Sin embargo, al tomarla sentí la emoción de quien tiene en sus manos un objeto invaluable, esa evocación indescriptible que tenemos al estar frente a una obra de arte imponderable que ha trascendido la historia. Entregarla al jefe de la expedición fue como exponer el lienzo sobre el cual un conocimiento metafísico había sido plasmado. 

La expedición terminó luego. Recuperamos algunos restos de ropa de los cuerpos y dejamos el lugar, esperando volver pronto para estudiar las osamentas. Por el momento, las restricciones presupuestales no nos permitirían más que esperar el resultado del estudio de los expertos en lenguas sobre las fotografías de la lápida, además de escrutar el contenido de la ánfora. 

Luego de la experiencia descendiendo al interior de la enorme tumba, por alguna razón, no tuve suficiente energía como para seguir participando en expediciones arqueológicas. Fui llamado varias veces por distintos centros de estudios, incluso para liderar equipos, pero no pude aceptar. Un par de meses después decidí que cambiaría de carrera. Algo que no podía describir me alejaba del impulso de estudiar el pasado, y en vez de eso, me dediqué a desarrollar mi talento en la pintura. A pesar de la considerable baja en mis ingresos, me sentía bien trabajando en el arte. Parecía una actividad más… segura. Poco a poco me fui haciendo conocido en el circuito artístico de mi país. Sin embargo, no sentía que mi potencial… o tal vez mi misión como pintor… estaba siendo alcanzada. Fue cuando escuché noticias sobre el contenido de la ánfora. 

Ya habían pasado varios meses y yo estaba completamente decidido a seguir mi camino en el arte. Sin embargo, seguía teniendo contacto con amigos ligados a los centros de estudios, y fue uno de ellos quien me llamó para contarme la noticia. Abrir la ánfora había sido una tarea más difícil de lo esperado debido a su fragilidad. Lo que encontraron dentro de ella eran varios rollos de papiros con miles de inscripciones muy similares a las que había en la lápida y en la ánfora. Al parecer, habían escrito usando los caracteres lo más pequeños posible para ahorrar espacio, lo que hacía la tarea de los lingüistas más lenta, pero al mismo tiempo proveía de muchos insumos para intentar descifrar el lenguaje. 

Otra noticia que escuché en ese momento fue sobre la siguiente expedición que visitó el lago Reloul. Habían llegado con un equipo más grande y preparado para estudiar el interior de la tumba y retirar la lápida. No obstante, al llegar al lugar no encontraron nada. La lápida enorme había desaparecido, y en su lugar sólo estaba el increíblemente vasto foso donde habían descansado los restos de cientos de humanos, ahora completamente vacío. No había explicación para lo acontecido, ya que cualquier intento por remover la roca de su lugar habría dejado evidencia, y no había ningún indicio de intervención alguna. A esto había que sumar la inaccesibilidad del lugar, y el hecho de que existe una sola ruta para llegar a ese sector de la montaña y lugareños que viven varios kilómetros más abajo no reportaron nada fuera de lo común. Sólo la quietud y el silencio perturbado únicamente por el viento. 

Habiendo recibido estas noticias, mi interés y curiosidad por el lugar volvieron a florecer, pero cada vez que pensaba en él, la ansiedad se apoderaba de mí, como si supiese muy por detrás de mi razonamiento consciente algún secreto relacionado con el lago que me causaba pavor. En lugar de contactarme más a menudo con investigadores para conocer el progreso en la investigación del misterio de la ánfora, la lápida y el lago, me sumergí más y más en la pintura, hasta que comencé un proyecto masivo y obsesivo. 

Sobre la pared más grande que pude encontrar en mi casa comencé a trabajar en un mural. Era una pared de mi cochera, la cual tuve que despejar de todas las herramientas que tenía ahí colgadas. También tuve que dejar de estacionar mi vehículo en la cochera para desarrollar mi proyecto. Se trataba del paisaje del Reloul tan maravilloso y sobrecogedor

como lo recordaba, en una soledad que sólo se puede obtener en medio de la naturaleza y

un cielo despejado en el cual los astros brillaban tan cercanos que parecían susurrar

remotos saberes del universo. Luego de trabajar durante varios días y noches sin dormir y

comiendo sólo lo mínimo, decidí que hacía falta algo, una presencia que me visitaba en

cavilaciones desde el fondo de mi mente, una imagen que no podía concebir sino durante la

misma labor de plasmarla sobre el muro. Cualquiera habría dicho que sólo el paisaje ya era

una obra terminada, pero yo necesitaba agregar esa presencia en el lago.

Durante meses me dediqué a trabajar sólo en darle forma a algo que comenzó como una sensación que emanaba de mi subconsciente y me dictaba cada trazo sobre el muro. Por mientras seguía dedicándome a otros proyectos, pero al menos por una hora al día me encerraba a meditar frente al muro, cavilando antes de cada movimiento con el pincel. Poco a poco, esta sensación de mi subconsciente tomaba una forma más concreta y una imagen se hacía presente flotando sobre el lago. Mientras descubría lo que iba pintando, me parecía como si más bien fuese un recuerdo que afloraba. Como si yo siempre hubiese conocido el rostro enorme que estaba pintando, como un elemento disonante en un cuadro que, de otro modo, habría sido un paisaje naturalista sobrecogedor. Luego de tres meses mi trabajo en el rostro se volvió más rápido, ya que tenía una idea clara de lo que quería. Era un severo rostro de piedra blanca como el mármol. Flotaba sobre el lago, con una expresión vigilante, mientras sus ojos rojos miraban directamente hacia el espectador. Parecía un protector, y al mismo tiempo, un opresor. Su mirada suponía la existencia de alguien o algo que habitase el lago. 

Una vez que estuvo terminado el rostro flotante, me di por satisfecho. La obra era terriblemente enigmática, y no tenía idea de qué podría responder si alguien me preguntaba qué quería decir con ella o qué la había inspirado. Simplemente la hice, y luego de sentir que estaba lista, fue como sacarme un enorme peso de encima. Ni siquiera sabía si quería que más gente la viera. Estaba terminada, y eso era lo que contaba. 

Como si se tratase de una caprichosa coincidencia, o más bien una maquinación de un destino controlado por seres superiores y ocultos, al día siguiente de haber terminado el mural, mientras sentía ese vacío que queda luego de terminar una obra importante, recibí el llamado del mismo amigo insistente que me había llevado noticias sobre la excavación y la ánfora. Me contó lleno de emoción que los lingüistas estaban listos para dar a conocer su traducción parcial del contenido de la ánfora. La revelación del texto es la causa de que me haya decidido a escribir mi perspectiva de este asunto, y también es la causa de mis noches de insomnio, intentando descifrar cuáles son las fuerzas que me llevaron a elegir mi trabajo en pintura en primer lugar, y finalmente a pintar el mural. A pesar de ser sólo una traducción parcial y aproximada, lo que había sido traducido daba algunas luces sobre lo que había motivado la existencia de la fosa común que habíamos descubierto, aunque provocaba nuevas dudas, especialmente sobre mi trabajo en el mural.

Fin de la primera parte

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