Panóptico

   1. adj. Dicho de un edificio: Construido de modo que toda su parte interior se pueda ver desde un solo punto. U. t. c. s. M.

El tiempo es relativo. Eso escuché una vez, y creo que cuando me lo explicaron de manera abstracta, pude entender más o menos la idea. Pero la verdad, ese tipo de nociones se logran comprender tal vez de manera completa cuando el cuerpo las experimenta en su propia carne. Y es que es relativamente fácil comprender que, debido a las diferentes fuerzas que coexisten en el universo, el tiempo en la tierra transcurre de manera diferente que en otro sistema solar, o en la proximidad de una estrella de gravedad muy superior, o moviéndose a una velocidad mucho mayor. Sin embargo, fenómenos mundanos como la luz de una estrella ocultándose tras una montaña o el arbitrario movimiento de una manecilla alrededor de un círculo con números sobre la pared, nos mantienen conscientes de que el tiempo transcurre con regularidad, a pesar de ser relativo. Es sólo cuando esos recordatorios del paso del tiempo son removidos, que la ilusión desaparece… y nuestra mente sufre las consecuencias. 

Cuando entré en la celda mi mente estaba relativamente sana. Al menos podía distinguir realidad de ficción, y el día de la noche. Pero una vez que cerraron la reja comenzaron con la tortura que terminó por trizar mi espíritu. Paredes blancas alrededor de la habitación, techo y suelo del mismo color, ninguna ventana, y al frente, una reja del mismo tono de blanco permitía ver el enorme espacio vacío de la prisión, y en medio de esta, la torre. Esa era la pieza fundamental del panóptico. La prisión estaba llena de celdas, tal vez unas miles, repartidas en muchos niveles, pero la distribución no permitía contacto visual entre ellas, lo único que los convictos podían ver era la torre, desde la cual se podía ver todas las celdas, con ventanas protegidas que no permitían ver al francotirador desde afuera. Y es esa constante e incierta amenaza del francotirador la que obligaba a los presos a no moverse de su lugar. 

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Una vez adentro tendría que esperar, nada más. Sólo esperar a que un juez decidiera una condena o a que alguien le convenciera de mi inocencia. Sin una condena definitiva no existía ningún castigo legal al cual someterme. Supongo que por eso fue que los policías, convencidos de mi culpa, quisieron hacerme esperar en el panóptico, entre tres paredes blancas y con una luz encendida durante todas las horas que componen el día y la noche. 

Creo que las comidas llegaban regularmente, lo que hacía que tuviera cierta noción del tiempo. Me imagino que la frecuencia era de dos comidas diarias. Pude contar diez días con este régimen, aunque no sabía cuando era día o noche, dormía después de comer y me imaginaba que eran doce horas las que transcurrían entre comidas. No veía a quien me alimentaba, me imagino que también era parte de la tortura bloquear todo contacto humano. Cuando mi cuerpo acostumbrado al ciclo diario sentía hambre, anticipaba la llegada del guardia, tal vez añorando ver un rostro humano, aunque fuese hostil. Pero nunca logré verlo, sólo alcanzaba a ver una sombra que se acercaba desde el pasillo, pero luego lanzaba una caja con el alimento, la cual aterrizaba frente a la celda, obligándome a estirar mi brazo para alcanzar el alimento que siempre era el mismo: una papilla blanca sin sabor. 

Obedientemente, siempre dejé la caja de vuelta en el pasillo, y la retiraban cuando dormía. En un momento quise quedarme con la caja, no se si para tener algo para estimular mi cerebro o para obligar al guardia a entrar a buscarla. Finalmente desapareció mientras dormía. Esa vez intenté mantenerme despierto para poder observar mi nueva adquisición, pero eventualmente el sueño me venció, como siempre. Al despertar mi caja ya no estaba. 

Ese primer acto de desobediencia fue correspondido con la simple desaparición de la caja. El castigo siguiente fue mucho más severo. Cuando llegó la primera comida del día doce, me acerqué a recibirla y alcancé a ver el movimiento de una mano a mi derecha. Al parecer, una descoordinación entre los guardias hizo posible una ínfima interacción entre dos reclusos. Mi vecino seguramente también vio mi mano, por lo que, unas horas después de que se llevaran mi caja, escuché un vidrio rebotar frente a mi celda. Inmediatamente lo tomé, aunque al momento de hacerlo, sentí intenso temor. ¿Qué pasaría si me veían desde la torre del panóptico? La torre se mantenía misteriosa frente a mi celda y a todas las celdas del lugar. Ningún preso era capaz de saber hacia donde miraba el vigía o si es que había uno, pero era posible que estuviésemos siendo observados a cada segundo. Me quedé enrollado contra la pared observando lo que tenía en mi mano, que resultó ser un trozo de espejo quebrado. Cómo el reo del lado llegó a obtenerlo, siempre será un misterio, pero me permitió ver mi rostro por primera vez en días. No había nada inusual, salvo una barba que no acostumbraba a dejar crecer, pero me resultaba muy poco familiar lo que veía. De pronto, la necesidad de ver otro rostro humano, la cual se había mantenido constante pero no muy apremiante, se volvió urgente. Ver mi rostro, me recordó que llevaba días sin ver a nadie más. Tal vez había pasado tiempos mucho mayores sin ver a nadie más durante mis viajes a regiones inexploradas o remotas, pero el hecho de estar en una habitación completamente blanca y sin una fecha de salida, hacía que la necesidad de ver una cara se volviese insoportable. 

Olvidando la presencia de la vigilancia constante, me acerqué a la reja y saqué mi mano derecha hacia el pasillo sosteniendo el espejo. En él vi reflejado el pasillo, las rejas de varias celdas y finalmente, luego de ajustar el ángulo, otra mano sosteniendo otro espejo. Ví que la persona que lo afirmaba también intentaba sostenerlo en un ángulo que permitiera que nos viéramos mutuamente. De pronto pude verlo. Entre mi mano temblorosa y la de él pude adivinar la forma de su rostro, los ojos, la nariz, boca y otros rasgos. Era un rostro anguloso, oscuro, con una nariz fina y ojos azules que contrastaban con la piel. Se veía muy maltratado, desnutrido y sumamente sucio, con esa suciedad que sólo surge de la piel cuando no ha pasado por agua durante meses. Ese rostro se veía miserable, y aún así fue capaz de sonreír al verme. Yo correspondí la sonrisa, pero el breve momento de felicidad fue interrumpido por un disparo desde la torre central. La bala del francotirador dio de lleno en mi espejo con quirúrgica precisión. 

Instintivamente me recogí hacia el interior de mi celda, enrollando mi cuerpo alrededor de mi mano. Mientras veía la sangre surgir desde mi piel, tal vez debido al vidrio que explotó en ella, pensaba en lo familiar que me parecía el rostro de mi vecino. Pensé que podría tratarse de una distorsión causada por el aislamiento, pero luego recordé de quién se trataba. El maltrato en su rostro y el temblor de mi mano no fueron suficientes como para impedirme reconocerlo. Se trataba de Isaac Black, cuyo rastro se había perdido hace casi un año. 

Isaac estaba siendo buscado por el gobierno central por supuestos atentados terroristas, principalmente en contra de las instalaciones mineras en el monte olimpo. Según él y su grupo de insurgentes, el ecosistema subterráneo del planeta dependía en gran parte del monte, y la destrucción de este supondría la muerte de miles de especies. Todos pensábamos que había pasado a la clandestinidad, ya que el gobierno supuestamente lo seguía buscando. Pero ahí estaba, en la celda contigua, con claros signos de maltrato y desnutrición. No sé por cuánto tiempo le di vueltas a ese tema en mi cabeza, especulando sobre cómo fue capturado y si tal vez llevaba más de lo que pensaba en la celda, pero de pronto caí dormido. Desperté con el ruido de sus gritos. 

El ruido resonaba perfectamente en mis oídos, apenas apagado un poco por la pared. Eran gritos de dolor y desesperación. Entre los alaridos alcancé a distinguir algunas palabras pidiendo piedad. También pude distinguir algunas voces, pero sonaban confusas entre los gritos de Isaac. De pronto también pude reconocer el sonido de instrumentos metálicos chocando entre ellos. Luego más gritos de dolor. Luego silencio. 

Sentí la necesidad de ayudar, de buscar alguna manera de intervenir. Quise acercarme hacia el pasillo para mirar hacia afuera, pero la visión de la torre central del panóptico me detuvo. Era el ojo que lo veía todo, acusándome, amenazándome. Si me atrevía a desafiar su voluntad y salir de mis límites, sería castigado, como lo estaban haciendo con mi vecino. El panóptico también me decía que la tortura de Isaac era en parte mi culpa. De pronto miré mi mano y me di cuenta que estaba vendada. Con esto, el panóptico me decía que en mis inevitables momentos de sueño ellos podían hacer lo que quisieran conmigo. 

El breve silencio que se había creado fue interrumpido por una risa llena de malevolencia, seguida de la voz de su víctima pidiendo piedad una vez más, pero esta vez cargada de una desesperación inconmensurable. Luego esos gritos se convirtieron en llanto, gritos y llanto mezclados en una cacofonía que culminó en el ruido de gárgaras, como de un líquido espeso que apagaba la voz. Luego un par de risitas apagadas, y finalmente la reja cerrándose y pasos alejándose. 

Luego hubo más silencio y la certeza de la muerte… y la habitación blanca… y la torre mirándome desde detrás de la reja. Las paredes blancas se mezclaban con el techo y el suelo. Y ya no vi más a la torre entre el blanco, pero sentía su presencia vigilante. La ausencia de color y de sonido me envolvieron.

Mi mente debe haberse desconectado debido a la experiencia de escuchar a alguien morir, o debido a la ausencia constante de estímulos. Sólo sé que debo haber estado ausente de mí mismo por un largo tiempo. Poco a poco volví a mi ser, como si mi mente se hubiese deshecho y luego volviera, al mismo tiempo que se reconstruía la realidad a mi alrededor. El blanco eterno reveló algunas sombras. Pude adivinar donde había ángulos. Las paredes volvieron a su lugar, y el techo y el suelo aparecieron. Lo que no volvió fue la reja. En su lugar apareció un marco de puerta, sin reja, ni puerta ni nada. 

Me puse de pie y me acerqué a la salida temerosamente. Sólo llegué a un metro de esta. La torre seguía ahí, aún me encontraba en el panóptico. No quise acercarme más a la torre que vigilaba mis movimientos. Estaba conciente de que no podían verme en todo momento, pero la incerteza sobre cuándo me observaban y cuándo no me obligaba a actuar como si siempre estuviese vigilado. A pesar de tener la salida de la celda justo frente a mi, no quise acercarme a ella. La torre de vigilancia se sentía aún más cerca por la ausencia de puerta o reja, su presencia estaba dentro de la habitación, obligándome a mantenerme cerca de la pared del fondo. El espacio se sentía más pequeño y opresivo. 

Creo que pasaron varias horas en esa nueva celda, aunque mi noción de tiempo ya estaba dañada. Lo que me dio alguna pista del tiempo transcurrido era que mi estómago comenzó a demandar alimento. Esperé a que llegara la caja con comida, pero no pasaba nada. Poco a poco el hambre se volvía más incómoda. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Habían olvidado alimentarme? ¿Tendría que salir a buscar mi ración? 

Esta última pregunta me hizo ponerme de pie y acercarme a la salida de la celda, pero la imagen de la torre central me detuvo. Ni siquiera quise acercarme lo suficiente como para ver una parte del pasillo. Decidí volver a entrar y sentarme, dándole la espalda. No quería sentir su presencia, y el desesperante vacío de la habitación blanca era menos intrusivo que la maldita torre. 

El color blanco volvió a inundar mi mente hasta que eventualmente caí dormido. Desperté con dolor de cabeza y fatiga. Miré alrededor esperando encontrar mi ración de alimento, pero no estaba, sólo blanco, y un rectángulo a través del cual podía ver la torre. Me dejé caer sin esperanzas. Aún no tenía sentencia en mi juicio, pero parecía que me estaban dejando morir de hambre, tal vez un método distinto al que usaron con Isaac, pero con el mismo final. Ambos casos sin una resolución legal, lo cual suena irónico cuando lo pienso. 

Consideré acercarme hacia el pasillo, tal vez recorrerlo y buscar una salida de la prisión. Tal vez el francotirador no estaba mirando hacia mi dirección y podría avanzar hacia la salida. O mejor aún, él me vería y me volaría los sesos de una vez, acabando con esto y ahorrándome la lenta inanición. Pero no pude. A pesar de querer morir por un lado, otra parte de mi ser, encargada de la autopreservación, me obligó a quedarme dentro de la celda, abrazando la pequeña esperanza de que eventualmente llegaría una ración de comida. 

Esta ración llegó eventualmente… ¿o no llegó? El recuerdo vívido de haber comido una deliciosa cena… o almuerzo… o desayuno, mucho más sabroso que los anteriores es innegable, pero las circunstancias me obligan a no creer en mi memoria. Y es que el plato llegó acompañado de un visitante. Simplemente apareció. No recuerdo si estaba mirando hacia la muralla para evitar la visión de la torre o si le vi llegar. Simplemente le vi frente a mí con un plato dorado en sus manos. Era una figura sumamente alta, de largas y gruesas piernas, una cintura marcada y hombros gruesos. Sus brazos delgados y tonificados sujetaban el platillo cubierto de tocino, huevos, vegetales de todos los colores y trozos de carne que sólo se encuentra en la tierra. Sobre su delgado cuello podía verse un rostro de los rasgos más hermosos sobre una piel oscura. Labios gruesos y ojos verdes adornaban la perfecta forma de la cara, coronada por un cabello ondulado que caía sobre los hombros. Desde mi posición, sentado en el suelo, se erigía como una estatua representativa de la hermosura de la humanidad, presentándose ante el universo que estaba dispuesto a explorar… y explotar. 

Quise decirle algo, pero no sabía qué. Finalmente él… o ella… se sentó frente a mí y me ofreció el alimento. Comencé a comer lentamente, sintiendo cada uno de los sabores y las texturas con extremo placer. Algunos sabores eran completamente nuevos, y sólo puedo imaginar que provenían de animales distintos del cerdo, que es lo único que podemos criar en Marte. Luego de que por un momento me sentí sobrepasado por la ola de sabores que me inundó, sentí que necesitaba más y más y más. Y comí cada vez más rápido, como un maldito animal, sin cuidar mi decencia frente al hermoso ser que tenía frente a mí. Ensuciaba y me atragantaba. En un momento estuve a punto de ahogarme y quien me había traído el alimento me ofreció un vaso de agua para poder seguir comiendo. 

Terminé de tragar todo y me quedé medio mareado por la repentina carga de nutrientes. Sentía vergüenza y curiosidad, mientras la persona simplemente me observaba. Su mirada penetrante de pronto entró a través de mis ojos adormecidos y llegó hasta mi mente. Ahí se comunicó conmigo sin palabras. De manera inesperada tuve certezas sobre cosas que nunca había imaginado posibles de conocer. La pequeña porción del espacio conocida por la humanidad encierra incontables certezas, pero aún más preguntas, y por cada respuesta aparecen diez nuevas preguntas, y súbitamente, todas estas preguntas tuvieron respuestas que venían desde las regiones inexploradas. Una ola de dicha inundaba mi alma mientras descubría los misterios del universo, sintiéndome cada vez más cercano a lo que algunos llaman Dios. Pero luego, los misterios revelados me llevaron a nociones indescriptibles sobre la oscuridad inherente en cada fenómeno de luz, y la dicha lentamente se convirtió en horror y en el pavor por la condena inminente de todas las almas que han habitado el espacio. 

Todas las almas inmortales vagaban frente a mis ojos, con el infinito de fondo. Estaban despojadas de sus cuerpos decadentes y se aglomeraban formando una sola masa, una conciencia colectiva que experimentaba todas las emociones posibles en un solo instante. Luego de pasar por todo, lo que quedaba era dolor, sufrimiento constante y eterno. 

¿Era eso lo que esta persona quería que viera? ¿Por qué este extraño mensajero me quería mostrar ese escondido saber? ¿O era sólo el efecto del aislamiento jugando con mi mente? 

La alucinación terminó de pronto, y de nuevo vi la habitación y el hermoso rostro andrógino de mi visitante, pero ahora su cuerpo era diferente. Lo único humano era su cara. El resto era una estructura hecha de círculos concéntricos que giraban en distintas direcciones mientras flotaban frente a mí. Los círculos estaban adornados con incontables ojos que observaban todo. El rostro estaba unido al círculo más grande y no tenía ninguna expresión. Todo parecía estar hecho de un extraño elemento, que sólo podría describir como fuego congelado. La figura luego se elevó hasta el techo, el cual se abrió, dejando caer piedras y ladrillos y revelando la vacía celda que había arriba. Siguió subiendo, hasta que se destruyó el piso superior. En ese momento, el techo de mi celda se volvió a construir, con los mismos ladrillos que parecían volver a sus lugares por voluntad propia. Seguí escuchando cómo se alejaba, destruyendo la cárcel y reconstruyéndola a su paso. 

Quedé solo en la habitación nuevamente, dudando sobre la realidad de lo que había presenciado. Tal vez era el hambre o el aislamiento lo que me hacía tener esas visiones. Pero lo que sabía era que no me importaba más lo que hiciera la torre del centro. La miraba desde mi celda de puerta abierta, y ya no tenía miedo. 

Luego de ver y sentir el destino de las almas del universo, el valor de mi existencia y de lo que pudiera hacerme el francotirador era mínimo. Cualquier cosa que ocurriera, por más extraordinaria que fuera, no era más que una ínfima partícula de pintura en el lienzo eterno del universo experimentándose a sí mismo. Lo único que podía hacer en ese momento era algo que le diera un sentido a mi existencia. La pasividad, aunque más lógica y conducente a mi auto preservación, no tenía sentido. Sólo podría salir caminando por el marco de la puerta, y si moría por un disparo del francotirador o torturado por los agentes de la cárcel, sería mejor que esperar sin hacer nada y salir de ahí vivo. 

Salí de la celda esperando recibir un disparo, pero nada ocurrió. Al fin pude ver alrededor y darme cuenta de que eran miles de celdas las que rodeaban la torre. Estaban dispuestas en incontables pisos. Desde el pasillo podía ver mucho más, aunque aún no podía ver hacia dónde podría encontrar una salida. Caminé por el interminable pasillo circular frente a incalculables celdas vacías, esperando el disparo, hasta que llegué a una escalera. Casi la pasé de largo, ya que estaba muy disimulada en la pared blanca. Me acerqué a ella, pero no sabía si subir o bajar. Sólo podía ver interminables pisos en ambas direcciones. La lógica decía que la salida del edificio estaría abajo, pero recordé que la criatura que me visitó se había alejado hacia arriba, así que subí. Luego seguí subiendo, y después un poco más. No sé cuántos pisos subí, pero sentí de pronto que mis piernas ardían y que las energías se me acababan. Había intentado mantener un ritmo rápido, pero luego tuve que bajarlo, hasta que me detuve. 

Sentado en un escalón miré nuevamente hacia la torre de vigilancia. Ahí estaba esperando, sin dispararme aún. Y entonces ví, luego de acostumbrar mi vista por un momento, que había varias ranuras en el acero que la cubría. Seguramente por ahí vigilaban a los reclusos y asomaban sus rifles. Desde una de las ranuras brotaba una mancha roja muy oscura. Esto le agregó urgencia a mi marcha, no sé por qué. Pero me levanté y comencé a correr escaleras arriba, tal vez intentando alcanzar a quien fuese responsable de esa mancha que goteaba un líquido espeso y quizás aún tibio. Cuando mis piernas ya amenazaban con rendirse me encontré de golpe con una escotilla en el techo. Al fin había llegado al final de ese maldito edificio penitenciario. 

Abrí fácilmente la escotilla, que estaba mal cerrada. Emergí al otro lado en un patio de ladrillos rojos. El color parecía capaz de marearme luego de haber vivido rodeado de sólo blanco. Sobre el patio había una cúpula transparente que revelaba el vasto universo, sus estrellas, planetas, y más importante, mi planeta natal, a sólo unos miles de kilómetros. Sólo en ese momento me di cuenta de que había pasado mucho más tiempo inconsciente y tal vez sin alimentación apropiada. El planeta rojo flotaba frente a mí como burlándose, tan cerca, pero imposible de alcanzar. Y yo estaba en Deimos, probablemente solo y olvidado. 

Creo que perdí un poco el conocimiento. Puede que mi cuerpo haya decidido rendirse y al fin descansar luego de ser tocado por otra persona. Y es que alguien me tomaba del brazo. Me di vuelta y vi a una mujer vestida con un uniforme de la milicia informal. Era de un color verde característico, pero estaba adornado con parches que quitarían cualquier tipo de uniformidad con otros de su tipo. Detrás de ella había varios más con ropas similares. Alcancé a ver que iban hacia un vehículo interplanetario, parecido a los que llevan mineral desde Marte hasta la Tierra, pero tenía muchas modificaciones. En una camilla, dos hombres llevaban a Isaac Black en terribles condiciones… pero estaba vivo. Creo que escuché a la mujer gritar a los demás “¡Hay uno más!” y creo que los vi darse vuelta y mirarme con suma sorpresa, como si yo no debiese haber estado ahí. La mujer me obligó a caminar hacia el vehículo hasta que no pude más. 

Luego de un momento de oscuridad vi que estaba en la nave, alejándome de la pequeña cúpula que contiene el oxígeno en Deimos. Estaba rodeado de varias personas muy rudas. Me miraban con algo de risa. Uno de ellos, cuyo uniforme tenía los parches más coloridos, se me acercó y me dijo “Parece que vas a unirte al movimiento. Es eso o sales a flotar al espacio”. 

Eso ya fue hace bastante tiempo. Cuánto, no lo sé exactamente. Ya dije que el tiempo es relativo. Especialmente cuando lo has pasado envuelto en hechos extraordinarios. El tiempo que ha transcurrido luego del encierro ha estado plagado de hechos horribles, persecución, batallas, muertes incontables, pero ha sido mejor que una espera interminable. 

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