La mañana siguiente la ciudad de Castro amaneció más silenciosa que de costumbre. Los niños se quedaron en casa custodiados por sus padres que no permitieron que vieran la exhibición que se encontraba en la plaza central. Los cuerpos de los trabajadores de Ignacio Cárdenas se encontraban colgados de los árboles y de los postes de las lámparas. Durante la noche varios padres de familia se reunieron con la preocupación de que un hombre poderoso y peligrosamente lunático se encontraba entre ellos. El plan era básicamente deshacerse para siempre de él. Muchos temían que Cárdenas se pudiera defender violentamente con el poder de sus máquinas, pero uno de ellos destacó que sus máquinas estaban en el tren aéreo, y podían ser destruidas o robadas.
Un rumor había circulado en el pueblo de que los hombres de Cárdenas estaban emborrachándose en algún burdel. Con esa información no fue difícil encontrarlos, aunque no dieron información sobre el paradero de su patrón. Les dieron una muerte rápida y colgaron sus cuerpos como una advertencia para Cárdenas. La muerte de estos hombres tenía significado. Era un símbolo de la frontera que separaba a un simple y sensible pueblo de la racionalidad inhumana y destructiva del progreso de Santiago. Sólo faltaba Luis Barril entre los colgados.
Cuando los hombres llegaron a destrozar el tren, sólo encontraron a un hombre alto y atlético sentado frente a este. Era Luis Barril que no se había movido de su posición, y esperaba un inminente ataque armado con su machete. Luis los vio y alcanzó a contar alrededor de veinte hombres entre asustados e iracundos. Sabía que no los podría detener pero no les haría el trabajo fácil. Comenzaron lanzando piedras, algunas grandes y otras pequeñas. Barril desvió la mayoría con su machete, aunque varios pasaron por arriba de él, golpeando el vehículo. Sin embargo, no lo pudieron dañar mucho, debido a su fuselaje de acero. Tendrían que acercarse si de verdad querían hacer algo.
Tras unos minutos de miradas, los hombres decidieron atacar al unísono, así Luis Barril no los detendría. Varios fueron directo al tren, intentando trepar y abrir alguna puerta. Otros fueron al encuentro de Luis, y ellos se llevaron la peor parte. El fornido trabajador blandió su machete y alcanzó a cortar la garganta de uno y abrir el estómago de otro antes de que lo sujetaran por la espalda. en ese momento alguien logró quitarle su arma, pero Barril tenía más trucos. Se libró de quien lo afirmaba dejándose caer de espaldas, aplastando a su adversario con su enorme humanidad. Logró pararse rápidamente y golpear a dos con sus puños antes que le cortaran el pecho con el machete. De haberse tratado de un peleador con experiencia, el golpe habría sido mortal.
Al darse cuenta que ya estaba siendo derrotado, Barril utilizó su último recurso, uno que se resistía a utilizar por cosa de principios. De su cinturón extrajo un pequeño revólver que estaba bien escondido. Apuntó a quien le había hecho daño y disparó sin pensarlo. Fue un tiro certero y una muerte rápida. Alcanzó a disparar a dos más antes de recibir un golpe en los testículos desde atrás. Cayó de rodillas y no pudo evitar soltar su arma de fuego. En un segundo evaluó la situación y decidió que no podría alcanzar ni el machete ni el revólver antes de que lo redujeran y asesinaran. El tren aéreo estaba perdido, y lo único que quedaba era proteger su existencia. Reunió las fuerzas que le quedaban y se levantó a pesar del dolor. Corrió en línea recta alejándose de la plaza. Cuando sintió la respiración de alguien detrás de él, simplemente dio un codazo hacia atrás y sintió a alguien caer. Luego, casi imperceptible, pudo oir el revolver moviéndose en una mano temblorosa. Para evitar riesgos, corrió en zig zag agachado. Alcanzó a distinguir dos disparos antes de perderse por una calle oscura y luego en un bosque más negro que su alma. Definitivamente, no había sido buena idea venir a Castro. La tecnología de Cárdenas sólo podía ser entendida en las grandes ciudades, no en una provincia con valores tan anticuados. Luis caminó hasta no tener más energías, y sin saber dónde estaba, se desplomó y durmió por un par de horas.
Mientras, en la plaza un grupo de hombres llegaba con sus ejecutados para colgarlos en los árboles al tiempo que otros intentaban entender cómo destruir el tren o intentaban atender a los heridos. Decidieron que iban a desarmar lo que más pudieran y arrojar las partes al mar. No era posible destruir un material tan duro. Lo único que salvaron fue el acelerador de ectoplasma, que fue llevado a la iglesia para proteger las almas que supuestamente estaban habitándolo. Ahí quedó guardado por años, hasta que Raúl Román llegó a buscarlo por razones que no vale la pena mencionar ahora. Eso es parte de otra historia.
Cuando Luis Barril despertó, los cuerpos de sus colegas aún colgaban en la plaza y los Castrinos tomaban un amargo desayuno en sus casas. Bajo la luz del amanecer, el hábil hombre constató que sus heridas no eran profundas y logró improvisar vendajes para su pecho, usando partes de su ropa y algunas hierbas que pudo recoger. Intuía que debía escapar de ese bosque, pero ¿hacia dónde? Probablemente la mujer que se había ido con su jefe sería la única aliada, pero ¿dónde encontrarla? Quizá era mejor escapar mientras pudiese. Su jefe estaría a salvo con su amiga, pero él no tenía dónde encontrar ayuda. El tren aéreo ya no era una opción. podría escapar hasta la siguiente ciudad, esperando que los habitantes no estuvieran enterados de los hechos de la noche anterior, y pedir que lo sacaran de la isla. Podría también aventurarse a tomar un barco y escapar por mar, pero era demasiado riesgoso. Lo cierto es que ese bosque, por alguna razón, se sentía tan riesgoso que entre los hombres iracundos de Castro. Debía salir de ahí rápido, así que comenzó a caminar en línea recta. A pesar de no saber dónde se dirigía, seguir en una línea recta en algún momento lo sacaría de ahí. No se sentía como una buena idea, pero era lo que podía pensar en ese momento.
Luego de lo que pareció una hora caminando, Luis pudo identificar signos que le orientaron. Vio que el musgo en los troncos se concentraba siempre en el mismo lado, lo que significaba que el sur estaba en esa dirección. Además, pudo ver que la vegetación se hacía menos densa. Al parecer estaba acercándose a una salida. Si se mantenía caminando hacia el norte tal vez llegaría de vuelta a la ciudad, pero alejado de la plaza, y tendría que esconderse por las calles hasta llegar al camino principal que llegaba al puerto norte donde podría tomar una embarcación hacia el continente. La segunda opción, menos alentadora, era que el bosque se extendiera infinitamente, hasta llegar a la siguiente ciudad, y quién sabía cuántos kilómetros tendría que caminar y si es que sobreviviría.
Todo lo que pensaba Luis intentando orientarse y decidir qué hacer, finalmente sería inútil. El destino le tenía preparado algo diferente. A la distancia, Barril pudo ver una figura muy grande y oscura. Al principio pensó que podía ser un tronco muy grueso que se habría quemado. Siguió caminando sin cambiar su rumbo, y a medida que se acercaba, se iba dando cuenta que era algo más. Era… ¿Una escultura metálica? ¿Una chimenea enorme? ¿Una gran caldera de metal? Cualquiera de estas respuestas no tendría sentido en ese lugar. Siguió avanzando a pesar de que su corazón se inquietaba debajo del corte de su pecho. La curiosidad se estaba convirtiendo en su fuerza motivadora. Al encontrarse a una distancia de veinte metros pudo ver de qué se trataba y tuvo que detenerse. No había otra opción. Estaba petrificado.
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Lo que se alzaba frente a él era una criatura enorme, con partes que parecían vegetales, otras animales y también partes mecánicas. Luis sólo lo podría haber explicado como un árbol de carne. Raíces que parecían brazos y dedos lo afirmaban al suelo, pero parecía estar moviéndose lentamente. Una mezcla de ramas y extremidades deformes se extendían hacia los lados y hacia arriba, mientras las partes metálicas, que se afirmaban de estas ramas, parecían estar diseñadas para cumplir algún propósito, pero él como espectador, no podía pensar cuál era. Lo único que podía pensar era que estaba frente a un ser que concentraba toda la maldad del universo. Era capaz de cualquier atrocidad con tal de cumplir sus fines. Era la suma de todo lo que no debía ser. Todo el manto de rudeza y estoicismo de Luis Barril se desmoronó, y el hombre sólo pudo largarse a llorar.
Entre sus lágrimas, que no podía explicarse por qué brotaban tan copiosamente, pudo divisar algo más. Algo que terminó por quebrar el espíritu del pobre hombre. Entre una masa de tejido mucoso en la parte más alta del monstruo, logró distinguir un par de ojos que conocía muy bien. Eran los ojos de Ignacio Cárdenas.
Los ojos de Cárdenas imploraban ayuda, pero Luis no podía hacer nada. Paralizado por el horror, contempló cómo se le acercaba Elsa Carrizo desde atrás de la criatura con un báculo. Bastó un solo movimiento de Elsa para que la criatura obedeciera y estirase un tentáculo hacia Barril. El tentáculo se extendió desde lo que parecía el abdomen y se estiró de manera imposible hasta atrapar al hombre que no atinó a hacer nada. Luego, lo acercó hasta una pieza de metal negro con púas, y ahí lo ensartó en estas. Ahí lo levantó, y Luis Barril, aún vivo pudo ver a los ojos a quien había sido su jefe y algo parecido a un amigo. Pero ahora el hombre resuelto que había conocido en la capital, y que no tenía ninguna conexión personal ni con su familia y no le debía lealtad a nadie, ahora estaba siendo controlado como una máquina, y sus ojos estaban vacíos, desprovistos de la voluntad que habían tenido. Otra pieza metálica se acercó a la víctima que comenzaba a desangrarse y comenzó a emitir un zumbido. Luis sintió como la vida se alejaba de él mientras veía un brillo púrpura surgir desde su pecho. Sabía que estaba viéndose a sí mismo. Su alma sería recolectada por los brujos, quizá con qué propósitos. Desconocía si seguiría sintiendo el dolor que lo agobiaba, pero tenía la certeza de que no podría descansar hasta que terminara de ser utilizado y su alma fuese descartada. El cuerpo de Luis Barril dejó de funcionar y el brillo púrpura se deslizó por distintas piezas hasta quedar depositado dentro de un cubo negro con algunas caras transparentes. Elsa cogió el cubo y se fue caminando. El monstruo dejó caer el cuerpo sin vida y siguió a su ama lentamente.
Elsa no quería perder su tiempo. Había un pueblo que aterrorizar y controlar con este nuevo juguete. Los Carrizo y sus amigos brujos comenzarían su dominación de la isla a partir de ese momento. Tal vez luego podrían ejercer su dominio sobre otros territorios. ¿Quién sabe? Con esta nueva fuente de poder todo era posible.
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