Los Felinos de la Ciudad

Deambulo sin rumbo por una ciudad que nunca lo tuvo. Veo que los habitantes están cambiando, están encontrando un camino, y a tientas intentan seguirlo. Las calles lo resienten. Intentan obligar a las personas a volver a sus viejas costumbres, pero muchos resisten, y las calles cambian de color. Llevan un mensaje diferente. Muchos colores se superponen, las caras se mezclan y las letras se confunden en un caos hermoso. Desde cerca se ve una masa sin sentido, pero desde más cerca se notan los hermosos trazos, la fuerza, la rabia y el amor puestos en  el mensaje de destrucción, creación, memoria e imaginación. Desde la distancia esta masa tiene otro sentido. No lo vemos porque estamos dentro de ella, pero algo se está formando… y otros seres pueden percibir. 

De pronto pertenecemos a otro lugar. A pesar de que intentamos cambiar el que habitamos, este se resiste. Ha estado mucho tiempo destinado a lo mismo, y nosotros ahora somos distintos. Estamos destinados a algo diferente. La ciudad nos rechaza… nos aliena. Debemos ir a nuestro nuevo hogar, pero no sabemos cómo. Nadie conoce el camino. 

La noche se acerca y apuro el paso. Quiero llegar pronto a mi destino, pero no puedo. Ya no busco mi casa para protegerme del frío, porque ahora está en otra ciudad. Mientras el cielo se oscurece me doy cuenta que la ciudad ya no tiene luz. Esto me permite ver con claridad el primer astro que se asoma. Brilla intensamente, especialmente porque no hay luna. Su luz azul entra por mis ojos, mi frente, mi garganta. Me llena y me hace avanzar hacia su origen. El origen de la luz es mi nueva ciudad. 

Camino y camino y no llego a ella. Me pierdo en callejones que ya no me pertenecen hasta que llego a una muralla. No sé por dónde seguir. Me doy cuenta que no puedo llegar a mi estrella, que ya está siendo rodeada por otras. Aún la distingo, pero no la puedo alcanzar. Resignado, busco mi camino de vuelta hacia mi origen, que ya me parece repugnante. No puedo salir del callejón. Entre las paredes oscuras, cubiertas de rayados que intentan ocultar su naturaleza miserable, unos ojos me observan. Habían estado ocultos, pero ahora puedo verlos porque ellos lo decidieron así. Ojos rasgados, amarillos, verdes, brillantes, capaces de verme en la oscuridad creciente. Los veo acercarse hasta que sus dueños muestran sus hermosos y terribles cuerpos. Orejas puntiagudas, extremidades elegantes, capaces de acariciar y destruir, trepar y correr; manos y pies con garras retráctiles y piel cubierta de pelo en hermosos e hipnotizantes patrones de color. Sólo ahora me doy cuenta de lo extraños que son. Nunca fueron de este planeta. Nunca han pertenecido acá. Sólo estaban de visita… esperando. Ahora es el momento de partir. 

El callejón, cubierto de basura innecesaria, producida por una cultura de consumo obsesivo me repugna. Tarros llenos de plástico, papel, alambres, envoltorios y juguetes que jamás fueron usados me rodean. Desesperadamente necesito salir de aquí, pero las maravillosas criaturas no me lo permiten. Ellos son los que me sacarán… con sus propios métodos. 

No sé cuántos son. Me rodean. Me atacan… o me protegen… Rasguñan, muerden, saltan, ronronean mientras rozan sus cuerpos con el mío. Rasguñan. Rasguñan. Hasta que mi ropa está deshecha en el suelo, y con mi cuerpo indefenso siguen festinando, intentando deshacerlo… que ya no exista en este lugar que no me merece. Me llevarán a la estrella. Sus garras atraviesan mi piel. Abren canales por donde brota sangre. Dibujan nuevas imágenes hermosas de color rojo sobre lo que queda de mi piel, sobre las murallas y sobre el suelo. Sus dientes rasgan la carne. Mastican. Tragan. El dolor es intenso. Cada vez peor… o mejor. Es un dolor que me eleva, mientras esas lenguas ásperas raspan los huesos, sacando cada resto de fibra muscular. Sigo sintiendo mientras engullen lo que queda de mi cuerpo obsoleto. Hasta que no queda nada. 

Ojos felinos mirando hacia ti, extrayendo tu alma mientras deshacen tu cuerpo.

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No soy el único. Somos varios quienes vamos a un nuevo lugar. Un nuevo lugar que se crea con la sola voluntad. Porque, ¿qué es este universo sino una voluntad de existir? Y la ciudad queda casi vacía. Son pocos los que deambulan en las calles ausentes de voluntad. Esa voluntad la llevamos con nosotros, con los felinos que nos llevan a la estrella. Y muy tarde las calles y las paredes se dan cuenta que no pueden existir sin nosotros. Los colores de las paredes caen. Los nuevos monumentos caen y revelan que la ciudad de antes ya no tiene sentido… y se desmorona. Se deshace y se consume a sí misma. Queda sólo una masa inerte de piedras, fierros y plástico. 

La carne, la pasión y la creatividad han concebido una nueva ciudad.

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