La plaza de armas de Castro estaba casi vacía. Sólo había un escenario improvisado con una silla eléctrica, un ampliófono abandonado, un cuerpo calcinado y cinco hombres más. Además quedaba un solitario espectador, que no se había retirado junto con el resto de las personas.
Mientras los eficientes trabajadores despegaban el cadáver de la silla y lo trozaban con sierras incandescentes para meterlo en una bolsa que iría a la fábrica de comida para perros, Cárdenas escuchó un tardío e inesperado aplauso. El hombre miró hacia donde venían el sonido y reconoció una silueta que se recortaba contra la luz de la luna. Hace cinco años que no la veía, pero esa figura era inconfundible. Se trataba de Elsa Carrizo, la mujer que mantenía vivo el cordón que unía a Ignacio a ese pueblo ignorante, retrasado e infantilmente impresionable.
La mujer que aplaudía, entre sarcástica y satisfecha, poseía una belleza diferente a todo lo que Cárdenas conoció en la gran ciudad. Las mujeres refinadas de Santiago mostraban una belleza sofisticada, delgada, del pedigree de las razas seleccionadas que encajaban con los cánones modernos de la mujer hermosa. En cambio, esta joven mostraba con orgullo los rasgos de una raza libre de selecciones genéticas basadas en la estética sin función. El cuerpo de Elsa estaba adaptado para el trabajo y la reproducción. Su piel color caramelo, sus caderas anchas, el cabello largo negro y trenzado, esos brazos gruesos y manos grandes eran todo lo opuesto a las insípidas mujeres trofeo que dieron placer a Ignacio en la capital. Además, esos oscuros ojos penetrantes casi adivinaban lo que pasaba por la cabeza de Ignacio Cárdenas. Tenía la mirada de una mujer que se ha hecho cargo de su existencia y que es capaz de hacer mucho más que cualquiera. Esa mirada despojó al poderoso hombre de su grandeza y lo puso por un momento de vuelta en su personalidad de hace cinco años.
Ignacio solía ser un adolescente pusilánime que pasaba desapercibido, y a quien no muchos recordaban. Antes de viajar a santiago a estudiar le confesó a Elsa su amor, intentando parecer decidido y fuerte, como la mayoría de los hombres chilotes, pero sólo proyectó una imagen débil e insegura. Elsa no lo rechazó, pero se mostró indiferente. Por eso Cárdenas ahora volvía con el propósito de, esta vez, lograr enamorarla con su nueva imagen, su poder y sus logros. Ella, luego de que se fuera, se sorprendió a sí misma pensando en él más a menudo de lo que le habría gustado admitir. Había una fuerza que se escondía detrás de ese cuerpo sin fuerza. Una determinación que le atraía. Había un alma con una energía que le podría servir para sus propósitos, y ahora se presentaba de forma más evidente. Por eso tenía que ir a encontrarlo, luego de tan formidable muestra de intencionada crueldad sobre el escenario.
No intercambiaron ninguna palabra. Ni siquiera un saludo. Existía un código que sólo ellos dos compartían. Luego de cinco años sin verse, los dos crecieron a su manera, y ahora estaban preparados para comunicarse de manera no verbal. Sólo las miradas parecían comunicar todos los mensajes. Cada sutil movimiento de sus rostros contenía un significado, y luego de unos minutos, parecían estar conversando telepáticamente. Elsa le demostró su admiración por todo lo que él había logrado, pero principalmente por la forma de ejecutar a ese hombre. Le hizo saber que desde ahora la gente de la isla no lo iba a apreciar mucho, ya que se trata de gente muy sensible. Sin embargo, en su casa lo acogerían bien. Los Carrizo eran otro tipo de gente. Cárdenas sólo admiraba su belleza exótica y le daba cumplidos mientras la seguía como un imbécil. El mismo imbécil que atrajo la atención de Elsa antes de partir a Santiago. Era imposible explicar cómo un ser tan pusilánime pudiera atraer a una mujer de tal carácter. Al parecer ella logró intuir cuánto poder obtendría en la capital. Ahora, teniendo a este poderoso hombre de negocios y ciencias siguiéndola como un perro, parecía que el poder lo obtendría ella. Caminaron alejándose de la plaza e Ignacio no pudo darse cuenta cuando pasaron de andar por calles de adoquines a caminos de tierra, cada vez más cubiertos por la hostil vegetación. LA familia Carrizo prefería vivir aislada del resto de los habitantes de la isla.
Mientras tanto, Luis Barril y los demás trabajadores guardaban todo en el tren aéreo. Ya sabían que por la noche su jefe no volvería. Luego de ordenar todo y cerrar herméticamente el tren, los hombres se dirigieron a un burdel. Suponían que no iban a recibir alguna llamada de su jefe por la noche, por lo tanto era noche libre para comer y fornicar. Sin embargo, Luis Barril se quedó cuidando el tren aéreo. Estaba consciente de que habían tocado una fibra sensible de este pueblo y podían ser mal recibidos en cualquier lugar. Además, intuía que podría haber alguna respuesta irracional en contra de la máquina de la que él estaba a cargo.
El reencuentro de Ignacio con Elsa duró varias horas. La casa de la familia Carrizo era bastante grande y poco convencional, lo que permitía que el resto de la familia no escuchara los gritos de placer y dolor que se profirieron en esa habitación. En la sala, los padres de la mujer, además de la abuela y el bisabuelo, tomaban chicha de manzana, esperando que ella saliera de su cuarto. A diferencia del resto de las familias, los Carrizo no vendían los productos de su campo, ni lo que pescaban. Parecían vivir de lo que ellos mismos cultivaban, pero lo que otros no sabían era que recibían ayuda externa. Los bosques no eran tan solitarios como todos creían, y los otros moradores, tenían poderes y conexiones extraordinarios. Mientras el anciano bisabuelo se empinaba la bota con chicha tocaron la puerta. Abrió el padre y saludó a un ser que parecía una parodia de un cuerpo humano. Era una criatura deforme, con una pierna retorcida que se asomaba por su espalda, cara velluda y cuerpo lampiño, lleno de llagas y en partes sin nada de piel. El ente, apenas capaz de hablar con su boca sin dientes que chorreaba baba, exigió el sacrificio de costumbre. Por lo general un bebé pequeño serviría. Esta vez tendría que irse con las manos vacías, pero con la promesa de tener un mucho mejor sacrificio al día siguiente. El padre de Elsa cerró la puerta y el ser se arrastró hacia la guarida de sus amos con el mensaje para convocar a una reunión extraordinaria.
Sin enterarse de nada, Ignacio Cárdenas disfrutaba de una noche de sexo como ninguna que hubiese experimentado antes. A diferencia de las sumisas que dejaban que Ignacio las abusara y vejara sin contemplaciones, o de las dominatrices que destrozaban temporalmente la dignidad y el cuerpo de Ignacio, Elsa ofrecía algo diferente. Ella se dejaba dominar sólo por momentos para volverse dominante de pronto. Y al volver a su posición de dominada no lo hacía sin antes ofrecer resistencia. Era al mismo tiempo una entrega mutua y un combate. Ambos gozaban la posición de dominado y de dominante. Ambos disfrutaban de los rasguños, las mordidas, los golpes de palmas y de puños y las penetraciones de miembros y dedos por diversos orificios.
Esa noche, el poder de la tecnología y de un hombre sin escrúpulos lograron electrocutar a un anciano y reducirlo a materia prima para comida de animales. El mismo hombre sin escrúpulos que podía lograr casi todo lo que se propusiera, se dejó dominar felizmente por una mujer que, al parecer, no tenía nada más que una casa y una familia decadente y anciana. Con su cuerpo magullado, rasguñado y mordido, poco a poco Cárdenas caía dormido, envuelto en la placentera sensación de las heridas sanando y las gónadas recuperándose del intenso uso. Su víctima y victimaria sexual dejó la habitación mientras él se sumergía en su mundo onírico, donde todo el poder acumulado por años no le serviría de nada.
Ignacio Cárdenas se encontró caminando por la orilla de una carretera desconocida. Vistiendo la misma ropa que traía antes de desnudarse con Elsa y la misma confianza en sí mismo que tenía cuando llegó a Castro, pero su cuerpo era el de un niño de diez años. Al darse cuenta que su cuerpo ya no era el mismo, Ignacio perdió toda su confianza y se sintió perdido en un paisaje hostil, con un bosque amenazante a su izquierda y una carretera con miles de vehículos de cuatro ruedas con chimeneas negras humeantes, pasando a gran velocidad a su derecha. El pequeño Cárdenas corrió sin saber de qué escapaba y encontró refugio en un túnel que pasaba bajo la carretera. Ya dentro del túnel no había salida alguna. Consciente de que estaba soñando, Ignacio sabía que no podía despertar voluntariamente y entendía cómo terminaría todo. Sabía que lo que estaba viviendo no era real (o al menos no era material) y aún así, un terror indescriptible lo consumía. Estaba a punto de presenciar, una vez más, al perseguidor de sus pesadillas. Una presencia inentendible que desde niño lo acosaba como la concentración total de la maldad del universo. De pronto, apareció frente a él un ser viviente con partes animales y vegetales. Parecía un enorme pedazo de carne con venas asomándose como várices. Tenía raíces carnosas que lo fijaban al suelo, aunque la incapacidad para moverse no disminuía su enorme voluntad destructiva. Rodeando el deforme cuerpo había partes metálicas que parecían cumplir funciones calculadas y lógicas, pero demasiado complejas para el entendimiento de cualquier humano. El color del metal era negro y sucio. En algunas partes parecía pulido y con formas muy sofisticadas, y en otras partes parecía simplemente una suma de figuras puntiagudas, de las cuales colgaban trozos de piel humana usados como pantalla. La representación del mal no era sólo destrucción, era la utilización consciente del dolor de otras criaturas para fines oscuros. Ignacio sabía lo que venía y aún así el temor no abandonaría de su pecho. Un intenso dolor lo invadiría desde adentro y despertaría completamente cubierto en sudor. Siempre era así… pero no esta vez. El dolor apareció en sus huesos más despacio que otras veces. Luego alcanzó los músculos hasta llegar a la piel, pero Ignacio no logró despertar. Cárdenas pudo sentir cómo cada partícula de su cuerpo era quemada por magma y al mismo tiempo atravesada por las espinas más afiladas. Pronto su alma ya no resistió tal dolor. Aunque la presencia física de Cárdenas seguía inmutable sobre la cama de Elsa, el alma contenida en ese cuerpo no podía enfrentar más castigo propinado por los espíritus del sueño y pronto comenzó a liberar energía como lo haría el alma liberada de un muerto en el acelerador de ectoplasma, sólo que aún estaba mezclada con la carne.
En otra habitación de la misma casa donde las pesadillas convertían el alma de Ignacio Cárdenas en energía, Elsa Carrizo y sus familiares realizaban oraciones al demonio, pidiéndole que no permitiera a Cárdenas volver al mundo de la vigilia. Durante el sexo, Elsa pudo comprobar que el pusilánime joven transformado en poderoso magnate era el indicado para los planes de su familia. El alma atrapada en ese cuerpo contenía tantas emociones reprimidas detrás de esa inhumana razón que la capacidad de generar energía era abrumadora y de una calidad diferente. Había una voluntad que no se encontraba en ninguna persona que hubiesen conocido. La energía liberada por el alma de Cárdenas comenzó a modificar el cuerpo, provocando mutaciones abominables. Las extremidades se hincharon hasta casi reventar. De los dedos de los pies crecieron protuberancias y lunares carnosos que formaron mangas de tejidos que llegaron hasta el suelo de la habitación. El vientre del desgraciado hombre se llenó de venas que se sumaron una sobre la otra hasta formar una gran masa. El rostro de Cárdenas desapareció detrás de una gran acumulación de epitelio, permitiendo que sólo se vieran sus ojos. Sólo después que esto ocurriera, los Carrizo permitieron que su víctima despertara. Luego de un par de minutos que parecieron eternos para Ignacio, quien no podía parar de sufrir y ni siquiera podía quejarse dentro de esta nueva forma, la familia de Elsa entró la habitación, cada uno acarreando un artefacto metálico negro. Era imposible entender qué funciones cumplía cada uno de ellos. Sólo se adivinaba una tecnología muy diferente a la de Cárdenas. Rápidamente los Carrizo pusieron en marcha la parte final de la transformación de su invitado.
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