En el centro de una habitación oscura, de paredes metálicas y plástico reforzado, descansaba una cápsula blanca de dos metros, inmaculada a pesar de llevar años esperando. La habitación parecía no contener nada de vida y podría haber estado inmutable por aún más años de no ser por una señal recibida, que provocó la activación de una alarma. Esta provocó que los parlantes instalados en las esquinas reprodujeran jazz del siglo veinte y se encendieran luces con un tono naranja suave. La cápsula se abrió, dejando a un humano expuesto a la música y a la luz. El líquido que rodeaba al cuerpo fue drenado y el sistema que mantenía la mente en un estado de sueño lúcido se desactivó. Lentamente, el ser humano despertó de su hipersueño.
El teniente Lang Taurin se levantó lentamente mientras se desentumecían sus articulaciones, con la sensación de haber estado soñando algo muy intenso, pero que no podía recordar. Cuando finalmente pudo ponerse de pie, se acercó al panel de control para ver qué tipo de señal había interrumpido su sueño. En el panel vio algo que terminó de sacarlo de su estado de aletargamiento y lo hizo saltar. Era 23 de Junio de 3016 (según tiempo terrestre). Llevaba más de 15 años durmiendo, suspendido dentro de la cápsula.
Inmediatamente se dio cuenta que su sueño era en realidad un recuerdo. Lang se alejó del panel y pidió a la nave que le sirviera un café. Mientras este se descongelaba, Lang reflexionó y unió las últimas imágenes de su memoria para saber qué estaba pasando.
Hace quince años estaba en la nave Arcano, con una tripulación minúscula, transportando a miles de personas en cápsulas como la que hace minutos había ocupado. Iban desde el planeta X-258 a X-261, en el sistema solar AB-251-727. Eran sólo unos meses a velocidad luz y llegarían al planeta recién terraformado, listo para recibir una población inicial y crear nuevas ciudades. Pero hubo un desperfecto. Tal vez un problema en el sistema de navegación, o algún motor que explotó, ese recuerdo era difuso. Sólo sabía que Arcano estaba acelerando directo hacia un enorme asteroide, y no había forma de evitarlo. El capitán de Lang le ordenó que le disparara para no morir en la explosión. No quiso evacuar en una nave pequeña, ya que no resistiría la vergüenza de llegar sin su cargamento de humanos. Lang entonces le disparó a su capitán y abordó la pequeña nave de evacuación. Otros de la tripulación tendrían que haberlo hecho también, pero no recordaba si lo habían logrado.
Por qué no llegó a X-261 era un misterio que jamás podría resolver. Tal vez escribió mal las coordenadas o hubo otro error del sistema, pero ese recuerdo estaba borrado. Sí recordaba que la compuerta de la nave se cerró y hubo una fuerza expansiva, tal vez de una explosión, que empujó la nave de escape y la sacudió. Lo siguiente que supo Lang era que estaba despertando quince años después, a quince años luz de su sistema solar natal… y una señal de algún planeta alertó a la nave para que lo despertara.
Un pitido avisó a Lang que el café estaba listo. Una lata de café tibia lo esperaba tras una pequeña puerta, donde también había cientos de cajas pequeñas con barras alimenticias, suficientes como para alimentarlo por un año. El estómago de Lang estaría listo para recibir alimento sólido en unas horas, por mientras el café le ayudaría a despabilar.
Lang volvió a acercarse al panel de control. Vio que se encontraba fuera de su mapa del universo, el cual contemplaba los sistemas solares donde se sabía que habitaban humanos. Desde hace unos siglos, la expansión humana había sido exponencial, y debido a las inconmensurables distancias entre planetas, la comunicación era casi imposible. Por lo tanto, era muy probable que, al vagar sin rumbo por el universo, uno se encontrara con alguna ciudad en un planeta desconocido o en una luna bien ubicada. El sistema automático de la nave había pasado los últimos quince años actualizando su mapa, aunque era básicamente una línea recta de espacio vacío con un ocasional asteroide detectado a la distancia. Al final de esa línea apareció un nuevo sistema solar que constaba de una estrella pequeña y siete planetas. La nave ajustó su rumbo hacia el cuarto planeta, siguiendo la señal que resultaba ser de auxilio.
El teniente Lang Taurin intentó comunicarse con el origen de la señal, pero parecía no haber nadie al otro extremo. Lo más probable era que fuese enviada de manera automática desde un sistema computacional, mientras los humanos a cargo lidiaban con su problema mientras la ayuda llegaba.
Mientras la nave desaceleraba, y se ubicaba en la órbita del planeta, Lang hizo ejercicios necesarios para sus músculos semi atrofiados y pensó en que tal vez podría comenzar una nueva vida en el nuevo planeta. ¿O existiría alguna posibilidad de volver a su hogar, tal vez comunicarse? Era muy poco probable. Además, sus amigos ya lo darían por muerto, y su madre ya llevaría años convertida en tierra. Luego vio por las pantallas hacia el exterior que ya se acercaban a un hermoso planeta, tal vez el doble del tamaño de X-258. Un brillo verde lo rodeaba, como océanos enormes de un agua verdosa, que estaba adornada de pequeños continentes anaranjados y un polo era visible con una enorme cantidad de hielo.
Sin embargo, las lecturas del panel de control mostraban que la atmósfera no era respirable, y que de hecho la señal de auxilio venía de la luna . Era una roca con la forma de una esfera casi perfecta. Lang Taurin especuló sobre si se trataba de una base instalada en la luna con la misión de comenzar la terraformación del planeta y así poblarlo en el futuro. Ese mismo procedimiento habían realizado justo antes del accidente del cual escapó Lang, y así lo hacían los humanos por varios siglos. Taurin pensó que podría convertirse en un miembro importante en la pequeña sociedad del satélite.
Descendió sin problemas mientras comía un desayuno rico en grasas, proteínas y micronutrientes, todo cuidadosamente calculado para que el cuerpo recibiera las porciones justas de cada cosa y puesto en forma de barra sabor a chocolate. Lang siempre las había encontrado insípidas comparadas con la comida cocinada por gente, pero luego de quince años sin comer, se sentía como una experiencia religiosa. Cada impulso enviado por su lengua y paladar era un regalo del paraíso. Cuando terminó su primera barra, bajó de la nave que había alunizado a unos cien metros de la cúpula alojadora de la ciudad humana. Llevó dos barras más, ya que necesitaría volver a comer pronto, para que sus músculos siguieran recuperándose. En los más de veinte bolsillos del traje de astronauta también llevaba varias herramientas, medicinas y algunos equipos de primeros auxilios, cables con conectores de todo tipo y un arma. Había dudado en llevarla, pero decidió que era mejor tenerla y no usarla que necesitarla y no tenerla. A fin de cuentas, la señal de auxilio no explicitaba la razón de la llamada. Era un revólver del siglo veinte, que no funcionaría en un lugar sin atmósfera, pero sí lo haría cuando estuviera dentro de la cúpula, el mismo con el que había matado a su capitán. Llevaba el casco puesto y suficiente oxígeno como para unas tres horas, aunque tal vez lo necesitaría sólo por unos minutos.

Entró a la cúpula luego de pasar por una cámara de presurización que ni siquiera le pidió una identificación. Esto le habría parecido extraño a Lang, de no haber estado distraído admirando los hermosos colores del planeta que flotaba en el cielo, rodeado de estrellas. Una vez dentro de la cúpula, el cielo se veía más opaco, pero pudo sacarse el casco. Un mini computador en su mano le indicó que el aire era respirable y que no había microorganismos peligrosos. Este mismo mini computador le indicaba que la señal venía de un lugar a un kilómetro hacia el interior.
La ciudad alrededor de Lang Taurin era inquietante, completamente extraña para lo que él estaba acostumbrado a ver en la arquitectura de su ciudad natal. Los edificios eran sólo de un piso, lo que tendría sentido en una ciudad transitoria. Más extraño era que casi no había líneas rectas. Las paredes, puertas y ventanas eran óvalos, y las casas, oficinas, bodegas o talleres eran como esferas aplastadas de color azul oscuro. Con todo, parecía ser (o haber sido) habitada por humanos, ya que había calles, luces, plazas y dentro de los edificios, muebles que correspondían a los que usarían seres humanos en su vida diaria. Lo más excepcional, sin embargo, fue el material del cual estaba hecho todo. Parecía un metal, pero al mismo tiempo era blando y flexible. Al tocar las paredes, Lang creyó poder arrancar un pedazo si utilizaba un poco de fuerza, y podría moldearlo en otra forma. Siguió caminando hacia el origen de la señal mientras comía su segunda barra y su intriga crecía. Decidió ir directo hacia la señal, ya que no parecía haber humanos en toda la ciudad. Tal vez había llegado muy tarde.
Al doblar una esquina pudo divisar un edificio al final de la calle. Era más grande que el resto, aunque seguía siendo de un solo piso. Tal vez sólo por coincidencia, o tal vez como una caprichosa premonición estelar, la estrella del sistema donde estaba, brillaba detrás del edificio, en un atardecer lunar, mientras su luz era filtrada por la cúpula. Esto generaba una distorsión de colores hermosamente intrigante, atrayente y ominosa. Revivía una sensación que Lang alguna vez tuvo, una mezcla de miedo a lo desconocido y maravilla ante las posibilidades de la exploración. La luz multicolor rodeaba la silueta ovalada del edificio, que parecía omnipotente ante el curioso y temeroso viajero.
A pesar de sus crecientes emociones, Lang siguió caminando al mismo ritmo y su aparato seguía indicando que se acercaba más y más. Al llegar ante la gran puerta ovalada, el sol ya casi se había ido. Al igual que los otros edificios, estaba abierto. Lang entró y se encontró con una especie de laboratorio de informática. Tuvo que encender una linterna ubicada en el pecho de su traje para ver en la creciente oscuridad. Había filas de escritorios con pantallas y teclados sobre ellos, y también sofás y sillones con laptops abiertos encima. Otros modelos más pequeños estaban esparcidos por todo el suelo. En la pared del fondo se encontraba una enorme pantalla blanca, seguramente donde en algún momento se dieron las instrucciones generales para los cientos de personas que trabajaban en ese lugar, desde ahí parecía venir la señal. Lang apresuró el paso ,y tropezándose entre los escritorios y computadores, llegó hasta frente a la pantalla. Ahí había una caja rectangular, metálica de unos tres metros. El mini computador de su mano decía que la caja era el origen de la señal. Esta tenía una pequeña luz azul parpadeante y nada más. El soldado acercó su mano derecha y cuando la tocó, la caja se abrió violentamente.
Lang casi cayó de espaldas, pero pudo mantener el equilibrio. La mitad superior de la caja se había elevado hasta el techo y luego cayó hacia atrás haciendo un gran estruendo en el inquebrantable silencio. El hombre se recuperó rápidamente de la impresión sólo para caer en una mayor. El interior de la enorme caja revelaba lo que parecía una estructura orgánica, una masa de carne verde que se movía con espasmos. Sobre ella había unos pequeños tentáculos carnosos de color púrpura, los cuales sostenían lo que parecía un cerebro sobredimensionado. Este tenía muchas rugosidades y vasos sanguíneos de diversos colores. En la parte trasera había venas y tubos de carne que le unían con la base. En la parte delantera de la base verde había varios orificios con distintas formas y tamaños. Algunos tenían ingertos metálicos y parecían cumplir la función de conectar con aparatos electrónicos, pero Lang no pudo distinguir ninguna entrada conocida. Desde uno de los orificios electrónicos surgía un cable que llegaba hasta la gran pantalla blanca.
La impresión dejó a Lang paralizado por varios minutos. Luego, su mente comenzó a intentar explicar lo que estaba presenciando. Imaginó que tal vez, el objetivo de ese lugar era dar vida a lo que tenía frente a él. Era un organismo viviente que imitaba la forma de un cerebro, y tal vez sus funciones. Lo que estaba claro era que no podría sostenerse por sí mismo, y además contenía partes de computador. Por esto concluyó que se trataba de una especie de computadora biológica, con partes orgánicas. El fin de esto no lo entendería nunca, ahora sólo tenía una mezcla de asco con incontrolable curiosidad y también… desesperación. Desesperación, porque no había ninguna persona en ese lugar y ese ser extraño era lo único que le acompañaba en el vacío del universo.
De alguna manera, pensó, podría hacer funcionar esa… ¿máquina?… Pero ¿cómo controlarla? De alguna manera tendría que acceder a la información que guardaba en ese … ¿cerebro? Pero tal vez ni siquiera tendría suficiente energía después de quizás cuántos años enviando esa señal de auxilio. Casi sin pensarlo, extrajo de uno de sus bolsillos una batería y la sostuvo frente al organismo, intentando adivinar cómo hacer que la energía llegase hasta él. Pero no tuvo que pensar más, ya que el mismo organismo pareció detectarlo, y varios tentáculos se estiraron, arrancando la batería de su mano e integrándola en la base carnosa. La batería pareció deshacerse mientras ingresaba en esa carne verde.
Con ojos muy abiertos, Lang observó cómo el cerebro se movía poco a poco, y de pronto la pantalla en la muralla se encendió. Primero aparecieron números, luego letras, y luego la pantalla se llenó de una luminosidad que irradió toda la habitación. Después hubo sólo oscuridad y silencio por un minuto eterno. Cuando hubo pasado ese minuto, la pantalla comenzó a mostrar un rostro, muy lentamente, como subiendo la luminosidad de manera sumamente gradual. Al mismo tiempo, los ojos del rostro se abrieron lentamente hasta quedar completamente abiertos mirando hacia Lang. El rostro, que flotaba sobre un negro fondo de la pantalla, pareció notar la confusión en Lang y comenzó a hablar en un tono suave.
—Tranquilo —comenzó. Lang vio que la voz venía desde unos parlantes ubicados por encima de la pantalla—. He tenido suficiente tiempo para anticiparme a este momento, y he decidido que lo mejor es ser lo más directo posible. Primero debo presentarme y explicar mi existencia en este biocomputador.
Lang miró la masa que seguía moviéndose con lentos espasmos en la caja abierta, luego volvió a mirar al rostro en la pantalla.
—Si. Ese es un biocomputador, creado en esta misma base —aclaró el rostro flotante—. Y es mi actual cuerpo. Recibo estímulos visuales gracias a la cámara ubicada en la base de esta pantalla, y auditivos a través del micrófono al lado de ella. Se podría decir que mis otros sentidos han desaparecido por ahora.
Lang entrecerró sus ojos y de pronto una pregunta surgió sin pensarlo.
—¿Tu cuerpo… actual?
—Si —contestó el rostro, que a pesar de ser evidentemente una imagen generada por un computador era sumamente expresivo y capaz de demostrar todas las sutilezas de las emociones humanas—. Pero antes de explicar cómo llegué a habitar este cuerpo, debería decirte mi nombre. Yo soy el profesor Ogosti Rodor, del planeta Z1121949, más conocido como Cerberia. ¿Y tú eres?
—Lang… de X-261.
—Un planeta bastante lejano, puedo inferir por el número. Hace varias generaciones nuestras líneas de expansión humana se han separado, con el propósito de poblar el universo, y aún así podemos comunicarnos. Qué suerte que ambos manejemos el mismo lenguaje, y aún podamos seguir llamándonos humanos.
Lang lo miró confundido.
—Bueno, aunque no estoy en un cuerpo humano, debo insistir en que lo soy —explicó Ogosti Rodor—. Al menos tengo la… esencia de uno… Soy el último de mi línea planetaria al parecer.
En ese momento, el rostro de la pantalla parecía estar conteniendo una tristeza enorme.
—Pero —Lang intentaba intervenir sin herir los “sentimientos” de la máquina que tenía enfrente. De pronto se dio cuenta que sentía que estaba hablando con una persona, más que con una inteligencia artificial. La pregunta surgió, como si ya aceptara la premisa de que se trataba de una persona atrapada en un biocomputador—, ¿qué pasó con los demás?
—Muertos —contestó la pantalla—. Al menos eso creo. Cuando comenzamos la colonia en este lugar, seguimos el procedimiento usual de hace siglos. Me imagino que estás familiarizado —Lang asintió—. Imprimimos estos edificios rápidamente, mientras ensamblábamos la cúpula y creamos la atmósfera.
Imprimir edificios. Eso explicaba el extraño material y su inusual forma. Lang estaba uniendo piezas en su cabeza, pero no dijo nada.
—Cometimos el grave error de no escanear por formas de vida, asumiendo que esta luna no las alojaría, y que sólo las encontraríamos en el planeta que orbitamos —continuó Ogosti—. No pensamos que habría una forma de vida hibernando desde hace millones de años, esperando a que creáramos una atmósfera que les permitiera movilizarse. Cuando detectamos a los tardígrados que flotaban en el aire a cada paso que dábamos ya muchos de nosotros tenían los organismos viviendo en su sangre y en sus pulmones. Intentamos aislar a los infectados, pero fue impracticable, incluso en nuestra pequeña colonia.
Lang recordó los relatos que escuchó desde pequeño sobre la Tierra, el planeta madre de su especie, y de cómo los humanos habían sobrevivido varias pandemias. Sonrió con una extraña nostalgia por un planeta que nunca había visitado.
—¿Has estado en la Tierra? —preguntó Ogosti.
—Nunca. Está demasiado lejos. Estuve quince años en hipersueño antes de llegar acá y creo que es suficiente.
—Eso me recuerda… no te he preguntado qué año es… espera —el rostro Ogosti Rodor desapareció por un momento para luego volver con una expresión de sorpresa—. No lo puedo creer. Llevo más de cien años con mi conciencia suspendida en este aparato. En realidad no lo pareciera.
—Cuéntame qué pasó con los tardígrados —interrumpió Taurin impaciente. Le molestaba que Rodor divagara en este momento de su relato—. No quiero parecer grosero, pero he estado respirando esta atmósfera sin mi casco.
—Tranquilo. La atmósfera está limpia. Si tu nave hubiese sido más rápida, tal vez estarías infectado. Pero los filtros de aire me informan a través del biocomputador que no hay ningún microorganismo dañino en la atmósfera. Estar atrapado en este artefacto tiene sus ventajas, y es que estoy conectado a todos los aparatos de esta colonia.
«Yo fui uno de los que trabajó en la creación de los filtros para eliminar a los tardígrados. Los colocamos en varios puntos, absorbiendo infinitamente, esperando que los malditos animales microscópicos perecieran. Pero era muy tarde cuando hubimos terminado. La mitad de la población ya había muerto por la infección, y de los restantes, ya había muchos contagiados. Además, la posibilidad de que el resto estuviese infectado sin saberlo era altísima. Con la perspectiva que teníamos, y sin tiempo a nuestro favor, la resolución fue dejar que los filtros limpiasen el lugar, en realidad sin saber por qué, ya que la posibilidad de una visita humana era nula. Nosotros no podríamos volver a Cerberia y arriesgar un contagio de nuestros coplanetarios. La mayoría cometió suicidio, dejando que sus cuerpos flotaran en el espacio. No quisieron dejar cadáveres pudriéndose, esperando que alguien los encontrara siglos después. Otros hicieron caso omiso de las advertencias de nosotros y escaparon en naves hacia Cerberia. Si es que llegan vivos, no los dejarán entrar, pero probablemente ahora sean simples muertos en cámaras de hibernación dentro de pequeñas naves perdidas en el espacio… perdón, no quise hacer una comparación odiosa.
»Yo, por alguna razón que aún no me logro explicar, intenté algo impensado, y transferí toda la información de mi cerebro hacia este computador. Tal vez con el objetivo de satisfacer mi curiosidad de ver si alguien llegaría algún día a este lugar. Eso ya fue hace unos trescientos años.»
—¿Dónde quedó tu cuerpo humano? —preguntó Lang, sorprendido pero sin perder su suspicacia.
—Mi cuerpo… o debería decir “yo”… fui hacia el exterior de la cúpula, dejando que el vacío del espacio se hiciera cargo de mi muerte. Al menos eso fue lo que había decidido hacer.
—Pero ¿cómo tu cuerpo se movió sin su conciencia?
—Recuerda que soy una copia —explicó Rodor—. Mi yo original seguía estando en el cuerpo, y tal vez decidió hacer algo diferente que el suicidio, no lo sé.
—Entonces tú no eres humano —sentenció Lang sin mucho tacto—. Eres sólo una copia.
—Sólo una copia. Ya veo.
—Perdón. Es que es una idea descabellada. Al menos para mi conocimiento. Mi civilización no conoce ninguna inteligencia artificial tan avanzada.
—La mía tampoco —se apresuró a decir Ogosti—. Yo soy una especie de prototipo. Algo jamás intentado antes.
—Entiendo —contestó Lang Taurin y luego siguió una pausa pensativa—. ¿Y qué haremos ahora? Yo desperté de mi hipersueño y me desvié de mi viaje a ningún lugar para seguir tu señal de auxilio. Pero por lo visto, no hay nadie a quien rescatar.
—Esa señal la activé al ver que se me acababa la energía en el sistema y no llegaba nadie. Además, estar atrapado acá sin nadie con quien conversar es bastante aburrido. Así que dejé la señal trabajando automáticamente para aumentar mis probabilidades de ser descubierto, y comencé la hibernación. Los trescientos años desde la tragedia han pasado en un pestañeo.
—¿Entonces además no tienes nada de energía? —preguntó Taurin un poco impaciente— Debería llevarme todo este… biocomputador a mi nave y enchufarlo para tener energía? ¿Dónde vamos desde ahí?
—Ese parece ser el mejor plan —contestó Rodor con paciencia—. Yo además tengo un mapa con la ruta hacia mi planeta. Podrás vivir ahí una vida normal, mientras yo me reintegro a mi sociedad, que debe ser muy distinta ahora. No habría problemas para entrar ya que no estamos infectados.
Lang lo consideró por algunos minutos en silencio, reticente a aceptar la idea de rehacer su vida en un lugar tan lejano, pero comprendiendo que tal vez sería su mejor alternativa. Podría volver al hipersueño por otros quince o más años o llevar ese sistema neuronal que encerraba una conciencia humana para que le ayudara a llegar a un lugar habitado. Sin embargo, algo lo complicaba, una pregunta que se había comenzado a gestar en el fondo de su mente, y sin que se diera cuenta, de pronto surgió desde su boca.
—¿Cómo puedo estar seguro de que eres humano?
—¿Tu crees que una inteligencia artificial podría expresarse como lo he hecho contigo? —contestó Rodor luego de un silencio lo suficientemente largo como para volverse incómodo.
—No con el desarrollo que existía en mi planeta hace 15 años. Pero yo no conozco la tecnología de los humanos que han creado… esto —Lang miró hacia el biocomputador— En los siglos que llevan separadas nuestras civilizaciones, perfectamente podrían haber creado una inteligencia artificial capaz de hacerse pasar por un humano.
—Pero, ¿por qué habría de ocultar que soy una inteligencia artificial, si fuese una?
—No lo sé. Tus razones pueden ser muchas. Por lo que yo sé, podrías incluso no saber que eres una inteligencia artificial.
El rostro en la pantalla se mantuvo inmovil por un momento aún más incómodo. Lang estuvo a punto de disculparse cuando Ogosti volvió a hablar.
—Ese es un punto interesante. Tal vez no soy más que una colección de memorias, sentimientos y razonamientos creados por alguien más. En realidad, el hecho de que el origen de mi existencia sea un hombre real con una vida real o la invención del creador del computador donde estoy atrapado, no haría ninguna diferencia. De todas formas, soy sólo la copia del funcionamiento de un cerebro humano, almacenada en lenguaje binario —esto último lo dijo Rodor con el rostro y una voz sumamente triste—. Tuve tanto tiempo… según lo que recuerdo… para pensar en eso y jamás lo consideré.
Lang volvió a considerar la cuestión. Tenía ahora mucho miedo de estar hablando con una inteligencia artificial capaz de hacerse pasar por persona, y más aún, de mostrar emociones genuinas. Sin embargo, ¿esto realmente representaría algún peligro?
—Tal vez, siendo un humano o la copia de uno no haría ninguna diferencia —dijo, no completamente convencido—. Creo que sigue siendo mi mejor opción llevarte conmigo. Pero tendré que pensar en la forma de llevar este enorme computador a la nave.
—Puede que haya otra solución —intervino Ogosti—. Como dije antes, tuve mucho tiempo para pensar antes de caer en suspensión por la falta de energía. Y pude investigar los archivos médicos de la colonia, además de los planos técnicos del lugar. Y bueno… creo que he logrado diseñar los planos para imprimir un cuerpo humano.
Lang, sin haber terminado de sobreponerse de las conmociones anteriores fue atacado con una nueva.
—Antes de que cuestiones lo que he logrado, te agradecería que me ayudes a ponerlo a prueba. Sólo sigue mis indicaciones y veremos si mi diseño está correcto.
Entonces, siguiendo las indicaciones de la pantalla, Lang fue hacia un armario y extrajo tres tubos de distintos colores. Cada uno de ellos contenía diferentes mezclas de elementos y compuestos químicos. Luego instaló los tubos en una máquina rectangular de unos dos metros con una puerta en el frente. Finalmente, con un cable conectó el biocomputador y la máquina. Esta comenzó a hacer un ruido ensordecedor, mientras desde el interior surgía una luz roja. Ogosti pareció desactivar su sistema de comunicación por las siguientes dos horas.
***
Lang despertó de una reparadora siesta con la voz de Ogosti susurrándole. Este le pidió que abriera la máquina para ver si el experimento había resultado. Lang, algo amodorrado, abrió la puerta para encontrarse con un compartimiento que alojaba el cuerpo de un hombre de unos cuarenta años, atlético, sumamente pálido y sin nada de cabello o vellos corporales. El cuerpo estaba inconsciente y tenía los ojos abiertos, en una expresión vacía que hizo que Lang despertara completamente, cayéndose de espaldas del terror.
—Lang —dijo Ogosti, sacando al otro de su estupor—, necesito que gires la cámara hacia la impresora.
Lang obedeció y luego miró el rostro en la pantalla. Este se veía completamente satisfecho y fascinado.
—Se ve mejor de lo que esperaba. —observó y luego comenzó a reír, primero suavemente y luego más fuerte, para terminar en un llanto que logró reprimir rápidamente.
Ogosti no intentó excusarse por su reacción. Sólo quiso seguir con su plan de salida. Pero para Lang, esto fue una prueba de que no se trataba de una inteligencia artificial. Para él era imposible que una máquina imitara ese transcurrir de emociones tan puramente humano, y el propio impulso de reprimir un llanto por vergüenza sólo añadía la última sentencia.
Bajo las instrucciones del rostro en la pantalla, Lang levantó el cuerpo (cuya piel tenía una textura extrañamente plástica) y lo dio vuelta para revelar un orificio en la nuca. Ahí conectó otro cable, a través del cual, la información expresada en unos y ceros fue almacenada en el cerebro del cuerpo, creando una nueva copia de la conciencia del hombre que había sido Ogosti Rodor.
Luego del largo proceso, el cuerpo se levantó, ahora con ojos vivos. Se movió por la habitación observando sus extremidades con asombro. Luego se paró frente a la pantalla, donde estaba el rostro de la copia anterior. Ambos se observaron, y del rostro del cuerpo impreso cayó una lágrima.
—Tal vez no soy el hombre que solía ser, pero soy lo más cercano a eso —dijo solemnemente—. Te lo agradezco Lang.
—Necesitas vestirte —contestó Lang, intentando cambiar el tema hacia algo más mundano y urgente.
—Si. Y necesito comer. Ya casi olvidaba lo que era sentir hambre.
Se vistió con un traje que había en un armario. No le calzaba perfectamente, pero serviría para llegar a la nave. Cuando probó la última barra alimenticia de Lang tuvo que cerrar los ojos y dejarse caer por el placer que le provocaba comer por primera vez con ese cuerpo. Recalcó que sus reservas respecto del funcionamiento del sistema nervioso de la impresión eran infundadas. Podía sentir todo perfectamente, y el placer de la comida era una prueba infalible.
Cuando hubo terminado de comer, Ogosti Rodor se despidió de su copia anterior y desactivó el biocomputador. Finalmente, junto a Lang caminaron hacia la nave en un silencio casi ceremonioso.
Llegando a la cámara de despresurización, Rodor notó que una pistola asomaba por un bolsillo de Lang, un revólver muy antiguo que no funcionaría en el vacío. Era un arma elegante, hermosa, que le recordaba sensaciones que no podría describir. Tal vez había visto esa arma en películas de época… ¿o tal vez había usado una en su cuerpo anterior? De pronto un impulso irrefrenable lo invadió.
Sin pensarlo, golpeó a Lang por la espalda, arrojándolo al piso y arrojándose sobre él inmediatamente. Forcejearon, sin que Lang supiera qué intentaba quitarle. Cuando Lang se dio cuenta que Ogosti iba por la pistola ya era muy tarde. Rodor tomó el arma y golpeó con ella el rostro de su sorprendido adversario. Luego se acomodó, y a quemarropa le disparó en la frente, dejando sesos, sangre y trozos de cráneo regados por el suelo. Esta imagen revivió una sensación de placer incluso más intenso que la proporcionada la comida. Era una sensación que había estado reprimida durante todos los años que estuvo viviendo en el biocomputador. De pronto los recuerdos aparecieron. Aunque fuese una copia, estos recuerdos estaban guardados en el subconsciente y ahora se hacían presentes.
Su vida no había sido sólo la de científico, sino que la de un asesino descontrolado. Sus compañeros, en realidad lo habían eliminado mucho antes de la crisis de los tardígrados, pero habían guardado una copia de su conciencia para estudiarla, como decía el protocolo, y así prevenir un comportamiento igualmente irracional en otros individuos. Ogosti vio desde su computador cómo sus pares fueron eliminados y no se molestaron en desactivarlo. Así, aprovechó de pensar en su plan de escape, aunque con los años, muchos detalles quedaron olvidados hasta aparecer en el momento más inoportuno.
Se puso de pie y caminó hacia la salida, pensando en su retorno a Cerberia. Pero de pronto volvió sobre sus pasos. Entró nuevamente al edificio donde conoció a Lang y activó el biocomputador. Su copia anterior lo miró confundido, pero él sólo activó otra vez la señal de auxilio.
—En caso de que vuelvas a hacer un amigo. —dijo crípticamente, y partió hacia la nave con una sonrisa que luego se convirtió en carcajada.