El Hombre Eterno, capítulo 1

Estoy trabajando en tres novelas al mismo tiempo, y como si eso fuera poco, comencé una cuarta. Es una idea que tenía hace meses y la estaba guardando para el futuro. Pero hace unos días tuve un encuentro desagradable en un estacionamiento, y fue muy parecido a cómo visualizaba la introducción del protagonista de esta historia. Por eso, hoy comparto con ustedes el primer capítulo de un libro que tal vez termine en más de un año más. Este capítulo está libremente inspirado en mi realidad, pero es básicamente fantasía, asi que, por favor, no me demanden. Acá está “El hombre eterno”.

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— No puedo entrar en mi camioneta. 

— ¿Perdón? 

— Que no puedo entrar en mi camioneta. — repitió el joven prepotentemente. 

El otro hombre, sin entender que se trataba de una instrucción de mover su automóvil para que el joven pudiese abrir la puerta de su camioneta cómodamente, se dio vuelta a mirar el estrecho espacio que separaba los vehículos. Vio que, efectivamente, la separación era pequeña, pero claramente, el joven podía entrar en su enorme camioneta de doble cabina con ruedas elevadas. Él mismo recién se había bajado de su auto y sólo tuvo que contorsionarse un poco para pasar entre los espejos retrovisores. 

— Yo acabo de pasar por ese espacio, y soy más gordo que usted —contestó el hombre amablemente y con una sonrisa, haciendo un ademán que demostraba el tamaño de su barriga—. Estoy seguro de que no tendrá problemas. Me disculpo. Ahora tengo asuntos que resolver. 

Comenzó a caminar hacia la salida del estacionamiento subterráneo, pero el joven se le puso enfrente. El hombre, con su cabello largo y negro, su piel oscura y su vestimenta descuidada, parecía venir de un mundo completamente diferente al del joven. Éste era alto y delgado, con cabello corto y bien peinado, y vestía un traje de los que usan los altos ejecutivos. 

— Mueve tu auto ahora. —Esta vez la orden del joven era explícita, y la prepotencia y arrogancia se hacían más notorias. 

El hombre miró hacia el espacio entre los vehículos y notó que la rueda izquierda de la camioneta estaba diez centímetros dentro del espacio designado para el otro vehículo. 

—No creo que debiera mover mi auto, especialmente por la manera en que me lo pide y por el hecho de que usted es quien está mal estacionado. 

El joven adoptó una postura de combate, con los puños delante del rostro y una pierna al frente. Sólo en ese momento, como si hubiesen estado escondidos en las sombras, se acercaron dos hombres más, sumamente altos y musculosos, vistiendo camisetas negras apretadas. Se ubicaron detrás del joven intentando crear una imagen más intimidante. El hombre, que había intentado ser razonable hasta ese momento, comenzó a considerar la confrontación en vez de evitar el conflicto. Esto se notó en sus ojos almendrados que seguían mostrando un aire de calma e incluso solemnidad (que contrastaba con su vestuario), pero casi en el fondo de estos comenzó a crecer una expresión de ferocidad.

El incidente no era razón para ninguna confrontación física, pero el joven estaba acostumbrado a que todas sus demandas fuesen respondidas con rapidez. Además, deseaba poner en práctica lo que había aprendido en sus clases de artes marciales mixtas. Esta era sólo una excusa para él. Por su parte, el hombre, gordo y mucho mayor que el joven, habría accedido amablemente a mover su auto si es que se lo hubiesen pedido cortésmente. Pero en este momento la civilidad tomaba el segundo lugar, y se vería obligado a hacer algo que no quería hacer. 

El joven atacó con un gancho derecho que llevaba mucha velocidad, fuerza y convicción. Sin embargo, la velocidad del hombre, quien parecía no tener preparación para un combate y ni siquiera había adoptado una postura necesaria para una pelea, fue mayor. En una fracción de segundo, el joven se vio aplastado contra el capot de su camioneta, con su brazo derecho firmemente sostenido entre las grandes manos del hombre. No podía moverse, ya que el peso de su cuerpo caía sobre sus hombros. El dolor sobre su brazo era intenso, y comenzaba a serlo también la convicción de que había elegido al oponente equivocado. Los fortachones intentaron acercarse para defender a su jefe, pero fueron detenidos por la mirada del hombre que había dejado salir a su lado salvaje. Era la mirada de un felino sediento de sangre atrapado en el cuerpo de una persona. Había ira en la mirada, pero también un cierto placer, como el de un acróbata que está a punto de mostrar un truco que conoce bien y anticipa la reacción de sorpresa y admiración del público. La mirada sólo detuvo a los guardaespaldas por un segundo, pero fue suficiente como para que el hombre hiciera su acto. Tiró fuertemente con su mano derecha, que sostenía la muñeca del joven. 

CRACK. 

El codo del joven apuntaba ahora en la dirección equivocada, y luego de que el hombre lo soltara, el joven cayó en el suelo a revolcarse y gritar de dolor. El hombre recuperó su compostura y comenzó a caminar, no sin antes notar que accidentalmente había abollado el capot de la camioneta. Uno de los musculosos detuvo al hombre tomándolo de un brazo. Este dejó salir un suspiro mientras levantaba sus ojos con frustración. Antes de que el matón comenzara su ataque, le dio un rodillazo en la entrepierna, sabiendo que era un movimiento mal visto, pero lo hacía porque quería terminar luego con la confrontación. A fin de cuentas, tenía asuntos más importantes que resolver. El dolor de los testículos del tipo alto subió hasta su estómago, paralizándolo temporalmente, lo que le dio tiempo al hombre de hacerse cargo del otro que ya se acercaba con el puño para atacar. El puñetazo se dirigió con precisión hacia su rostro, pero con una velocidad que nunca habían visto los matones en sus años de experiencia en peleas, el hombre esquivó el ataque y respondió con un revés de su mano derecha en el oído derecho del matón. El golpe fue tan fuerte que lo dejó mareado y con un pitido que no se quitaría en semanas. El hombre sabía que lo había dejado reducido, así que volvió a ocuparse del primer matón. El tipo estaba encorvado intentando reponerse del dolor. Sin saber sí intentaría atacar de nuevo o se rendiría, el hombre quiso terminar el asunto para poder ocuparse de resolver sus asuntos. Un fuerte codazo ascendente hacia la nariz del musculoso fue suficiente como para nublarle la vista y producir un profuso sangrado. Los tres quedaron tendidos en el suelo, retorciéndose y quejándose. 

El hombre recuperó la compostura una vez más y observó que su camiseta blanca estaba manchada con sangre. Generalmente no le importaban las convenciones estéticas sobre la ropa, pero pensó que no sería apropiado caminar por la calle con una mancha así. Volvió a entrar en su vehículo, deslizándose por el estrecho espacio entre este y la camioneta. Entró y salió rápidamente del automóvil con una nueva camiseta. Cuidadosamente se deslizó entre los vehículos y pasó por encima del joven que seguía retorciéndose. 

—¿Ve, caballero? —dijo el hombre— No era muy difícil. Nos habría ahorrado un mal momento a los cuatro si es que hubiese sido más razonable. 

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Luego se dirigió hacia la salida del estacionamiento. Cuando llegaba a la escalera se detuvo a pensar por un momento. La mirada de fiera ya se había esfumado de su rostro. Ahora sólo quedaba la mirada amable que llevaba antes de encontrarse con el joven prepotente. Dio un suspiro de resignación y volvió donde sus tres víctimas intentaban ponerse de pie. Frente a ellos sacó una enorme billetera de cuero de un bolsillo. La abrió y extrajo un fajo de unos diez billetes anaranjados y los arrojó frente al joven que se apoyaba sobre el capot abollado de la camioneta. 

—Para que arregle el abollón. No fue mi intención dañar su vehículo. 

Se dio media vuelta y comenzó a caminar ante la mirada horrorizada e incrédula de los demás. Luego de unos pasos se detuvo una vez más y volvió sobre sus pasos. Arrojó otro fajo de billetes, mucho más grande que el anterior. 

—Esto es por el brazo, la nariz y el oído. Supongo que los testículos pueden recuperarse solos, no los golpeé tan fuerte. Ahora me disculpo, tengo un asunto que resolver. 

Uno de los musculosos comenzó a recoger los billetes mientras consideraba la posibilidad de que se hubiesen topado con algo que sólo aparentaba ser humano. 

Con esto, finalmente el hombre se dirigió hasta la escalera y salió del estacionamiento, esperando no volver a encontrarse nunca más con gente así. 

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