HASIRA (cuarta parte y final)

IV

La nada es infinita. Es todo lo que hay frente a mí y alrededor. Luz y oscuridad son sólo ideas abstractas en esta nada. Acá nada se ve, nada se escucha, nada se siente. Hasta la más absoluta oscuridad sería más placentera que esta nada. Y yo estoy…

¿Yo? ¿Qué es esa idea de un… yo? ¿Soy una conciencia? ¿Una voluntad? ¿Un… alma? Estas ideas… ¿De dónde vienen? Parecen recuerdos de algún tiempo pasado. Un tiempo que no existe acá. El tiempo parece completamente ajeno a este lugar. Una idea demasiado difícil de entender. 

En medio de la nada estoy completamente sol…

No. Hay alguien… algo más. Hay luz. Hay oscuridad. Sobre un manto de total oscuridad, hay cuerpos luminosos. Se organizan de maneras extrañas, que parecen arbitrarias en un principio, pero que toman sentido. No dejan de moverse en una danza sin sentido, pero con todo el sentido. Su movimiento no viene de ningún lugar, y no va a ningún lugar, pero es el movimiento mismo el que le da un significado a todo. Es el padecer… disfrutar… experimentar del universo. 

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Y uno de todos esos cuerpos luminosos es distinto. Se encuentra en uno de los cúmulos de luces más marginales de todo lo que puedo observar… contemplar… experimentar. Es una de muchas, incontables esferas de luz. No es pequeña ni tampoco gigante, ya que esos conceptos no tienen sentido para mí en esta dimensión. Pero es pequeña comparada a otras esferas de luz. A su alrededor giran muchas más esferas, hechas de rocas, gases, metales, todos hechos por el movimiento, la colisión y la autodestrucción de los cuerpos luminosos. Y una de estas esferas es la que atrajo a mi ser a este rincón del universo. Y es que en ella hay un milagro ocurriendo. Es la manera de experimentar más intensa del universo. 

Es sólo en este pequeño sector de todo el cúmulo de esferas, rocas y luces, que la experiencia se vuelve… consciente. ¿Es este mi origen? ¿Desde acá vengo? Es este el lugar donde mi alma… mi consciencia fue forjada. Mi lenguaje. Mis lenguajes. Es el lenguaje lo que me permite hacerme consciente de que soy, de que existo. Y hay otros que existen. Están en este lugar, pero en otra dimensión. Ellos entienden el tiempo. Sufren el tiempo. Su experiencia comienza en un momento, y luego acaba. Es la muerte. Las muertes. 

Ahora recuerdo mejor. Recuerdo… el pasado. Es tiempo. Las veces que viví. Las veces que morí. Cada vez que estuve vivo en la dimensión física, en esa insignificante esfera celeste, pude experimentar el tiempo, el sufrimiento de que todo se acerca inevitablemente al final. Pero acá, desde este lado, recuerdo incontables vidas, inconmensurables experiencias, todas al unísono, sin antes ni después. 

Y acá están todas las almas. Siempre han estado acá, y siempre estarán. Viven, experimentan una y otra vez, en la carne de seres que habitan la esfera celeste. Luego vuelven a esta dimensión atemporal, como lo hago yo, para unirse en un cúmulo que disuelve los recuerdos, y que purga el sufrimiento, el dolor, la destrucción. También se purga el amor, la curiosidad, la alegría, la creación. 

Me uno al cúmulo de almas. Mis recuerdos se hacen más difusos, se deshacen entre los recuerdos de todos. Mi voluntad y mi autoconciencia intentan mezclarse con la consciencia colectiva de toda la humanidad. Pero antes presencio algo que tal vez recuerde en mi próxima vida, cuando vuelva a crearse mi alma a partir de un trozo del alma colectiva. 

Frente a nosotros ocurre el enfrentamiento que no tiene inicio ni final. Las dos fuerzas que dan energía a las almas que descienden a la esfera celeste. Son pura energía imparable y al mismo tiempo, objetos intocables e inamovibles. Sólo con recuerdos de mis vidas anteriores y futuras puedo entender sus formas. 

Una energía parece un rostro humano, completamente blanco, como hecho de piedra. Crece y se construye a sí mismo, usando una fuerza creativa inacabable que siempre estará concibiendo y pariendo algo nuevo. En su inevitable creación, promueve el caos que producen las palabras nuevas que disrumpen el lenguaje… los lenguajes de los humanos. Su energía creadora se conecta con la esfera celeste, donde habitan los vivos, y les obliga a crear palabras, ideas y cuentos, a romper todas la barreras de la naturaleza y de la conciencia. 

La otra energía es igualmente poderosa. Se mantiene frente al rostro de roca destruyéndolo, impidiendo que crezca desmesuradamente. Parece un animal que recuerdo, pero es una versión insana, con nueve ojos irregulares, que no serían posibles según las leyes de lo terrenal. Y su imparable fuerza intenta detener la creación, controlar el caos. Dominar para extraer vida de la fuerza creadora. Su esencia es el dolor y la destrucción. También está conectada al mundo de los vivos, obligándoles a destruir, a alimentarse del sufrimiento y el trabajo de otros, a controlar la carne, el espíritu y el lenguaje… los lenguajes… de manera violenta. 

La lucha de las poderosas energías… ¿consciencias?… sigue eternamente, sin inicio ni fin, mientras mi alma vuelve a disolverse en el cúmulo colectivo. Mis recuerdos nuevos se mezclan con los antiguos, con los de otros seres que han ido una y otra vez a la esfera a dar un poco más de riqueza a la experiencia del universo. Conozco todo lo que he hecho, lo que me han hecho, lo que he creado, lo que he destruido, el placer y el dolor que he vivido y que he causado. Fui violada y parí a un hijo que me fue quitado. También violé a una mujer, para robarle a su hijo nueve meses después y dárselo a quien controlaba mi voluntad a cambio de pedazos de metal. Fui obligado a trabajar excavando la tierra, mientras maltrataban a los míos. Trabajé como agente del orden, usando las armas contra quienes creaban caos… rompían barreras… Usé mi poder para aprovecharme de los cuerpos de otros, para mi propio placer, a pesar de su dolor. Estoy directamente conectad… a esas dos energías… entidades cósmicas. Soy creación y destrucción, caos y orden, placer y dolor. Dentro de mí y dentro de todas las almas, que ahora son también la mía, habita la contradicción, el conflicto eterno entre Ng’oomibe y Mungu. Sus nombres son tan antiguos como las primeras palabras utilizadas por los humanos. Igualmente inmemorial es la palabra que describe la fuerza que emerge del enfrentamiento. 

HASIRA

Una fuerza que motiva la venganza, la respuesta a la dominación. La energía que también crece en el corazón de quienes tienen miedo. También tiene un rostro, como las entidades Ng’oomibe y Mungu, pero este parece más humano… casi humano. Sus ojos, llenos de la luz del universo, de un blanco imposible, y su boca flotan sobre el absolutamente oscuro manto del universo. Sonríe cuando la ira se apodera de quienes sufren y rompen las leyes de lo que es posible para destruir a quienes les hacen daño. Sonríe, porque para él, el dolor también es placer. 

HASIRA mira a los ojos de mi alma… de nuestras almas. Termino de deshacerme en el cúmulo de almas. 

***

Los recuerdos, todo lo que sé, lo que he aprendido en mis múltiples vidas, todo está desapareciendo. Intento aferrarme a mi memoria, la memoria de toda la humanidad. Intento no olvidar la existencia de Ng’oomibe, de Mungu, de HASIRA. Pero sé que es imposible, y que tal vez sus esencias sean reemplazadas por otras palabras, por otros símbolos. Mi ser se reduce a una pequeña porción de lo que era. Me separo de la conciencia colectiva una vez más. Ya no hay palabras. Sólo la sensación de un espacio tibio que me protege. Se que pronto este placer acabará, para dar paso a un momento de dolor. Antes de terminar de olvidar todo, me preparo para el dolor y el placer de vivir, y para la certeza de morir. 

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