Cassette. Parte 1.

Una modesta calle de un barrio residencial de Santiago, poco a poco se llenaba con la abominable y misógina melodía monocorde del reggaetón. A pesar del alto volumen y del poderoso subwoofer que potenciaba las insistentes frecuencias graves, los ancianos vecinos no se daban por aludidos. La avanzada sordera de la mayoría les permitía dormir plácidamente sin enterarse. Todo aquel en el barrio que no tuviera deficiencia auditiva estaba en la casa de la fiesta, donde se celebraba el cumpleaños de alguna adolescente. Sólo a algunos les importaba la cumpleañera. La mayoría estaba ahí por el alcohol, la comida, algún eventual porro y la eterna promesa de encontrar una pareja sexual transitoria. Mientras todos disfrutaban de la oscuridad, la fuerte música y las sustancias que adormecían los sentidos y las inhibiciones, un par de quinceañeros se refugiaba de la imbecilidad y el sinsentido de sus amigos para sumergirse en otro tipo de decadencia. Una más rebuscada.

Los dos adolescentes, encerrados en una habitación del segundo piso, analizaban música de calidad y origen muy diferente a lo que resonaba en el resto de la cuadra. Sus ropas eran diferentes también. Los colores, telas y diseños estaban elegidos de acuerdo a su identidad y a un tibio odio que sentían hacia la sociedad, y no para intentar cortejar a alguna posible pareja que de todas formas no les prestaría atención. Carlos, el más alto de los dos, estaba sentado en el computador escribiendo nombres de bandas apenas conocidas. Su pelo largo y oscuro, caía sobre una camiseta negra con el nombre apenas descifrable de “Nunslaughter” escrito en rojo. Mientras tanto, Gabriel estaba recostado sobre la cama esperando que su amigo lo sorprendiera con los miembros de la banda Gorgoroth observando impasibles y serios desde su oscura camiseta. Al fin Carlos encontró lo que buscaba.

—¡Cacha!— dijo sin disimular su alegría frente al hallazgo. Gabriel se levantó y se acercó con curiosidad a la pantalla y a los parlantes —Esto es lo más blasfemo que se puede encontrar, hermano— dijo Carlos mientras hacía click sobre el símbolo PLAY frente al nombre “Eating the guts of Jesus Christ, by Charles Szandor”—.

Inmediatamente, gracias a la velocidad de Internet, un servidor de un lugar recóndito en Noruega hizo llegar en menos de un segundo las blasfemias en forma de música en baja resolución, dura, sucia y áspera hasta los parlantes y los oídos de los dos jóvenes, sin que nadie más en el barrio se enterara de lo que escuchaban. Las frases casi inconexas y llenas de furia contra la iglesia católica se repetían al ritmo de un “Blast­beat” despiadado y unas guitarras apenas audibles.

Gabriel asintió con su cabeza con un gesto de aprobación y algo de condescendencia.

—Si. Me parece bien— opinó—. Suena como grabado en el living de la casa, como casi todo el black­metal antiguo. Es bien extremo, pero medio repetitivo.

Poco convencido con la reacción de su amigo, Carlos exclamó decepcionado

—¿¡Y eso no más!? ¿O sea ya nada te sorprende? Es lo más brutal y genial que he escuchado en meses. Suena como el pico, pero son la raja. Además como que se siente que odian a Jesús de verdad. Me dan como cosas en la guata.

—Bueno, sí—contestó Gabriel algo indiferente—. Si no te voy a negar que son buenos, pero como que siento que ya he escuchado todo. Ya nada puede ser más blasfemo, o más rápido, o más gore.— Ambos quedaron en silencio por un momento mientras Carlos miraba hacia su mochila pensativo.

Luego de un largo minuto de incomodidad Gabriel al fin habló.

—Ya, busquemos alguna película brígida mejor…

—Espera— interrumpió Carlos mirando hacia su mochila llena de parches en un rincón de la pieza—, mira esto— exigió misteriosamente mientras abría el bolsillo externo y extraía un cassette pirata—.

Esto último despertó la intriga de Gabriel, pero aún no lo convencía. Al parecer, su amigo y compañero de búsqueda de lo grotesco intentaría sorprenderlo con algún mediocre demo de alguna banda under. Sin duda sería algo desconocido que le daría el título de haber escuchado lo más rebuscado del metal, pero más de lo mismo. De todas formas apreció el esfuerzo de su amigo y pensó que podría darle una oportunidad a este cassette. ¿Quién sabe en qué misteriosos recovecos del arte uno puede encontrar al artista y la obra precisos que puedan armonizar con los deseos, perversiones y fetiches propios?

El cassette estaba en una caja blanca con bordes azules, de las muchas que circulaban en los noventa con música grabada de la radio o copiada de la copia de la copia de un cassette original. En el centro del espacio donde deberían ir escritos los nombres de las canciones había un pentagrama mal dibujado con lápiz pasta, que sacó una sonrisa de ternura a Gabriel. Alrededor del pentagrama los nombres de los temas estaban escritos en un idioma inentendible. Mungu, Shetani y Kuua eran algunos títulos que claramente convirtieron la leve intriga de Gabriel en una genuina curiosidad.

—¿Qué idioma es este?

—No sé. Es como de Europa, ese grupo es como raro porque cantan en un idioma desconocido que no es ni de ellos. Se supone que es para invocar demonios o cosas así. Además, como suena ese idioma hace que sea más oscura la música— intentó explicar Carlos—.

—¡Jajaja!— la explicación logró que el cassette se ganara la simpatía del curioso adolescente —Ya, voy a ver que me parece.

—Oye pero—la expresión de Carlos se volvió repentinamente grave—…no lo puedes escuchar de una vez. Aunque no se entienda la letra hay algo en cómo suena que te puede dejar traumado.

—¿Traumado?

—Si. Así como hueón. Como si hubieras visto lo más fuerte de la vida. Yo no lo quise escuchar entero porque a la mitad ya me estaba como angustiando.

—Mejor entonces— respondió Gabriel sin creer completamente lo que decía Carlos. Sabía que su amigo no le mentía, pero claramente estaba sugestionado por un mito urbano que rondaba el cassette—. Esas son las emociones que busco.

—No, Gabriel. En serio— Carlos nunca antes había llamado a su amigo por su nombre. Esto, sumado al tono de su voz, denotaba cuán en serio hablaba—. Dicen que te puede dejar marcado para siempre.

Claramente ofendido, Gabriel respondió —¿Tú crees que yo puedo quedar marcado?— Él ya había estado expuesto a las peores atrocidades de la cultura popular (y no tan popular) y había salido sin mayores heridas en su conciencia. O al menos eso creía. Ya se había vuelto inmune a los efectos del shock visual, auditivo y moral. Tal como un adicto a alguna droga necesitaba cada vez dosis más fuertes para sentir algo.

—Yo ya lo he visto todo— continuó—, lo he escuchado todo. Vi ‘Urotsuhidoji’ a los doce años sin problemas. Cuando vi ‘A Serbian Film’ me pareció entretenida y sólo ligeramente chocante en la parte del ‘newborn porn’. Cuando estoy aburrido en clases dibujo hueás más feas que las portadas de ‘Putrid Pile’ o ‘Cannibal Corpse’ o que los dibujos de ‘Regnum Congo’. Esta mente, a estas alturas, es ‘intraumatizable’. Está blindada contra cualquier cosa— finalizó Gabriel enfático mientras se tocaba la sien con dos dedos—.

—Por favor dime que por lo menos vas a esperar un día entre el lado A y el B.— Carlos parecía sinceramente preocupado, pero muy dentro de él, casi imperceptible, una morbosa curiosidad esperaba que Gabriel escuchara el cassette de una vez y presenciar sus posibles efectos nocivos. No tenía idea de la magnitud de los alcances que tendría su curiosidad.

Gabriel guardó el cassette para escucharlo al día siguiente, cuando tuviese al alcance algún aparato obsoleto que pudiese reproducir ese tipo de cintas. El resto de la noche siguió con alcohol y conversaciones irrelevantes que los mantuvieron debidamente aislados de la estupidez del primer piso.

El cassette estaba listo para comenzar en el lado B. Gabriel tomó un lápiz Bic para usarlo como rebobinador manual, tal como algunos amigos mayores le dijeron que se hacía antaño. Fue sorprendentemente placentero ver lo bien que encajaba el bolígrafo en el orificio de la cinta. Mientras buscaba un viejo Walkman que había visto en algún lugar de su casa, el adolescente dio vueltas a la cinta hasta que, antes de lo esperado, ya estaba lista para escuchar desde el inicio. Luego de veinte minutos buscando, el impaciente joven encontró el personal estéreo con sus audífonos en el último cajón de la cómoda de su padre. Tras unos minutos acostumbrándose al arcaico e incómodo mecanismo del aparato, Gabriel pudo hacerlo funcionar. Sin embargo, no fue hasta varias horas después que se atrevió a escuchar por los audífonos. De pronto un miedo y expectación irracionales lo atacaron. Por un lado, el deseo de finalmente satisfacer su curiosidad lo impacientaba hasta revolver su estómago, pero por otro lado, los posibles (o imposibles) efectos que la música podría tener sobre su consciencia se habían vuelto verosímiles para él.

Un rutinario e insípido día en la escuela mantuvo a Gabriel distraído, para procrastinar lo que ya se había convertido en un deber. Una mañana completa malgastada en intentar entender apagadas lecciones pronunciadas por desmotivados profesores, escupir desde el tercer piso a los compañeros que jugaban fútbol en la cancha y fumar escondidos en el baño, permitió que ni siquiera se mencionara el cassette entre el joven y su amigo Carlos. Al final del día, antes de separarse para que Gabriel entrara al Metro y Carlos fuera al paradero de bus, Gabriel se quedó mirando a su compañero con determinación.

—Lo voy a escuchar hoy.

—Acuérdate de escuchar sólo el primer lado.

—Si sé. Tranquilo.

Los dos se separaron y Carlos esperó al bus 201 mientras pensaba si es que habría cometido algún error.

El carro de la línea 2 estaba casi lleno, no obstante, Gabriel se las arregló para sentarse en el suelo apoyando su espalda contra la puerta trasera. El temido cassette estaba listo para ser reproducido en el personal estéreo. El joven suspiró profundo mientras se convencía de que su miedo era injustificado y producto de la sugestión inducida por su crédulo amigo. Finalmente presionó PLAY con los ojos cerrados, decidido a hacer alguna crítica fundamentada de lo que escucharía. La grabación iniciaba con voces masculinas repitiendo una especie de mantra en un lenguaje desconocido. Parecían ser tres o cuatro voces diferentes que repetían una y otra vez la misma frase mientras aumentaban en tempo y en intensidad acompañadas de percusiones tribales. Era algo poco usual en el Black­Metal y aportaba con una atmósfera oscura, que no era la típica medieval y ocultista ya repetida hasta el cansancio. Cuando las voces terminaban su mantra en éxtasis, se sumaban voces de mujeres que Gabriel no pudo distinguir si estaban en un inconmensurable placer o insoportable dolor… o quizás ambos. Al llegar a un incómodo éxtasis, el primer tema culminaba con el rugido de algún animal… o demonio… o criatura que no se parecía a ninguno conocido por el adolescente, quien creía que ya había escuchado y visto todo. Entre la primera y segunda canción de la cinta se escuchaba lo que parecía ser el sonido de lluvia cayendo… o aplausos de una audiencia… No se podía distinguir de cuál de los dos se trataba a través de la baja resolución del dispositivo, seguramente producto de las sucesivas copias que habían ocurrido desde la grabación original hasta la copia pirata que ahora se reproducía en el subsuelo de Santiago, a miles de kilómetros de distancia de su origen. Por el momento Gabriel se inclinó a creer que se trataba de lluvia, ya que la segunda pista iniciaba con un trueno que se mezclaba con esta. Luego de los pretenciosos efectos iniciaba finalmente algo que se podría llamar Black­ Metal. Era algo bastante típico. Guitarras aceleradas haciendo riffs trémolo y bastante mal mezcladas, al punto que se confundían con un teclado que hasta el momento era lo más interesante. La batería mantenía un Blast­Beat muy preciso y monótono, aunque cada cierto tiempo realizaba variaciones que contrastaban con el resto de la música. Este último detalle era muy disonante e incomodaba de cierta forma a quien escuchaba, y esta misma incomodidad resultaba placentera. El tema duraba unos cuatro minutos, durante los cuales no se podía distinguir un coro. Solamente habían ciertas variaciones sobre la misma base. Culminaba con una voz gutural que, al parecer, predicaba algo en un lenguaje similar al de la introducción.

Luego de eso, más lluvia… o aplausos. El resto de la primera mitad del cassette seguía con lo mismo. Siete temas en total que llenaban los cuarenta y cinco minutos del lado A, y todos ellos divididos por la infaltable lluvia, que ahora se asemejaba más al sonido de aplausos, debido a que al final de la última canción se sumaban voces riendo y copas chocando. Las voces seguían riendo y algunas hablaban en un idioma diferente. Este era más parecido al inglés, aunque no se podía entender ni una sola palabra. Luego de un minuto que pareció eternamente aburrido para Gabriel, la audiencia comenzó una ovación, la cual fue seguida por ruidos de latigazos y los gritos de una mujer. Gritos tan desgarradores que llegaron a inquietar al casi insensible joven.

Gabriel estaba tan abstraído por lo que escuchaba que, si no hubiese sido porque el cassette se detuvo de pronto, no se habría percatado de que se encontraba en la estación terminal La Cisterna. Al descender del carro examinó nuevamente la caja de la grabación, ahora con más curiosidad que miedo. El cassette no había tenido ningún efecto negativo en su ánimo, pero ahora quería saber más de esta banda. No había escuchado una obra maestra ni nada parecido, pero era un trabajo musical bastante interesante. ¿Qué extraño idioma era aquel que pronunciaban mientras la oscura música sonaba? ¿Qué terribles blasfemias eran mencionadas que él no podía descifrar? ¿Qué podrían significar los dichosos aplausos… o lluvia… que insistían en aparecer incluso mientras alguien era torturado? Ese incómodo sentimiento de intriga mezclada con ofensa era, de alguna forma, placentero.

Dio vuelta el cassette y se dispuso a presionar PLAY nuevamente mientras subía por las escaleras hacia la salida a Gran Avenida. Luego que el pie derecho de Gabriel diera el séptimo paso por la escalera que lo llevaba a la superficie, el pulgar de su mano izquierda rebotó nervioso, sin decidirse a aplicar la presión necesaria sobre el botón del aparato reproductor. El muchacho se sintió imbécil por dudar así. ¿cómo podía seguir dudando cuando era claro que Carlos era un ingenuo de mierda que creía cualquier mito urbano? Pero Gabriel no era ingenuo. Él había visto lo peor, se había reído con Holocausto Caníbal, había resistido todo lo que podía encontrarse en ogrish .com, y sabía que la historia del cassette era una tontería, y que sólo debía dar play para escuchar algo que pudiera remover un poco más su sensibilidad inamovible. Ya salía hacia la calle y aún no comenzaba a escuchar el lado B. Transitó con la mente casi en blanco por un par de cuadras de una comuna casi olvidada al sur de la capital. Donde nada importante pasaba. A veces asaltaban a alguien, o moría gente, o estudiantes protestaban por problemas que venían desde hace décadas. Pero las calles donde circulaba Gabriel estaban olvidadas por las autoridades y por casi toda la sociedad. Hasta el camión de la basura las había olvidado. Pronto volvería a caer un poco de atención sobre ese sector. Pero para eso, primero había que presionar PLAY. El pulgar finalmente presionó la tecla.

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Mientras caminaba por la última calle que lo separaba de su hogar, Gabriel escuchó una vez más el sonido de la lluvia aplaudiendo al son de los melódicos, suplicantes e incesantes lamentos de una persona que seguía siendo golpeada sin piedad. La incomodidad que sintió Gabriel con el terrible espectáculo auditivo lo hizo recordar las palabras de Carlos y casi se fuerza a presionar STOP. Casi. De pronto la tortura acabó y sólo el monótono sonido que había acompañado la grabación desde su inicio continuó por unos segundos. Gabriel se detuvo de pronto. Miró alrededor con sorpresa, buscando de dónde venía una voz que le llamaba.

“Gabriel”, decía la voz misteriosa. Gabriel no podía ver a nadie cerca de él. La calle estaba inusualmente vacía. “Gabriel”, repitió la profunda voz, con un tono tranquilo y sorprendentemente seductor. El desconcierto casi provocó que Gabriel se desmayara cuando se dio cuenta que la voz provenía de los mismos audífonos que reproducían la música … y la tortura… La repentina alza de presión y el mareo que llevaron a Gabriel al borde del desmayo fueron producidos, sin embargo, por la comprensión de que esta voz, supuestamente grabada en el cassette y que repetía su nombre, tenía un acento muy similar al de Santiago de Chile. No tenía nada que ver con ese lenguaje misterioso que había escuchado antes.

Los efectos físicos de la sorpresa y el miedo duraron poco, ya que Gabriel consideró que simplemente estaba siendo víctima de una estúpida broma de su amigo. La voz continuó, “Te elegimos para que cumplas con tu parte en los designios de nuestro Dios…” STOP, presionó Gabriel, pero la voz seguía, “… debes traer la imagen de…” Gabriel desconectó los audífonos, y la voz no se detenía “… vas a ser un profeta… ” Gabriel intentó quitarse los audífonos.

Luego todo fue silencio…

Oscuridad…

El olor de la sangre…

Sabor a carne cruda…

Nueve ojos púrpura mirando fijamente…

La silueta de un toro formidablemente hermoso conmocionó los sentidos del joven…

Luego todo se fue a negro.

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