A continuación se encuentran los extractos más relevantes del texto traducido:
Mungu era generoso. Mungu cuidaba de nuestras tierras. Mungu permitió la existencia de nuestra gente frente al lago y nos enseñó a controlar el fuego y a construir nuestros hogares. Mungu nos permitió controlar los frutos de la tierra y gozar de ellos. Mungu ya no está entre nosotros. Ha trascendido a otra existencia, pero debemos mantener su memoria, aunque sea sólamente a través de la palabra escrita. También debe recordarse la tragedia que lo obligó a dejarnos, y el genocidio de los invasores liderados por el dios bovino.
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Desde el territorio inexplorado que se extiende colina abajo, donde por siglos nadie se atrevió a aventurarse, comenzaron a acercarse los ruidos de los invasores. Pasos de personas como nosotros, pero con pies torpes, incapaces de subir por la pendiente con gracia. Traían armas y hechizos de fuego, también la avaricia, el odio y el desprecio. Escupían el suelo y deseaban llevarse todo lo que producía nuestra tierra fecundada por Mungu. Con ellos venía la decadencia de la cual nuestros ancestros habían escapado, de la cual Mungu nos mantenía a salvo. Con ellos también venía la encarnación de todo lo que no debe ser. Un ser que esas personas adoran como nosotros a Mungu, pero este no era benevolente, sino cruel y egoísta. Ngomibe le llamaban. Una bestia enorme que caminaba en cuatro patas, con un rostro deforme de nueve ojos y cuatro cuernos.
Ngomibe, la encarnación de la codicia y el desprecio, horrible y egoísta, es completamente opuesto al Mungu, el rostro que se talló a sí mismo en la piedra blanca y que sólo por la voluntad y el amor por su tierra, puede flotar sobre las aguas, protegiendo a su gente con su gran poder. Pero el choque de dos voluntades opuestas llevó a nuestro horrible fin.
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Intentaron usar el engaño, ofreciéndonos su ayuda y su idioma. Pero pronto supimos que sólo querían tomar lo nuestro y largarse. También deseaban eliminar a Mungu, porque el egoísmo de Ngomibe no soporta la existencia de otro ser superior.
Cuando no creímos sus mentiras, usaron sus armas y sus hechizos de fuego. Atacaron a las mujeres y niños. Intentaron raptar a los jóvenes para hacerlos trabajar para ellos. Nosotros, sin armas ni hechizos sólo nos defendimos con nuestras herramientas y el conocimiento de las artes de combate corporal. Nuestras casas ardían junto con los cultivos. El fuego era disparado contra nuestra gente, pero nuestros cuerpos resilientes combatían fracturando los huesos de los invasores y desencajando sus cuellos, los cuales cedían a pesar de sus armaduras. Nuestra feroz defensa impidió que el genocidio fuese inmediato, pero éramos destruidos lentamente. Mungu intervino con la ira que nunca había sido vista por ser viviente. Los cuerpos de los invasores ardían ante la mirada de Mungu. Caían invasores y gente nuestra en un campo de batalla que se empapaba de sangre. Ngomibe, el dios de rostro deforme, se alimentaba de los cuerpos caídos de los dos ejércitos.
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Ngomibe entró al agua sagrada del lago. Tan enorme era la bestia que no parecía hundirse, mientras corría intentando atacar a Mungu con sus horribles cuernos. La ira de Mungu lo hizo arder, pero la bestia siguió atacando hasta quebrar el hermoso rostro del benevolente ser de piedra.
Mungu, en un desinteresado acto de bondad y sacrificio repelió a Ngomibe y su ejército con sus últimas fuerzas. Ráfagas indescriptibles de viento huracanado surgieron del lago. La piedra sagrada de Mungu se trizó, revelando un interior rojo y luminoso. Miles de rocas volaron en todas direcciones, destruyendo a más invasores con sus impactos y empujando a Ngomibe fuera del lago. Olas nunca antes vistas sacudieron el lago por días luego del sacrificio de Mungu. Los invasores y su bestia rodaron colina abajo, para no aparecer nunca más.
Mungu dejó de existir en su forma material. Ahora su espíritu habita en las estrellas.
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En nuestro territorio sólo quedaban las plantaciones ardiendo, las edificaciones demolidas y cuerpos. Cuerpos sobre toda la hierba, la cual se convertía lentamente en un barro rojizo. Los cadáveres habrían servido de alimento para Mungu, quien sólo pide eso a cambio de su eterna bondad. Pero ahora, con su forma física desvanecida, los cuerpos sin vida tenían que ser manejados de otra manera.
La tarea debía llevarse a cabo por los pocos sobrevivientes, quienes no teníamos experiencia lidiando con cadáveres.
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La quema de cuerpos habría oscurecido el cielo con la peste de la muerte por años luego de nuestra muerte. La idea de consumirlos, como lo hacía Mungu, fue discutida, pero era insoportable. El hedor pungente crecía y eran simplemente demasiados.
El espíritu de Mungu, aún con nosotros, nos inspiró con sus medios misteriosos, y comenzamos a cavar un agujero de cientos de varas de profundidad. Debía ser suficiente para contener todos los cadáveres y un poco más. Los cuerpos fueron arrojados uno a uno al fondo.
Comenzamos con los trozos: brazos, piernas, cabezas o indescriptibles masas de carne humana cubierta de tela y gusanos. Mungu padre recibiría a todos en el siguiente plano, incluso a los invasores, pero necesitaban sus cuerpos estar lo más completos posibles, como cuando Mungu los consumía en su cuerpo terrenal. Esto era imposible con los cuerpos mutilados, y sus almas lamentablemente vagarán por siempre en el olvido. Seguimos con los que estaban más completos y tenían esperanzas de reunirse con Mungu.
El tiempo apremiaba, ya que los cuerpos estaban descomponiéndose, la piel ennegrecida se resbalaba de algunos cuerpos, haciendo nuestra tarea más difícil y lamentable. El hedor se había vuelto algo habitual en el antes hermoso lugar que llamábamos hogar y las moscas se volvían nuevos invasores que rápidamente se apropiaban del lago. El hedor y la decadencia se pegaba en nuestras manos. Las lavamos en el lago, y este también se volvió rancio.
La presencia inmaterial de Mungu fue lo único que nos mantuvo la moral elevada y no nos permitió simplemente dejar a la naturaleza hacerse cargo de la putrefacción. Una vez que terminamos la titánica tarea de llenar la fosa, los cincuenta sobrevivientes nos observamos con nuestras almas vacías, sin saber cómo seguir con la vida de nuestro pueblo. La presencia de Mungu iluminó nuestras mentes simultáneamente, dándome a mí la tarea de registrar en estas páginas la historia de nuestro final.
Los cuerpos serían la evidencia de nuestra existencia para civilizaciones futuras que pudiesen encontrarnos, y eso sería todo. No teníamos opción de revivir a nuestro pueblo sin Mungu en forma de piedra. Uno a uno caían muertos dentro de la fosa, luego de que el verdugo les daba un golpe de piedra en sus cabezas. Luego fui yo quien eliminó al verdugo. Ahora es mi momento de guardar este escrito conmigo dentro de la fosa y esperar mi muerte sobre la pila pútrida de cuerpos podridos. Mungu cubrirá la fosa con su cuerpo, el cual yacerá durmiendo hasta el momento en que podamos acompañarlo a reunirse con su padre en el siguiente plano.
Eso era todo lo que estaba traducido hasta el momento. Agradecí mucho a quienes me facilitaron este texto y acompañé a quienes trabajaron en la investigación a celebrar tal progreso. Sin embargo, no podía compartir su excitación. Todos especulaban sobre qué metáfora o alegoría era la que intentaba hacer el texto, o qué tipo de creencias eran las que motivarían a alguien a escribir los acontecimientos fantásticos como si fuesen reales. El pensamiento racional de mis colegas y amigos descartaba inmediatamente el relato como inválido en términos de su representación de realidad.
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Yo no podía hacer más que pensar en el mural oculto en mi garage. ¿Qué fuerza desconocida me motivó a plasmar la imagen de Mungu en mi pared? ¿Acaso era una coincidencia? No me lo parecía. Al leer el texto sentía que una verdad oculta muy dentro de mi estaba siendo revelada. Al igual que con la pintura, parecía estar recordando, más que conociendo algo nuevo.
Con el importante avance en la investigación se logró conseguir más financiamiento para nuevas expediciones. Esta vez acepté participar en la que dará inicio en dos semanas en la cual intentaremos encontrar evidencia de civilizaciones humanas en el fondo del lago Reloul. Iré porque un sentimiento en el fondo de mi pecho me pide volver a visitar el lago. Creo que las evidencias de asentamientos humanos en el lugar se han desvanecido completamente. Mungu ha cumplido su promesa y todos están en el siguiente plano, sea lo que sea que eso signifique.
Algún día mostraré lo que he pintado en mi garage, o tal vez alguien lo encuentre por casualidad. Espero que no piensen que estoy loco o mórbidamente obsesionado luego de verlo. Eso me tiene con poco cuidado. Lo que realmente me obsesiona y llena de horror es la inscripción sobre la lápida que finalmente fue traducida.
Mungu descansa por siglos, protegiendo a su gente en el siguiente plano. Cuando el tiempo sea el correcto volverá para destruir a Ngomibe. Ten cuidado quien se acerque a Ngomibe o vea su imagen. Ngomibe es la encarnación del mal. Es la destilación de todo lo incorrecto que habita en el espíritu humano. Espera a que Mungu vuelva a proteger al mundo del dios bovino.
Si es que es verdad que Mungu existe o existió… Si es posible que alguna fuerza más allá de nuestra comprensión influyó en mi pintura y en la desaparición de las osamentas de la fosa común, entonces es posible que ese dios Ngomibe exista, y haya habitado entre los humanos por siglos. Espero que esto sólo sea mi imaginación fantasiosa influenciada por mi trabajo en arqueología. Espero que Ngomibe no sea real. Aunque… recuerdo ese nombre, no sólo de la traducción o de mis sueños. Espero que sea una superstición. Sólo eso espero. Y que mi relación con este asunto no sea más que una coincidencia. Pero tendré que vivir con la duda por siempre o esperar al momento de alguna terrible revelación relacionada a estas imposibles deidades.
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