Bovino. Segunda parte.

Dos días estuve inconsciente luego de la golpiza. Al despertar, la imagen del toro, si se le puede llamar así, seguía firmemente fijada en mi memoria. Sentí un terrible desconcierto al ver el interior de un hospital. Intenté levantarme, pero el dolor en mis costillas y columna me mantuvo en la camilla. Al rato entró en la descuidada habitación una enfermera desaseada y obesa. Me miró con una sonrisa que reflejaba mucha simpatía y buenos sentimientos mezclados con ignorancia y falta de juicio. “¡Despertó!” dijo, destacando lo evidente. Aprovechando mi primer momento de consciencia en dos días me explicó las lesiones que sufrí, entre las cuales habían costillas rotas y hemorragias internas. Sin embargo mi pronóstico era bueno y estaría fuera del recinto en tres semanas. Esa información me tranquilizó, aunque la mujer insistió en que debía dejar de trabajar por un tiempo debido a que podía sufrir pérdidas de memoria y mareos. De pronto surgió una inquietud y la pregunta casi escapó por mi boca. “¿Cómo llegué aquí?”

La mujer me contó que un cartonero dejó mi cuerpo maltratado e inconsciente en la recepción de urgencias. El hombre dijo que me había encontrado dentro de un contenedor de basura que se le ocurrió revisar casi por casualidad. No tenía signos de vida visibles pero prefirió asegurarse con la opinión de un médico. El personal que me recibió también dedujo que yo estaba muerto y, mientras esperaban que se confirmara mi identidad para hacer un certificado de defunción, escucharon como, de pronto, yo tosía. Tomando esto en cuenta, además de que nunca logré ubicar a quien me sacó del basurero, le designo a un milagro o a alguna deidad desconocida la gracia de mantenerme vivo.

Durante tres semanas, esa mujer fue mi conexión con el mundo. Hablaba mucho de farándula y de noticias que no me interesaban, pero entre esos temas irrelevantes también mostraba interés en cosas más sórdidas. Ella tenía el típico morbo de las señoras que ven mucha televisión, interesándose por los detalles más escabrosos del último femicidio o de algún famoso encontrado muerto. Esta vez se fijó mucho en el caso de bebés desaparecidos justo alrededor de mi barrio. Yo quise dirigir las conversaciones hacia ese tema, pensando inmediatamente en el brazo del infante que encontré. Cada día me contaba más detalles que escuchaba en matinales o en conversaciones de ascensor. Me contó que sospechaban de mafias que vendían niños, pero yo creo que los niños eran usados para otros fines. Lo último que logré que me dijera antes de que olvidara el tema por algún romance de futbolista con modelo (quizás debido a cambios en la programación televisiva), fue que en una de las calles con más comercio, cerca de la iglesia, habían sido vistos hombres con bolsos sospechosos. No sé que quería decir con sospechosos, pero me imagino que era relacionado con los bebés robados. Estos hombres entraban a distintos locales comerciales y luego se iban sin sus bolsos. La policía no había logrado encontrar nada en los locales comerciales y no podían superar la burocracia para entrar a la fuerza en los lugares no permitidos al público.

Luego de tres semanas fui autorizado para salir del hospital. Todavía no estaba bien, pero ya estaba en condiciones de dejar de ser una molestia y darle la camilla a otro enfermo.

Apenas pude salir del hospital me sentí aliviado de no escuchar a la abrumadora y molestosamente atenta enfermera. Haciendo caso omiso de las indicaciones de reposo y ejercicios especiales para la recuperación, me dirigí inmediatamente a la oculta galería donde había sido brutalmente atacado. A medida que me acercaba en el microbús, mi corazón se aceleraba y mis manos transpiraban más y más. Al bajarme y comenzar a caminar, mis piernas estuvieron a punto de dejar de responder. El miedo a un nuevo y definitivo ataque y a encontrar nuevas atrocidades me detenía, pero la curiosidad y un extraño sentido de deuda hacia el gato fueron más fuertes. Finalmente, al asomarme por la roñosa ventana encontré una galería quirúrgicamente limpia, cosa que contrastaba con lo descuidado del edificio. Entré de la misma forma que la vez anterior y me acerqué a la segunda puerta. Al otro lado no encontré nada que se relacionara con mi visión anterior. Eso me desconcertó de tal forma que llegué a dudar de mi razón y de mis sentidos. Confuso y algo decepcionado me dirigí a mi hogar, mientras buscaba con la mirada a mi felino amigo, a quien tampoco encontré.

Al entrar a mi departamento reflexionaba sobre los alcances que puede tener mi hiperactiva imaginación. Ya nada me parecía real, salvo el deprimente estado de descuido del departamento. Por primera vez en mi vida lamenté mi escaso contacto con mis vecinos y mi falta de amigos. Mis pinturas estaban arruinadas por los hongos, la humedad corrompía las paredes y el polvo cubría mis pocos muebles. Hasta mi cactus habían muerto. La muerte de un cactus debe ser el símbolo definitivo del descuido. El ánimo solamente me dio para ordenar lo esencial y para botar la comida podrida. Luego terminé y envíe un video, que ya llevaba semanas de atraso, y quedé desocupado. No tenía ánimos para hacer nada, ya que mi vida parecía no tener sentido debido a mi incapacidad de distinguir la realidad. Finalmente decidí hacer lo único que tenía sentido en ese momento.

Comencé a indagar en Internet el significado de los signos que creía haber visto. Me dirigí directamente a la Deep-Web. Consulté con algunos contactos expertos en ocultismo, a quienes nunca he conocido en persona, sobre varios de los signos. La mayoría dijo no saber nada y algunos demostraron saber de qué se trataba, pero no querer dar información por lo peligroso del campo al que se referían. Ya estaba pensando en ir a dormir; tranquilo por saber que no era sólo mi imaginación lo que vi, pero inquieto por los la magnitud que este asunto tenía; cuando Nikodemus_wrath accedió a darme información. Primero me obligó a conectarme a un servidor que según él era seguro y me envió fotos e imágenes escaneadas de libros. Luego de eso se desconectó y no volvió a aparecer. Me decidí a leer al instante y lo que aprendí de los textos e imágenes no me tranquilizó para nada. Se trataba de representaciones utilizadas por civilizaciones, si es que se les puede llamar así, que habían habitado latinoamérica antes que los Incas. Estos pueblos no aparecen mencionados en los libros de historia comunes, ya que los historiadores serios los consideran un mito, dada la poca o nula evidencia sobre la existencia de estas gentes. Sin embargo, algunos los consideramos reales, y parecen haber influenciado en más cosas de lo que nos gustaría creer. Las figuras que yo encontré habían sido vistas en fechas y lugares muy distantes entre sí, y muchos claman que se trata de evidencia de que estas civilizaciones desconocidas han influenciado de alguna forma incierta a nuestra civilización. Según los que han estudiado estos símbolos, cuyas teorías han sido censuradas y escondidas por alguna razón, las extrañas e indescriptibles figuras representan un momento en que todo el universo muere y renace al mismo tiempo. El gran nacimiento-muerte, como algunos lo tradujeron con poca precisión. Esto se puede explicar como el big bang, para ponerlo en lenguaje simple y actual. Este gran nacimiento significa la destrucción total de la materia del universo y el comienzo de uno nuevo. Hasta este punto, no era mucho el temor que sentía, ya que según esta mitología faltaban eones para este momento. Sin embargo, en los ensayos que recibí se mencionaba una rama de las más subterráneas de un culto que creía en este nacimiento-muerte. Esta se mantuvo viva en reducidos grupos y se mezcló durante el siglo 19 con cultos satánicos y paganos de América, Europa y África. Como resultado de este sincretismo apareció la figura del dios Ng’oomibe. Este vendría a adelantar el momento del gran nacimiento-muerte para crear un universo que siga otras leyes de la materia, la física, la termodinámica y el tiempo. Para que esto ocurriera, los seguidores este dios deberían realizar sacrificios y hacer presente su imagen en la tierra. Así serían recompensados con una vida eterna que trascendiera la existencia del nuevo universo.

La imagen de Ng’oomibe se mostraba en un dibujo hecho por un artista anónimo. Cuando lo vi en la pantalla de mi computador casi perdí el conocimiento debido a la impresión. Se trataba de un dibujo con trazos característicos del expresionismo y que no obstante, se veía muy realista. El dibujo parecía salir de la pantalla y atacar mi rostro y mi conciencia. Se trataba de la misma visión del toro sobrenatural que se había cruzado en mi mente antes de perder el conocimiento por completo cuando recibí la golpiza. Sus nueve ojos me miraban y penetraban hasta lo más profundo de mi conciencia. Era el corazón del universo revelando verdades obscenas que las limitaciones de mi cerebro humano no me permitían comprender. Tal dios extraño y maldito era el que condenaría a la humanidad si es que lo que estos desquiciados decían era verdad. El hecho de ver una vez más la imagen que apareció en mi mente confirmó que no estaba loco, pero al mismo tiempo reveló lo terrible de mi descubrimiento. Si lo que acababa de leer era cierto, tendría que detener este culto para evitar la desaparición anticipada de la humanidad. Y si no era cierto, de todas formas había que ponerle fin a los crímenes que estas personas eran capaces de cometer. Sospechaba que serían los mismos que estaban haciendo desaparecer a los niños y se escondían en algún lugar de mi barrio. Pensé en esto hasta que el cansancio derrotó a mi preocupación.

Finalmente me fui a dormir. No sé cómo lo logré. Seguramente fue porque no  me quedaban más energías y mi cuerpo aún necesitaba reparación. No sé si fue el dolor de mis huesos aún soldándose o la gran impresión que recibí lo que hizo que mis sueños fueran una tortura onírica. Desperté a las nueve de la mañana con el recuerdo de haber visto esculturas hechas de carne humana y un grupo de bestias taurinas masticando mi alma. Estaba totalmente exhausto, transpirado y sobresaltado. Me levanté inquieto, intentando pensar en cómo seguir la investigación. Mientras me dirigía al computador para intentar contactar a Nikodemus_wrath me detuve en la mitad de mi habitación con una imagen que rompió mi alma con tristeza y horror. El gato que me había llevado a la galería hace varios días yacía sobre el suelo agonizando. Gran parte de su piel había sido rasgada y parte de su musculatura asomaba por las heridas. Su cola estaba quebrada, al igual que parte de su cráneo y una de sus patas. Había sufrido una gran golpiza, pero también demostraba haberse defendido. En sus uñas había restos de piel que parecía humana y en su hocico se notaban pelos de algún otro animal de pelo corto. Parecía haber peleado contra algún animal y una persona, ya que se veían mordiscos en su piel y sus huesos parecían quebrados por alguna herramienta pesada. El animal me miró con resignación respecto de su destino. No parecía rogar por ayuda. De pronto comenzó a toser y botó desde su garganta un trozo de papel que pertenecía a un recibo de una carnicería cercana, conocida por su insalubridad. Siguiendo el papel también vomitó un pequeño amuleto con la misma figura de Ng’oomibe. Luego, el gato dio su último respiro.

Esta última pista me dio a entender dónde debía ir a detener esta locura, además de evidenciar lo especial de este animal y mi predestinación para realizar esta labor. De alguna forma el universo había orquestado los hechos y había dotado de una inteligencia y coraje especial a este felino para que yo pudiera mantener el orden cósmico como debe ser. Mi moral no me permitía declinar esta responsabilidad. Por lo tanto, tomé un desayuno energizante, agarré unos billetes y salí del departamento. Ni siquiera me molesté en recoger el cuerpo del animal, de todas formas no sabía si volvería a mi hogar. Me dirigí corriendo a una ferretería y compré un machete. No sabía para qué lo necesitaba pero algo me hacía pensar que necesitaba al menos un arma blanca.

Al entrar a la carnicería todo se veía normal. Gente comprando y un par de carniceros entregando la mercancía animal. Una señora se dio vuelta hacia mí y escapó gritando, probablemente al ver la expresión en mi rostro y el machete en mi mano. Nunca me ha interesado cómo reacciona la gente ante mí y menos lo haría en ese momento. El resto de las personas abandonaron el lugar creyendo que yo era un psicópata, mientras un carnicero llamaba a la policía y el otro corría hacia el interior del local. A pesar de lo indefenso que me sentía portando sólo un machete como arma, el miedo que causé en la gente me dio una sensación de poder que me permitió despedazar el teléfono del local en un sólo movimiento y ahuyentar al carnicero con la mirada. Seguramente él no tenía mucho que ver con los rituales. Entré corriendo a la parte de atrás luego de saltar el mesón. Corrí por un largo y estrecho pasillo hasta encontrar una puerta cerrada con llave. Busqué por todos lados si es que había algo más en el pasillo. Lo único que encontré fue un baño asqueroso, sucio y hediondo. Entré al baño y vi que tenía una salida de ventilación en el techo. En ese momento la adrenalina me había convertido en un ser imparable, pero aún racional. Entré apenas por un tubo de ventilación y me arrastré en dirección a la habitación cerrada.

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Logré alcanzar la siguiente reja y a través de ella vi la evidencia de los crímenes del carnicero. Tenía una escultura en el fondo de la habitación completamente blanca, salvo por las manchas de sangre en las paredes. La escultura era roja y parecía estar hecha con la misma carne de la vitrina del local. De manera rústica, los distintos trozos de carne y de huesos estaban dispuestos imitando pobremente la figura de Ng’oomibe. Además, había cuatro toros alrededor de la estatua, cada uno con el hocico arrancado y con la herida cauterizada. No emitirán ningún ruido y estaban sujetos con cadenas desde las paredes. En un momento agaché más mi cabeza para tener una mejor perspectiva y de pronto la estructura del ducto de ventilación cedió. Mi cuerpo cayó violentamente junto con latas y trozos del techo, pero mi determinación seguía alta. Me acerqué al carnicero con el machete en la mano con la intención de matarlo lo antes posible. Por primera vez en mi vida mi decisión superó a mi curiosidad, haciendo que yo quisiera deshacerme del peligro que representaba ese hombre antes de interrogarlo o averiguar qué había hecho exactamente. Pero mi falta de experiencia en peleas me detuvo cuando me levanté del suelo para atacarlo. El hombre me dio un golpe en la mejilla derecha que retumbó en mi cráneo devolviéndome al piso. Luego de eso no me pude volver a parar por un buen rato. Aunque no perdí mi conciencia, la pata delantera de un toro se posó sobre mí aplastándome e inmovilizándome.

Lo que ocurrió después no lo sé con certeza. Sólo tengo recuerdos confusos. Al parecer, el hombre asumió que no me iba a reincorporar ya que no me prestó atención. Sólo siguió preparando un ritual, seguramente para acelerar la aparición de su maldito dios en este universo. Claro que no estaba muy preparado, ya que lo apremiaba la probabilidad de ser descubierto. Mientras yo yacía semiconsciente, vi como dibujaba símbolos de alquimia sobre el suelo y las paredes. Además hacía pentagramas con tiza por todos lados. Luego dispuso velas frente a la imagen hecha de carne y las prendió mientras repetía mantras en lenguas desconocidas. De a poco recuperé mi fuerza hasta que de pronto vi que el hombre estaba a en el clímax de su ritual. En ese momento vi como si la escultura de Ng’oomibe me mirase a los ojos con una expresión humana… Y me di cuenta que los complejos ojos del cósmico toro estaban hechos de varios globos oculares… Y estos eran humanos, Al igual que toda la carne que colgaba de huesos y cartílagos. Alcancé a distinguir partes de cabezas, brazos, piernas y torsos de personas jóvenes y de niños. Esta aterradora y aberrante visión le dio una fuerza inhumana a mi cuerpo. La cual alcanzó para levantar la pata que me oprimía. Logré levantarme y recoger mi arma antes de que el carnicero, concentrado en su ritual, se diera cuenta. La adrenalina, la rabia y la sed de vengar a los muertos mutilados nublaba mi razón, pero al mismo tiempo mi actuar se justificaba racionalmente ya que estaba defendiendo al planeta de una amenaza terrible. Toda esta vorágine de emociones y pensamientos culminaron en mí levantando el machete y rápidamente moviéndolo contra el cuello de mi enemigo. Con esto le provoqué un profundo corte en diagonal que liberó gran cantidad de sangre y un desgarrador grito de dolor que finalizó con gárgaras de sangre. Con el hombre reducido me dirigí hacia las otras bestias y a cada una le propiné un certero golpe con el machete que cortó sus cuellos y separó sus vértebras. No fueron cortes limpios, pero permitió que se desangraran rápidamente.

Creyendo que mi tarea estaba culminada me dejé caer en el suelo cubierto de sangre humana y animal, que en realidad pertenecía en esencia a entes demoníacos estelares, o bestias. Pero de pronto sentí un golpe en mi estómago que venía de un pie del carnicero maldito. De alguna forma había resistido mi ataque y ahora estaba de pie pateándome mientras su cabeza colgaba apenas de un trozo de piel desde el cuello. Esto último comprueba que no se trataba de un humano, pero esto claramente no convenció al juez que me ha mandado a encerrar. Finalmente logré darle un machetazo en la ingle y patear su pierna izquierda desde el suelo. Esto me dio tiempo para ponerme de pie y darle al rededor de cuarenta golpes con el machete, lo que convirtió ese cuerpo que albergaba a un demonio en una masa de huesos rotos y carne molida. Esta última imagen de mi persona cubierta en líquido rojo dando golpes de machete a lo que hace unos minutos aparentaba ser un humano y rodeado de animales muertos, fue lo que vieron los policías al llegar a la escena del crimen. Habían forzado la puerta luego de ser alertados por el otro carnicero que había escapado.

La detención posterior fue rápida porque no opuse resistencia. Aparecí en los diarios como un loco y todas mis declaraciones han sido tomadas como delirio, pero yo y la fuerza superior que domina este universo sabemos que he hecho lo correcto. Tendré que pagar un precio muy alto por mis actos pero no me arrepiento de nada. Y si en el futuro me encuentro en alguna situación similar actuaría de la misma forma. Otras amenazas pueden volver y otros tendrán que hacer lo que yo hice para mantener el orden cósmico.

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