Breve visita al foso

El ojo izquierdo de Mishka se posó sobre la mira de su rifle energizado por Unbinilio. Ya había identificado las ventanas donde debía disparar. Había tres guardias que protegían la habitación de Lanika, cada uno con un recorrido diferente que pasaba por tres ventanas. Miska se mantuvo recostada por casi una hora a la orilla de un risco, apoyada en sus dos manos inferiores para mayor estabilidad, mientras sus dos manos superiores afirmaban el rifle con seguridad. Una vez que memorizó el recorrido de los guardias supo cuándo disparar. Tenía que actuar rápido para ingresar antes de ser detectada. Disparó, un guardia cayó. Luego, un segundo disparo y cayó otro guardia. El tercer guardia interrumpió su recorrido alertado, pero Mishka anticipó su falta de cuidado, y apenas este comenzó a correr por un pasillo, una bala atravesó por la segunda ventana. El guardia cayó con un orificio que cruzaba desde una sien a la otra.

Mishka se preparaba para levantarse cuando percibió algo. Era un instinto que le daba la ventaja en muchas situaciones límite. La ayudó a vivir en la selva púrpura, cazando y evitando ser cazada. También le fue vital en el momento de escapar de su cautiverio en la mina de Unbinilio. Ahora sabía que alguien le estaba apuntando, y antes que le dispararan, ella giró su rifle y vio la silueta de un guardia escondido tras una cortina. Apretó el gatillo e inmediatamente el guardia murió. Mishka ya corría hacia el edificio de piedra cuando la sangre del tercer ojo del guardia todavía no tocaba el suelo. 

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Las gruesas y atléticas piernas de Mishka, entrenadas por el trabajo forzado en la mina de Unbinilio y la vida en la selva, la llevaron a gran velocidad por la pendiente. La hierba violeta rozó los rápidos pies que impulsaron a Mishka hasta casi llegar al segundo piso del edificio.  Desde ahí, Lanika y su padre solían observar a los esclavos trabajando en la mina, mientras disfrutaban su vida de aristócratas. Mishka había estudiado sus rutinas y sabía que debían estar ocupados en este momento. Las cuatro manos de Mishka se aferraron, cada una de una roca diferente del muro. Aprovechando el impulso del salto, siguió rápidamente trepando, tal como había visto a los felinos de seis patas en los árboles, y alcanzó el tercer piso. Entró por una ventana rota y se preparó para terminar su misión antes de que llegaran más guardias, alertados por el ruido. 

Con el rifle en la espalda corrió por el pasillo y giró en la tercera puerta. La ubicación de su objetivo tenía que ser esa. Los días de observación lo habían confirmado. Golpeó la puerta con su hombro y esta cedió con mayor facilidad de lo previsto. Cuando entró se encontró con algo que ni siquiera su sentido de anticipación le pudo advertir, tal vez porque en realidad no significaba un peligro importante, pero la imagen fue suficiente para inmovilizar a la rebelde y decidida Mishka. Ahí estaba, pequeña, delgada y pálida, con piel celeste que contrastaba con el verde oscuro de Mishka. Era Lanika, quien había denunciado la insolencia de Mishka y la había hecho ejecutar, intentando acabar con su vida, pero dándole su única oportunidad para escapar. Estaba sentada sobre su cama, aunque a esa hora debía estar en su lección de aritmética. Tal vez un imprevisto la hizo volver a su habitación, haciendo inevitable el reencuentro. 

Los tres ojos de la joven celeste se clavaron en los dos ojos de la atlética y verde mujer que entraba por sorpresa en el lugar que hace segundos parecía seguro. Cualquier observador de otro planeta habría encontrado más similitudes que diferencias entre ambas mujeres, e incluso podría inferir acertadamente que se trataba de miembros de la misma especie. Sin embargo, la existencia del tercer ojo parecía suficiente como para que quienes lo poseían se sintieran superiores y esclavizaran a los de dos ojos. Más se sorprendería el espectador distante si supiera que el tercer ojo era, al parecer, un vestigio evolutivo, sin utilidad para la visión ni la percepción. 

Todo el rencor de Mishka se concentró en su mirada. Podría matar a la estúpida niña en un segundo con su rifle, o aún mejor, podría propinarle una muerte lenta con sus propias manos. No lo hizo sólo porque podría traer represalias contra sus amigos que  aún estaban atrapados y siendo obligados a trabajar. Su instinto le decía que no debía asesinarla… no por ahora. Este día su misión era la caja. Sin embargo apuntó el rifle hacia la joven y profirió su advertencia. 

—No me conviene matarte ahora, maldita. Pero si intentas hacer algo te disparo, y ya has visto lo rápida que soy.

Sin dejar de apuntar, con su brazo inferior izquierdo, Mishka alcanzó el tercer cajón de un mueble a su lado. Lo abrió lentamente, y sólo con el tacto encontró la caja que buscaba. La tomó y se retiró caminando hacia atrás, sin dejar de mirar a su declarada enemiga. 

—Tu tercer ojo todavía se ve falso —dijo como despedida antes de cerrar la puerta y correr por el pasillo. 

Mishka vio por la misma ventana donde había entrado y vio que abajo ya se congregaban varios hombres armados. Algunos torpemente intentaban trepar hasta la ventana. En el otro extremo del pasillo estaba la escalera, desde donde venía el ruido de muchos pasos. Esto sólo le dejó una opción a Mishka, quien corrió hasta la ventana que daba hacia el foso y saltó por ella. Este era el camino que menos quería tomar, pero parecía su única opción. Cayó por varios metros hasta aterrizar sobre un montón de tierra. Frente a ella, cientos de personas de dos ojos y cuatro brazos picaban la tierra y llenaban carretillas. Todos afirmados al suelo con cadenas y grilletes. Había poca vigilancia, pero el perímetro estaba cercado por un muro enorme coronado con alambre cortante. 

La multitud esclavizada comenzó a vitorear y gritar su nombre. Todos veían a una salvadora, pero ella era sólo una esclava que aprovechó su oportunidad de escapar, y ahora volvía sólo para buscar algo que le pertenecía. No venía a salvar a nadie. No podría ella sola. Sin soltar su caja, simplemente corrió, intentando ignorar los rostros y las voces que le suplicaban que cortara sus cadenas, como si ella tuviese fuerza sobrenatural. Algunos rostros eran conocidos, lo que le rompía más el corazón. Una bala zumbó por arriba de su cabeza, luego otra pasó cerca de su espalda. Los cuatro vigilantes del perímetro estaban intentando detenerla desde sus puntos de vigilancia, pero ella simplemente corría. De pronto su instinto la hizo detenerse. Paró de golpe y una bala pasó rozando su pecho. De no haberse detenido le habría llegado… y habría evitado que le llegase el disparo a un hombre que estaba a su lado. Lo miró y quiso ayudarlo, pero debía escapar. Era eso o volver a la esclavitud. Siguió su camino a toda velocidad hasta llegar extremo norte del muro. Ahí saltó apoyándose en un montículo de piedras y cayó sobre el alambre cortante. Sintió como las puntas se enterraban en su estómago y en sus brazos, tal como la vez anterior que había escapado, aprovechando que la llevaban sin grilletes para ser colgada en el medio de esa misma excavación. 

Cuando ya intentaba pasar hacia el otro lado, cuatro manos se tomaron de su pie izquierdo. Se desestabilizó y casi soltó su caja. Miró hacia abajo y ahí había un niño suplicante, que de alguna manera había logrado sacarse los grilletes. Detrás de él, una mujer mayor gritó:

—¡Llévatelo por favor!

Sin tiempo para pensar, Mishka simplemente levantó su pierna con toda su fuerza. El niño subió con ella y ambos cayeron de espaldas al otro lado. Antes de levantarse ella apuntó su rifle desde el suelo hacia el vigilante de la izquierda, que les estaba apuntando. Disparó más rápido que él y acto seguido fusiló al del otro lado. Luego se levantó, tomó al niño y la caja, y corrió la corta distancia que los separaba de la selva. 

Algunos guardias los buscaron por algunas horas, pero la selva era el territorio de Mishka. Jamás los encontrarían ahí.  

***

—Todos hablan de tí. Eres un ejemplo a seguir —contó Rashid, el niño, a Mishka, una vez que pudieron sentarse a descansar. 

—No han seguido muy bien mi ejemplo. No he visto a nadie más en la selva —contestó ella cortante, mientras revisaba los cortes en sus brazos. 

Ambos estaban sobre una rama del árbol más alto, observando el verdoso cielo del atardecer. Enormes y peludos mamíferos volaban en lo alto. 

—No todos pueden usar el tercer ojo como tú. 

—¿De qué hablas? Si yo tuviera tres ojos habría nacido libre. Mira, tengo una frente lisa como tú. 

—Madre dice que tienes el tercer ojo de verdad, el que te da información cuando la necesitas. Por eso pudiste dispararle a los vigías antes que ellos a tí. Madre dice que yo también tengo esa capacidad. Creo que tiene razón. Por eso pude robar la llave de mi grillete y usarla cuando venías corriendo. Madre dice…

—Deja de hablar de ella —interrumpió Mishka amargada—. Seguro se van a desquitar con ella por tu escape. 

—Lo se. Por eso tenemos que ir a ayudar a los demás a escapar —el pequeño seguía tranquilo a pesar de lo hostil de su rescatista—. Tenemos que usar nuestra habilidad por los nuestros.

—Somos sólo dos, y el foso va a estar mucho más vigilado desde ahora. 

—Lo sé… y todos lo saben. Pero ya se están organizando. En otros fosos también se están organizando para combatir a las familias esclavistas y luego al gobierno central. 

Mishka miró a Rashid en silencio. Ya sabía su nombre sin preguntárselo. Un futuro turbulento parecía acercarse ante sus ojos. Pero antes valía la pena disfrutar un momento de paz. Abrió la caja de madera que no había soltado a pesar de todo el ajetreo y la puso entre los dos. Rashid la miró. Había cuatro pastelillos rosados y esponjosos esperando en total tranquilidad al interior de la caja. 

—Kuchtex —el pequeño levantó sus cejas—. Nunca los he probado. ¿valdrá la pena todo el riesgo?

—Créeme que sí, niño. 

Ambos sacaron un pastelillo y mordieron al unísono. Rashid cerró sus ojos y por primera vez en su vida sintió placer al comer. 

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