La Batalla Final

Durante el 2020 participé en el torneo literario del blog Fantástica sin Fronteras (ahora llamado Blog Apipolai). Luego de ser elegido campeón publiqué la mayoría de los cuentos con los cuales participé (acá están todos), pero faltaba uno. Este cuento, La Batalla Final, es con el cual gané la final.

El cuento debía cumplir con los siguientes pies forzados:

Ucronía: Los árabes musulmanes conquistaron Europa, descubrieron y colonizaron América, donde defienden un Califato fundando en América. Se enfrentan a una invasión de robots alienígenas que buscan derrotar al Califato con el fin de instaurar una democracia.
Fantasía: Debe tener un elemento fantástico: Ambas facciones deben utilizar magia y armas láser. Los robots pueden invocar delfines espaciales mecanizados. Los árabes pueden invocar camellos fantasmales magnéticos.
Se debe abrir un agujero temporal en el cual un cantante por cada bando anima a sus compañeros de guerra mientras se disputa la pelea final. Los cantantes elegibles son: Chayanne, Ricardo Arjona, Ricardo Montaner, Miguel Bosé o Ricky Martin.

Con eso en mente tuve que crear una historia y escribirla en una semana. El resultado está a continuación.

La Batalla Final

Nahuel despertó con los rayos de sol que se derramaban suavemente sobre su rostro. El suave calor lo hizo levantarse con la certeza de que el frío invierno estaba terminando. Se levantó con calma y desayunó con su madre que preparaba piñones en una olla al medio de la ruca. Le dio un beso a su madre y su padre y salió al campo. El cielo despejado, el fresco viento y la naturaleza que se presentaba frente a él lo terminaron de despertar. Luego de estirar los brazos comenzó a caminar mientras observaba a sus cerdos y corderos pastando. Mientras se desplazaba miraba a los animales, intentando decidir cuál estaba en peor forma para poder venderlo a algún huinca ingenuo. 

El joven llegó al campo donde por el momento no había nada sembrado. Examinó la tierra, caminó alrededor del lugar y recordó la conversación que tuvo con su padre respecto del clima. Según lo que decía el viejo y lo que vio en la tierra, deberían plantar sésamo esa primavera. No era un cultivo de su preferencia, pero los huinca eran buenos compradores. A Nahuel no le gustaba tener contacto con esa gente que venía a robar el territorio mapuche, pero era importante mantener buenas relaciones, y el comercio con ellos era una buena manera de mantener la paz y la frontera entre el Wallmapu y el Califato en su lugar. 

Al levantarse para dirigirse hacia la ruca de su amiga Kelleñu vio a lo lejos la silueta de un camello con un hombre que lo montaba. Era extraño ver un camello tan lejos de la frontera, pero no le dio importancia. Seguramente estaba perdido o quería comprar algún animal. Si se acercaba trataría de venderle el cordero más desnutrido. Siguió caminando sin poner mucha atención hasta que vio el reflejo metálico del arma que estaba adherida al cuerpo del animal. Era un rifle láser, típico de los que usaba el ejército del Califa. No se trataba de un simple huinca, sino de alguien que no tenía por qué estar ahí. ¿Qué estaría tramando? ¿Tendría alguna misión hostil? Tendría que tener cuidado. Cualquier movimiento del hombre sobre el camello tendría que ser mirado con sospecha. Los mapuche habían aprendido rápidamente a controlar las armas láser y a montar a camello, aunque esto último era sumamente desagradable y no mantenían camellos en sus campos. Así habían podido mantener a raya a los invasores. Sin embargo, Nahuel sentía el miedo creciendo en su vientre. Él desarmado frente a un soldado a camello con rifles láser sería presa fácil. 

Nahuel tuvo que darle la espalda al hombre del camello para dirigirse al hogar de Kelleñu. Intentaría llegar lo antes posible. Ahí habría más gente, tendrían armas y el Toqui, padre de Kelleñu sabría qué hacer frente al intruso. Caminó rápido hasta que el intruso ya no se veía. Ahí comenzó a correr. Corrió hasta que sentía que sus pulmones reventaban. Finalmente pudo divisar la ruca de Kelleñu y su familia. 

Aliviado de haber llegado rápido y, al parecer, sin que lo persiguiera el soldado, caminó jadeante a la puerta de la ruca. Antes de poder asomarse un pie lo empujó con fuerza hacia afuera. Cayó sentado al suelo y vio como un soldado salía apuntando con su rifle láser. Detrás de él venían tres más obligando a Kelleñu y su familia a salir de la ruca a punta de amenzas con sus armas. Los soldados hablaban una mezcla de árabe con mapudungún y aymará pero todos entendían lo que decían. Estaban acostumbrados a ese dialecto. Los huinca arrojaron al lonko, a su esposa y a su hija Kelleñu al suelo junto a Nahuel. En su dialecto les dijeron que necesitaban a todos los jóvenes que pudieran encontrar y se los llevarían inmediatamente. Eran órdenes directas del Califa que gobernaba desde Medio Oriente, lo que obligó a violar la tregua con los mapuche. Luego llegó el hombre en el camello, quien subió a Nahuel y a Kelleñu al animal y los amarró. Luego los soldados se marcharon con los jóvenes. Mientras se iban le gritaron al lonko que los jóvenes estarían bien y se los devolverían luego. El lonko vio junto con su mujer cómo se llevaban a los dos jóvenes al tiempo que apuntaba con un rifle láser a los secuestradores. Su mujer no le permitió disparar para evitar un conflicto mayor. Era más sensato organizar a las familias y planificar un rescate.

***

Kelleñu y Nahuel fueron arrojados del caballo junto a otros cientos de jóvenes mapuche en medio de una explanada sin vegetación al otro lado de la frontera con el Califato. Varios jinetes arrojaban más y más prisioneros amarrados desde sus camellos, los cuales dejaban una extraña estela verde a su paso. Los mapuche protestaban y no se dejaban doblegar fácilmente. Algunos jinetes fueron mordidos y otros pateados. Uno de los jóvenes incluso lanzó una feroz patada contra las piernas de un camello. Este debería haber caído con el impacto, pero el golpe atravesó las patas como si no hubiesen estado en ese lugar, y el camello no se dio por aludido. Los jóvenes en el suelo miraron con asombro el espectáculo mientras los hombres sobre los camellos y los otros de pie que les apuntaban con rifles láser reían a carcajadas. Algunos comentaron en árabe lo ignorantes que eran los indígenas por no conocer nada sobre camellos fantasma. Nahuel comprendió cada palabra y respondió desafiante en perfecto árabe:

—Me parece que ustedes son los ignorantes. Nosotros entendemos cada una de sus palabras. ¿Ustedes conocen algo de mapudungún acaso?

Un árabe quiso contestar con un golpe de su arma pero fue detenido por una voz autoritaria que venía desde la distancia. Todos los soldados se silenciaron y se hicieron a un lado para dejar pasar a un hombre alto y fornido. Tenía una cabellera negra y larga que se confundía con su barba igualmente larga y lisa. Caminaba como si todo el terreno le perteneciese y miraba con severidad a través de sus ojos verdes que destacaban sobre su piel oscura. Golpeó al soldado que había querido agredir a Nahuel tan fuerte que lo hizo caer. A los otros soldados que tenía cerca de él les dio fuertes palmadas en la cabeza y les ordenó a que desataran a los jóvenes y les pidieran disculpas. Los soldados obedecieron inmediatamente, con temor y se disculparon torpemente. 

Los jóvenes mapuche se pusieron de pie frente a este poderoso personaje que de pronto cambió su expresión por una más amable. 

—Les ruego que me disculpen por el comportamiento de estos idiotas  —explicó en perfecto mapudungún —. La manera de traerlos hasta nosotros no fue la mejor, pero tal vez fue necesaria la fuerza, debido a lo desesperado de la situación. Nuestra intención al extraer a los jóvenes de sus hogares no es la de romper con la tregua entre nuestros pueblos, sino mantenerla y quizás fortalecer la colaboración. Y es que ahora nos debemos preparar para combatir juntos contra un enemigo mayor…

—¿Quién eres tú? —interrumpió Kelleñu sin dejar que la pomposidad de las palabras del hombre fornido la confundieran. 

—Discúlpenme por no presentarme y pasar directo al grano —el hombre sonrió condescendiente—. La ansiedad que me provoca mi misión me hace olvidar mis modales. Mi nombre es Ahmed Eljall. Soy la máxima autoridad del ejército del Califa en esta región. Mi máxima misión a partir de hoy y hasta que termine este conflicto histórico es entrenarlos para que combatan hombro con hombro junto con los valientes soldados del Califato para derrotar a un enemigo que amenaza con destruir toda la civilización humana y nuestra amada cultura.

—¿No es eso lo que ustedes hacen? —volvió a interrumpir Kelleñu. 

—Bueno, voy a ir directo al grano —la sonrisa de Ahmed se borró y se mostró más impaciente—. Hay una flota de naves extraterrestres acercándose a nuestro planeta. Ya hemos hecho contacto con ellos y sus intenciones son las de total dominación. Dicen que vienen a traer algo llamado “democracia” y que para eso deben eliminar al Califato y cualquier forma de jerarquía que no sea elegida. Eso eliminaría a sus lonkos también. Podremos seguir con nuestra guerra después, pero por ahora hay que unir fuerzas. 

Un incómodo silencio siguió estas palabras. Esto dio tiempo a Ahmed para acercar un baúl que había a unos pasos de él. Lo abrió y de este surgió un humo púrpura en forma de círculo. De pronto, dentro del círculo todos pudieron ver imágenes de camellos fantasma magnéticos armados con rifles láser, además de tanques que combinaban la tecnología láser, la magia y la energía del ectoplasma de los camellos. 

—Así es, jóvenes. Tenemos recursos para la guerra, y conocemos por experiencia propia de sus habilidades y estrategia en el arte del combate. Sólo combinando nuestro potencial podremos hacer frente a esto. 

De pronto la imagen proyectada por el humo cambió a la de platillos enormes de color cobrizo. Alrededor de las naves volaban delfines mecánicos con ojos rojos. A medida que las naves avanzaban, se encontraban con meteoritos que eran inmediatamente destruidos con rayos láser que eran disparados por los ojos de los delfines. Adelante de las platillo y los delfines, a la distancia, estaba la tierra. 

Ahmed hizo sonar sus dedos y la imagen desapareció mientras el humo volvía al baúl, el cual se cerró violentamente cuando todo el humo hubo desaparecido. 

—Supongo que no tengo que decir más para convencerlos —sentenció el líder militar—. Necesitamos comenzar el entrenamiento lo antes posible. 

***

Los jóvenes mapuche fueron entrenados. Al comienzo eran reticentes a recibir instrucción de quienes habían sido enemigos de su pueblo por tantos años, pero luego, conversando en los momentos de descanso y durante la noche, decidieron que aprender a montar camellos fantasma y mejorar sus habilidades con los rifles láser sería ventajoso para el futuro. Pasaron días, semanas y las únicas noticias que escuchaban eran que los platillos extraterrestres se acercaban más y más a la tierra. La tensión entre los soldados del Califato y los jóvenes mapuche bajó debido al inevitable lazo que se forma entre mentores y aprendices. Sin embargo la confianza nunca fue total, y tanto Nahuel como los otros buscaban constantemente la oportunidad de escapar de sus captores y volver con sus familias llevando algunos camellos y rifles con ellos. 

Por su parte, los mayores de las comunidades mapuche, al otro lado de la frontera, organizaron su estrategia para atacar y rescatar a sus hijos y nietos. No alcanzaron a trazar una estrategia completa cuando fueron visitados por Ahmed Eljall. El hombre llegó en son de paz, mostrándose vulnerable y sin armas, y aún así casi fue acribillado por los lonkos. Sin embargo, le fue permitido entregar su mensaje. Le contó a los ancianos y adultos todo lo que ya le había contado a los jóvenes, y usó la misma magia del baúl de humo. Luego de que el extraño visitante se hubo ido, Los mayores decidieron esperar, mostrarse dispuestos a apoyar al ejército del Califato si era necesario y ver que ocurría durante la batalla para aprovechar alguna eventual oportunidad. 

El entrenamiento fue calculado para terminar el día anterior a la llegada de las naves. Practicaron la manera de montar los camellos mientras disparaban y cómo montar y desmontar los rifles en el ectoplasma magnético de los camellos. Nahuel se sentía cómodo sobre su animal, aunque no estaba cómodo rodeado de soldados musulmanes que seguramente mandarían a los mapuche al frente como carne de cañón. Tampoco estaba alegre por no poder haber hablado mucho con su amiga Kelleñu. Los árabe insistían en separar a hombres de mujeres por temas de su cultura, aunque no tenían reparos en enviar a mujeres mapuche a la guerra, mientras las mujeres árabes se quedaban en sus hogares, esperando que sus esposos volvieran de la guerra. 

A la distancia, Nahuel vio que Kelleñu montaba su camello y disparaba su rifle pulverizando blancos móviles más rápido que cualquiera. Era la más hábil en el campo de entrenamiento, incluso mejor que los mismos soldados árabes que les llevaban años de entrenamiento de ventaja. 

Al final de la jornada comieron una cena más generosa que las anteriores y se fueron a los camarotes temprano para despertar descansados para la batalla. Obviamente ninguno durmió bien. Pasaron largo tiempo conversando sobre lo que ocurriría al día siguiente. ¿Realmente querían combatir por el reinado de un Califa que no tenía nada que ver con ellos y vivía al otro lado del mundo? ¿Qué era esa democracia de la que hablaban? Tal vez era mejor elegir al supremo líder en vez de seguir a un Califa que no era elegido por nadie. Pero, ¿cómo iba a ser eso mejor que la forma de vida de la gente de la tierra, donde las comunidades tenían líderes sabios y las jerarquías tenían pocos escalones hasta la cima, donde la gente mantenía una relación directa con la naturaleza y la preservación del equilibrio natural era asegurada por el desprecio a los imperios y su extracción desmesurada de recursos? Ninguna de estas preguntas tuvo respuesta, pero antes de dormir, cada uno tenía un conflicto en su corazón y el deseo de libertad que podría venir en medio de una batalla sin precedentes. 

***

El ejército del Califa Estaba formado en una gran explanada cubierta de pasto y rodeada de árboles. Frente a ellos no había nada, pero por alguna razón sabían que debían mirar hacia el norte. En la primera línea estaban los jóvenes mapuche, como era de esperar, pero pronto llegaron tanques  de ectoplasma a ponerse delante de ellos. Eran unas moles de un material que parecía vapor verdoso que se movían lentamente y tenían un cañón en la parte del frente. A través del vapor se podía ver al piloto que estaba sentado, pero parecía flotar en medio del mecanismo semi material. La atención de Nahuel estaba puesta al frente, desde donde supuestamente vendría el enemigo, pero también en todas las otras direcciones. No confiaba plenamente en sus compañeros de batallón árabes, además, varias filas detrás de él estaba Kelleñu, y ya pensaba en alguna manera de encontrarse con ella durante la batalla para protegerla… o que ella lo protegiera a él. 

La atención de Nahuel tuvo que volver hacia el frente… y hacia el cielo. Las nubes que cubrían el sol se comenzaron a abrir para dejar que avanzara un enorme platillo color cobre que flotaba lentamente rodeado de lo que parecían millones de mecanismos robóticos. Uno de los pilotos de los tanques recordó que antes habían visto más platillos. 

—¿No eran más naves las que venían? —preguntó sin esperar respuesta. 

—Están en otras partes del mundo —contestó Ahmed desde adelante, nadie había reparado en que él se había puesto incluso delante de los tanques—. Esta misma batalla se está librando en todas partes. 

La enorme nave descendió lentamente hasta que repentinamente se detuvo. Los mecanismos metálicos que la rodeaban hicieron lo mismo. La nave abrió una escotilla en su parte inferior, desde donde surgió un brazo mecánico con un aparato circular dorado. Todos los soldados y los tanques apuntaron sus armas hacia este, pero no dispararon, esperando la instrucción del general Ahmed. Del aparato dorado surgió una voz zumbante. 

—Hemos venido a liberarlos de sus opresores, pueblos de la tierra —comenzó hablando en árabe—. Nosotros, la raza superior de androides del planeta TEKSYN traemos la democracia a este planeta. YA no tendrán que someterse a los designios de un Califa impuesto por una dinastía. Les daremos la posibilidad de elegir entre varios candidatos de la raza de androides, quienes les ofrecerán planes de gobierno que representen sus intereses…

—¿Por qué no nos pueden liderar nuestros lonkos? —sonó la voz de Kelleñu, siempre suspicaz, detrás de Nahuel. La voz zumbante siguió como si nada.

—Les damos ahora la opción de unirse a nuestro bando y promover la democracia en sus territorios. De lo contrario, serán vistos como enemigos y serán exterminados junto con el ejército del Califa. 

Luego hubo silencio. Dentro de las mentes de algunos hubo algo de duda, pero nadie hizo nada. Se quedaron ahí esperando a que algo sucediera. Luego de un par de minutos, la voz volvió a sonar. 

—Han decidido su destino, el ejército será eliminado y los civiles y sobrevivientes vivirán bajo el sistema democrático de TEKSYN. 

Inmediatamente los mecanismos metálicos descendieron a gran velocidad. A medida que se acercaban se podía notar que eran delfines voladores, como los que habían visto semanas atrás en la proyección de Ahmed. Sobre ellos había robots humanoides. Tenían la misma forma de un humano, pero eran metálicos, como esqueletos humanos reconstruidos en titanio con musculatura hidráulica. Se acercaron volando hacia el ejército terrestre, y este, tras la orden de Ahmed Eljall comenzó a correr, hacia adelante disparando sus rifles hacia los veloces enemigos. Los tanques dispararon hacia los enemigos voladores, destruyéndolos por decenas con cada disparo. Pronto los tanques quedaron atrás debido a su lentitud, y los otros, montados en sus camellos avanzaron disparando a sus enemigos, haciéndolos caer o explotar en el aire. Aún así, los delfines voladores eran muchos y seguían avanzando. Pronto lograron pasar por encima de los jinetes y no dispararon ni una sola vez. Simplemente siguieron su camino hasta los tanques. Súbitamente los tanques fueron sobrepasados por la cantidad de delfines voladores que les disparaban desde sus ojos. El ectoplasma no fue dañado por los láseres, pero los pilotos quedaron reducidos a masas de carne y sangre que flotaban en los tanques inertes. Esto fue suficiente como para detener a algunos jinetes que miraban con admiración y horror. Luego, los delfines voladores que habían pasado al pelotón de jinetes humanos volvieron a atacar, dejando a los humanos rodeados. Rayos caían desde todos lados, mientras los robots atacaban desde sus delfines con lanzas eléctricas. 

Nahuel apenas podía eliminar a los delfines que estaban más cerca, evitando que le pudiesen disparar. Veía como robots y humanos caían por montones. De pronto recordó a Kelleñu y la buscó con la vista. Cuando la encontró se tranquilizó un poco al verla cabalgando en círculo mientras disparaba más rápido que nadie manteniendo a los delfines alejados de ella. Nahuel, reconociendo que sus habilidades no eran como las de ella, intentó pensar en una estrategia que le permitiera sobrevivir y, tal vez ayudar a los suyos. Estaban en desventaja porque los invasores estaban atacando desde arriba, pero Nahuel de pronto supo que podría obtener ventaja del magnetismo de su camello. Corrió hacia una pequeña elevación en el terreno e hizo saltar al camello lo más alto que pudo. Chocó de frente con un delfín y quedaron unidos por el efecto magnético. El delfín perdió el control, mientras su jinete intentaba golpear a Nahuel con la lanza. Ambos forcejearon haciendo que el delfín perdiera aún más el control. Esto sumado al peso excesivo, hizo que se estrellaran contra los árboles del bosque que rodeaba el campo de batalla. El robot y el joven cayeron al suelo, mientras el delfín y el camello se estrellaron contra una araucaria y explotaron. El robot rápidamente se posicionó encima de Nahuel, quitándole la posibilidad de defenderse. Levantó su lanza y lo miró a los ojos. Un sólo movimiento y lo eliminaría. De pronto, en la mirada del robot Nahuel pudo ver duda… compasión. El robot no pudo darle el golpe de gracia y arrojó su lanza. Iba a levantarse cuando encima de él cayó otro delfín, comandado por Kelleñu. EL delfín también explotó en la distancia y Kelleñu quedó sobre el robot. Tenía una lanza en sus manos y la iba a utilizar. Había furia y decisión en sus ojos. El robot la miró con miedo. De pronto soltó un grito con una voz zumbante, pero que innegablemente transmitía miedo. Kelleñu dudó en atacar lo suficiente como para que Nahuel le quitara el arma. 

Le permitieron al robot ponerse de pie. Estaba claramente shockeado. Los jóvenes también lo estaban por lo que acababan de vivir y por el hecho de ver robots por primera vez en sus vidas y ahora este estuviera mostrando emociones. 

—Esta no es mi guerra —fue lo que atinó a decir el robot en árabe. 

—Tampoco es la nuestra —respondieron los otros dos, sorprendidos de estar de acuerdo a pesar de no haber hablado en mucho tiempo. 

Dándose cuenta que estaban lejos del alcance y de la vista de los soldados de ambos bandos, los tres se sentaron sobre la hierba. Observaron la batalla escondidos en el bosque, entendiendo que las bajas de ambos lados eran muchas, y que probablemente ninguno saldría victorioso. 

—¿Por qué han venido?, ¿Cuál es tu nombre? y ¿por qué no seguiste peleando cuando podrías haber matado a Nahuel? —preguntó Kelleñu impaciente. 

—Yo soy sólo un robot más. No tengo nombre, pero soy el número 1800. Sigo las instrucciones de mis líderes. Nosotros los elegimos democráticamente, y luego de que han sido elegidos, hacemos lo que nos ordenan. Así es nuestra democracia, y como nuestros líderes creen que es el mejor sistema, lo hemos ido esparciendo por el universo. Pero, la verdad es que yo siempre vuelo en mi delfín mecánico alrededor de las batallas, y nunca ataco a nadie. Yo voté por el número 50 como líder, pero nunca pensé que quisiera iniciar una guerra intergaláctica. 

—Pero si no quieres combatir, ¿por qué estás en el ejército? —Nahuel no terminaba de entender.

—Es lo que debemos hacer. Obedecemos a nuestros líderes en todo. Por eso los elegimos. 

—Eso no tiene sentido —Kelleñu no quería saber más de democracias ni de Califatos—. Deberían dejarnos tranquilos. Los robots y los árabes. Que se vayan a sus territorios y nos dejen en paz. No quiero esa tecnología ni su magia. Quiero vivir en paz con la naturaleza y con mi familia —recordó a sus padres y casi rompió en llanto, pero no quiso mostrar debilidad frente al robot. 

—Si fuera por mí, nos iríamos. 

—Habla con tus compañeros, ¿Cuántos están realmente de acuerdo con invadir otros planetas? Rebélense contra ese tal 50. 

—Eso sería antidemocrático…

—¡Suficiente! —Kelleñu ya no aguantaba más esos conceptos abstractos que justificaban la guerra. 

—Creo que tienen razón —contestó 1800.

Se sentó con sus piernas cruzadas y su cabeza se abrió, dejando que se asomara una antena metálica. 

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Nahuel.

—Estoy comunicándome con todos mis compañeros —1800 tenía sus ojos cerrados—. No tengo instrucciones ni comandos, que es lo que casi siempre enviamos con nuestras antenas, pero tengo preguntas. Muchas preguntas, y no sé las respuestas. 

Kelleñu y Nahuel no pudieron seguir observando a 1800 mientras meditaba, ya que desde detrás de ellos llegó un grupo de mapuche. Eran alrededor de cincuenta jóvenes que habían escapado de la batalla. Junto con ellos estaban los ancianos, los lonkos y machis. Con ellos traían un cofre que habían robado a los árabes. Habían ido a su rescate y, si bien fue menos de la mitad quienes sobrevivieron, estaban felices de no haber perdido a una generación completa. Entre los lonkos estaba el padre de Kelleñu, quien la abrazó mientras lloraba de alivio. 

De pronto repararon en el robot que meditaba y quisieron dispararle, pero Nahuel y Kelleñu los detuvieron. Al parecer 1800 podía ayudar. En efecto, su acción tuvo repercusiones en los otros robots que comenzaron a hacer que los delfines aterrizaran, algunos en medio del campo de batalla, otros en los bosques alrededor. Los árabes siguieron atacando y destruyeron algunas decenas hasta que se dieron cuenta de que no se defendían. Muchos soldados se detuvieron, observando con confusión hacia el enorme platillo en el cielo en espera de algún ataque sorpresivo, pero nada ocurrió. 

Desde la cima de un montículo de chatarra de delfines y robots, Ahmed rió desafiante hacia el platillo. 

—¿Ya se rinden? —gritó, saboreando una victoria anticipada. 

Los robots en el campo de batalla y alrededores meditaban con su antena hacia arriba. Ahmed, a diferencia de los demás soldados, siguió disparando hacia los robots inactivos, hasta que la voz de la nave se escuchó nuevamente. 

—No crean que caeremos tan fácil. Aún nos queda algo más. 

Abajo de la nave comenzó a abrirse un portal a otra línea temporal en un universo paralelo. Parecía una ventana flotando en el aire que crecía cada vez más. Al otro lado aparecía un hombre en un escenario rodeado de personas que hacían sonar instrumentos que nadie había visto jamás. El hombre, con barba y cabello largo oscuro y ondulado cantaba en español, una lengua desconocida para todos los que estaban en el campo de batalla. 

Mujeres!

Lo que nos pidan podemos

Si no podemos no existe

Y si no existe lo inventamos

Por ustedes

Mujeres!

Eran las palabras que inundaban el lugar al ritmo de una música deleznable que obligó a todos a taparse los oídos. Los robots, insensibles ante la música seguían compartiendo preguntas sin respuestas y especulando soluciones en sus mentes intercomunicadas. El platillo descendía lentamente al tiempo que brotaban cañones desde su parte inferior, listos para destruir todo. Mientras todos los soldados árabes y los mapuche se tapaban los oídos y se arrojaban al suelo, Ahmed corrió hasta una trinchera muy atrás, soportando el horror de la música al tiempo que sus oídos sangraban. Al llegar a la trinchera extrajo un baúl y lo abrió rápidamente. Desde él surgió una nube enorme donde se proyectó la imagen de otro universo paralelo y otra línea temporal. En ella aparecía otro hombre cantando. Este era atlético, moreno y se movía con una energía incomparable en el escenario. 

Fiesta en América, fiesta en América

Fiesta en América, fiesta en América

Hoy corren malos tiempos ya lo sabes buen amigo

La guerra y la mentira no parecen terminar

Lo cierto es que de pronto sin saber cómo ni cuándo

Lloraron las guitarras entonando una canción

Millones de latinos con un solo corazón

Las palabras surgían de la nube junto con una música infernal, quizás más despreciable que la del otro cantante. Los robots comenzaron a revolcarse en dolor, tomando sus antenas con sus manos. La nave perdió el control rápidamente y comenzó a caer. Al estrellarse las dos músicas se detuvieron. Ahmed, convencido de su victoria, cerró el baúl y se acercó a la nave para observar a su enemigo derrotado. Desde las ruinas de la nave surgió un robot mucho más grande que los otros. Medía unos seis metros y tenía rifles incorporados en su torso, además de parlantes enormes. Ahmed lo enfrentó desafiante, pero el robot lo detuvo con más música deleznable que venía de los parlantes. Nuevamente todos los humanos se lanzaron al suelo cubriéndose los oídos. El robot enorme tomó a Ahmed con una mano mientras avanzaba por el campo de batalla acribillando soldados humanos. Ahmed sangraba por sus oídos, muriendo lentamente mientras veía a su ejército siendo destrozado. 

En el bosque todos se cubrían los oídos desesperados, pero Nahuel pudo pensar en algo. Se arrastró hasta el baúl que habían tomado los lonkos y leyó que sobre él decía “música infernal” con caracteres arábigos. Pensó que si era infernal para los árabes podría ser mejor que lo que había salido del otro baúl. Abrió el baúl y de él surgió una nube más grande que la de ningún otro baúl mágico. Esta se elevó por sobre el bosque y en ella apareció un hombre pequeño y delgado en un escenario. Era menudo, pero su energía llenaba todo el espacio. Cantaba apasionadamente levantando su mano izquierda haciendo un extraño símbolo. Su mano parecía empuñada, pero levantaba sus dedos índice y meñique. La música era hermosa y terrible a la vez. Era tan poderosa que hacía vibrar el suelo y los árboles y no permitió que se escuchara más la otra música. 

Power, power it happens every day

Power, devour all along the way

Oh no, move me out of harm

I need a spell and a charm

And fly like the wind

I’m no pawn, so be gone, speed on and on

Kill the king

Eran las palabras que decía la voz estridente en otro idioma que no entendían, pero aún así inspiraban a atacar mucho más que antes. Los robots interrumpieron su meditación una vez más, pero esta vez no fue para retorcerse en dolor. Todos abrieron sus ojos al mismo tiempo. 

—Encontramos una respuesta —dijeron al unísono en lenguaje binario. 

Se pusieron todos de pie, volvieron a montar sus delfines y volaron hasta donde estaba el robot enorme con Ahmed agonizante. Dispararon, atacaron con sus lanzas, golpearon y luego se dispersaron. En el lugar quedó una masa de metal, cables y piezas hidráulicas mezcladas con carne, sangre y huesos. Los robots, luego se elevaron muy alto en el cielo y volaron hacia el horizonte. Antes de desaparecer se escuchó que todos gritaban “Kill the king”, algo que ninguno de los humanos sobrevivientes en el campo de batalla pudo entender. 

Robot asesino en el campo de batalla.

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***

Nahuel despertó con los rayos de sol que se derramaban suavemente sobre su rostro. El suave calor lo hizo levantarse con la certeza de que el frío invierno estaba terminando. Se levantó con calma y desayunó con su madre que preparaba piñones en una olla al medio de la ruca. Le dio un beso a su madre y su padre y salió al campo. Afuera se encontró con su amigo 1800 y su amiga Kelleñu. Juntos recorrieron el campo, se aseguraron del buen estado de las siembras y los animales. 1800 hizo mantención a las máquinas eólicas y solares, Kelleñu se dirigió al prado donde corrían los camellos fantasmas para enseñar a los jóvenes el arte de montar animales de ectoplasma, y Nahuel fue a la escuela a enseñar a los niños los idiomas mapudungún, árabe y binario. 

Al final de la jornada, se reunieron con más amigos, algunos mapuche, otros árabes y otros robots, aunque las diferencias ya no importaban mucho. Tomaron araq, muday y aceite fermentado. También cantaron canciones que recordaban los oscuros tiempos en que debían obedecer a Califas o robots de seis metros.

FIN

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