Pelos

Comienza como una leve molestia. Es casi imperceptible, pero poco a poco se hace más grande y termina por apoderarse de tu vida. Un simple inconveniente como, por ejemplo, el lavamanos tapado. Primero el agua se acumula cuando te lavas las manos, pero luego se va en unos segundos. A la semana siguiente se toma un poco más de tiempo, hasta que te ves forzado a tomar acción. No quieres hacer mucho así que miras un tutorial en Youtube para destapar lavabos con una botella de plástico. Lo aplicas y funciona a la perfección. 

Te olvidas del problema por una semana, pero vuelve. Esta vez el lavamanos se tapa completamente. La técnica de la botella funciona, pero el problema vuelve aún más rápido. Ahora, reticentemente, te metes en la cañería por donde se va el agua. Cuando la abres sólo se asoma una hebra de cabello húmedo. Sin pensarlo te tocas tu hermosa melena y te das cuenta que está menos tupida que de costumbre. Luego tiras de la hebra de cabello y comienza a asomarse una madeja de más y más pelo. Pronto se convierte en una bola húmeda y maloliente. Entre el pelo sientes grasa, jabón y pasta de dientes que cae en tus dedos. Sabes que es tu cabello y tus productos los que salen de la tubería, pero quedas asqueado. Botas la increíble masa a la basura, cierras la tubería e intentas olvidar el tema. 

La tranquilidad no dura mucho, porque luego es la ducha la que se tapa. Ya sospechas de que se trata. Sin perder tiempo, abres el desagüe de la ducha y retiras un montón de pelos con restos de jabón y shampoo. Lo botas rápidamente y sigues duchándote. Te tocas la cabeza y notas que, aunque tu cabellera esté menos tupida, no puedes haber botado tanto pelo como para formar esas dos pelotas que has tenido que botar. 

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Tomas mayores medidas para evitar problemas posteriores. Ya no te afeitas en el lavamanos ni en la ducha. Te cepillas el pelo todos los días y botas a la basura el pelo que cae. Comienzas a retomar tu vida olvidando este asunto hasta que vuelve una vez más. Se tapa el lavamanos y la ducha. Los abres como antes y retiras más cabello. ¿De dónde viene toda esa mierda? Vuelves a intentar ducharte y sigue tapado. Desesperado, vas a quedarte donde tus padres un tiempo, mientras intentas lidiar con el problema del baño. Llamas a un fontanero que revisa todas las cañerías. El tipo te cobra una millonada y te muestra unos cerros de pelos que ha retirado. Los ves en la bolsa de plástico que se lleva para eliminarla. Se asoman por la orilla de la bolsa, babosos, goteando. Te da la sensación de tenerlos en la garganta. Pensar en tener esas motas de cabello enredado en tu boca te provoca arcadas. El fontanero te dice que fue difícil retirar todo eso porque estaba adherido a las cañerías. Parece tener un aceite, o grasa que es difícil de remover. 

Vas al dermatólogo para que revise tu piel. Tal vez tu piel y tu cuero cabelludo producen mucha grasa y a la larga se terminan tapando los desagües. La doctora te dice que estás bien. Tienes piel grasa, pero eso no debería causar problemas. De todas formas te recomienda cremas y pastillas para controlar la grasa de la piel. También te recomienda una dieta balanceada. Compras los remedios y vuelves a pagar una millonada. 

Con el tiempo la calidad de tu piel mejora. Sigues en la casa de tus viejos porque ya te da lata volver a tu departamento. Acá tienes desayuno en la mañana y cena en la noche, lo que no tienes muy a menudo en tu soledad. No se tapa ninguna cañería en la casa de tus padres. Ellos están felices de tenerte en su hogar, pero esperan que te vayas luego. Ya eres una persona adulta que necesita su espacio. Y ellos también necesitan el de ellos. Tu estadía se alarga y los roces se hacen más notorios. Tu madre se queja de que no lavas tu ropa y tu padre necesita usar el baño justo cuando tú lo ocupas. 

Finalmente tu madre vocaliza su descontento, lo cual deriva en una pelea. Buscas apoyo en tu padre, pero él sólo empeora las cosas, dándote un ultimátum. Si no vuelves a tu departamento en una semana van a dejar tus cosas en la calle y van a cambiar la chapa. 

Vuelves. Disfrutas una vez más de tu independencia. Tú conoces tú desorden y no necesitas que te regañen por eso. Pones música fuerte y puedes masturbarte donde y cuando quieras. En realidad, ¿Por qué te demoraste tanto en volver? Esto es mucho mejor que vivir con un par de ancianos. Te duchas todos los días, haces ejercicio, comes bien y lees o ves películas artísticas que te hacen pensar durante tu tiempo libre. Todo va de maravilla… hasta que un día… duchándote… bueno, lo de siempre.

Ya ni quieres llamar a un fontanero ni pagar por arreglar el problema. Lo más fácil es vender el departamento. Alejarte por siempre de ese imán de pelos de mierda. Destapas la ducha provisoriamente con un sopapo, pero no la vuelves a usar. 

Muestras el departamento a varias personas, haciendo énfasis en la calidad del sistema de cañerías. Incluso haces unas demostraciones. Finalmente se lo vendes muy barato a una pareja de colombianos… o venezolanos… ¿o asiáticos? Bueno, qué se yo. Parece que tenían un hijo… o un gato… ¿O un hurón? Ya, da lo mismo. La cosa está vendida. 

Te vas a un departamento usado, más pequeño y en un barrio horrible y mal conectado. No importa. Te deshiciste del problema. En la casa de tus padres no se tapaba nada, así que el problema claramente estaba en el departamento. ¿Cierto? 

En tu nuevo lugar todo es perfecto. No importa que esté lejos de tu trabajo. Al ser más pequeño se calienta más rápido y es fácil de limpiar. Los vecinos son atentos y solidarios. Participas en actividades comunes, tienes nuevos amigos y lees mucho en tu viaje desde y hacia el trabajo. Tu nueva vida es genial… por 227 días. El día 227 sales de la ducha y ves que hay agua que no se va por la cañería. Revisas, y encuentras una mata de pelos sucios y malolientes. El problema nunca fue tu antiguo hogar. Ni siquiera son los pelos. Ellos son un ejemplo. El problema eres tú. 

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