Gotas de rocío convirtiéndose en llovizna caen sobre la frondosa selva, mientras el sol se ilumina detrás de las nubes. Kilómetros de tupida vegetación cubren el vasto territorio donde coexisten animales carnívoros y herbívoros, plantas, piedras, ríos y hongos, todos en un equilibrio delicado. Sobre la húmeda tierra se posan las majestuosas, silenciosas, elegantes y mortíferas garras de la bestia. Su pelaje la protege de la eterna humedad y del insoportable calor. Este día es más frío que de costumbre, pero también está adaptada para esto. Sus manchas le permiten camuflarse durante la noche y durante el día, el gris y el negro, más la mancha blanca en su pecho destacan sobre los incontables tonos de verde. Sus orejas puntiagudas están atentas a todo sonido y movimiento que ocurre alrededor, mientras sus ojos almendrados, verdes y con pupilas rasgadas observan el camino que ya conoce de memoria. El rostro felino de la bestia está coronado por dos largos cuernos dorados que ella misma limpia varias veces al día para mantener su majestuosidad.
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La bestia avanza, silenciosa a pesar de su gran tamaño, por el camino apenas marcado. Un pequeño simio se cruza en su camino y huye despavorido al percatarse que ella lo mira. Si hubiese querido, ella lo habría atrapado sin mayor esfuerzo, pero no piensa en comer ahora, su objetivo es otro. La senda se acaba y la bestia trepa el mismo árbol que ha trepado varias veces antes, cruza por la misma rama horizontal y se deja caer cerca de un tronco enorme que ha caído. Atraviesa por debajo de arbustos, y a pesar de ser enorme, parece deslizarse sin problemas pegada al suelo, como si su cuerpo se volviese líquido por un momento y luego, como si no pesara nada, salta uno de los incontables arroyos de la selva.
Cuando llega a un terreno despejado, reconoce una silueta familiar. Es un hombre moreno, de cabello corto y de cuerpo atlético. Parece una miniatura al lado de la bestia, cuya cabeza llega a casi un metro más arriba que la de él. Aunque se conocen, el hombre se acerca despacio y espera que ella le demuestre su confianza antes de saludarla con su mano. Ella responde el saludo rozando su rostro contra los dedos. Caminan juntos en silencio y la bestia mira con curiosidad el adorno dorado que tiene el hombre sobre su brazo y el taparrabos que viste. Para ella, los humanos son criaturas curiosas, con su falta de pelaje, sus vestimentas, su necesidad de construir, de mantener horarios, órdenes y jerarquías. Los ha visitado con frecuencia, por el placer de tenerlos cerca, pero esta vez la visita es por un motivo mandatorio, una llamada obligatoria.
Llegan a una pared rocosa enorme. Mirando hacia arriba no se alcanzaría a ver la parte más alta. Desde la selva, esta parece ser una roca que llega hasta el cielo. El hombre entra por una apertura de varios metros, rodeada de relieves con figuras geométricas, rostros de personas y de animales, y cuerpos de personas con rostros de animales. Detrás del hombre entra la bestia, reconociendo el templo que hace mucho no veía. Columnas de piedra soportan el techo, mientras en las pareces, más grabados decoran al mismo tiempo que parecen estar contando una historia. Una historia que termina en un final trágico. En la pared del fondo hay una escalera que parece llegar hasta el infinito, y ante ella hay un trono donde una mujer está sentada con las piernas cruzadas y los ojos cerrados. Frente a la mujer, varias personas están de rodillas con los ojos también cerrados. Todos murmuran casi sin mover sus labios. Unos niños interrumpen su oración para admirar a la hermosa criatura que camina entre ellos. No se atreven a interrumpir su caminata mientras una mezcla entre admiración, maravilla, alegría y horror los inunda.
La bestia llega hasta la mujer en el trono, quien finalmente abre sus ojos y la saluda con la mirada. El trono está sobre un bloque de piedra y deja el rostro de las dos frente a frente. La mujer, con cabello largo y ondulado, cuerpo esbelto, brazos atléticos y ojos grandes, representa muchos menos años de los que tiene. Hay ciertos signos de edad en sus ojos y su cuello, pero nadie adivinaría que tiene más de cien años. Ambas chocan sus frentes por varios segundos y la mujer no resiste las ganas de acariciar el pelaje de la bestia. Goza por largo rato hundiendo sus brazos en la gran masa de pelos que tiene enfrente, tocando las orejas, bigotes, los majestuosos cuernos. La bestia también disfruta cada segundo. Luego se separan y se miran intensamente. Aunque la bestia no puede hablar, se comunican perfectamente con la mirada. El afectuoso saludo deriva en tensión. Esta visita al templo no es como otras. La mujer toca la nariz de la bestia y la envía a la escalera que llega al infinito. El hombre observa cómo la bestia sube los escalones y se le cierra el pecho. Las personas que murmuran a sus dioses abren los ojos y ven la cola del formidable animal desaparecer en la altura de la escalera mientras se les rompe el corazón. Los niños miran a sus padres sin entender. Sus padres los abrazan.
La bestia sube las escaleras para cumplir una misión que le causa dolor. Ninguna de las bestias anteriores ha tenido esta misión. Ninguna ha tenido que subir estos escalones. Pero los escalones están ahí porque los dioses pudieron intuir este momento. Ella sube hasta que ya no hay más escalones. Lo que sigue no podría ser escalado por ningún humano. Sólo un felino de su tamaño podría saltar sobre las plataformas, puentes y trampas que seguían apareciendo más arriba. Aún cuando su fuerza era incomparable, su agilidad era insuperable y su cuerpo estaba diseñado para tales acrobacias, subir se convierte en un desafío. La extensión de su camino es demasiada. Pero ella sigue hasta que logra ver una luz arriba. Escala y salta sobre las últimas plataformas hasta que llega a una apertura en el techo. Logra salir al otro lado y ve que ha llegado al techo del templo. Tal vez ningún ser vivo se ha asomado por esas alturas. Nadie sabe qué tan alta es la roca donde los humanos rezan. Ahora ella puede observar las ciclópeas dimensiones de la construcción. La selva se extiende a kilómetros por debajo de ella y se ve como una simple mancha verde debajo de una montaña de piedra. Los ojos verdes con pupila rasgada, desde esta altura, pueden observar tierras lejanas, extensiones enormes de mar, islas pequeñas y otras gigantes, montañas y valles, y todo el mundo parece hermoso, perfecto e inconmensurable.
Pero la hermosura está manchada. Una sombra se acerca desde el horizonte por el mar, cubriendo las islas. La isla más lejana ya está cubierta de negro, toda la vegetación marchita y los animales muertos. La sombra avanza por una segunda isla, destruyendo la vida a su paso. Hay hombres que viven en la sombra. Son como las personas del templo, pero más altos, pálidos y con mejillas rosadas. Tienen ojos azules, y no visten taparrabos, sino que usan pieles de reptiles, escamas duras que protegen sus cuerpos. Por sus brazos escupen fuego, el que utilizan para someter a los humanos de las islas. Matan, torturan y humillan a su paso. Aniquilan animales y los hacen trabajar para ellos. Comen las plantas y defecan azufre. Violan mujeres, esclavizan hombres y les obligan a comerse a sus propios hijos. Manejan otras bestias, pero las dominan sólo a través del dolor. Sus bestias con altas, con cascos en las piernas en vez de garras, sus rostros son alargados y sus ojos negros están a los lados. La oscuridad es imparable. La bestia entiende que la invasión es inminente y que ni toda su fuerza y destreza podrían proteger la selva. Los ojos verdes se cierran por un momento y brota una lágrima. La bestia vuelve a bajar hacia el templo.
No hay nadie alrededor del trono. Está sólo la mujer sentada meditando. La luz de las antorchas en las paredes es lo único que ilumina. Afuera sólo la escasa luz de la luna y las estrellas que alcanza a pasar a través de las hojas ilumina a los animales nocturnos. La mujer mira a la bestia bajar por los escalones y adivina por sus movimientos que no está bien. La bestia está extenuada por el esfuerzo físico, pero más por lo que ha visto. Se acuesta frente al trono y la mujer baja a consolarla. El animal levanta su mirada y sus ojos se encuentran. De nuevo la intensidad invade las miradas, y las mentes de ambas se vuelven una. La mujer ve lo que la bestia vió. Comprende que el destino que trae la sombra con sus hombres que escupen fuego por sus brazos es peor que cualquier atrocidad que pudieran haber vaticinado los dioses. Sus ojos deliberan intensamente hasta que la mujer toma una decisión. Con un solo movimiento de su cabeza pide el regalo de la muerte. La bestia accede con dolor y con eficiencia. Le arranca la cabeza y la aplasta entre sus fauces. Corre sangre por la mancha blanca de su pecho. Huesos, músculos y piel son triturados por la mandíbula monumental de la bestia. En pocos minutos, el cuerpo de la mujer es masticado y tragado. No queda más evidencia de su existencia más que las manchas de sangre en el suelo y en el pelaje del animal, quien usa su lengua para limpiar con rapidez.
La bestia ahora se dirige a su última misión. No puede proteger a los humanos de los hombres de la sombra, pero puede darles un destino más piadoso. Es lo que la mujer del trono le ordenó. Con su habilidad depredadora recorre toda la selva, entrando en las hermosas casas que cuelgan de los árboles sin ser percibida, brindando muertes rápidas e indoloras. Los niños son devorados primero para ahorrarles el espectáculo de ver a sus padres morir. Los adultos observan a la bestia hacer su trabajo con excelencia y luego aceptan su destino, entregándose sin resistencia. Es lo que la mujer del trono ordenó.
La bestia limpia su cuerpo con rigurosidad por largas horas. No quiere dejar rastro de las personas que ha devorado. Con sus garras delanteras limpia sus cuernos que le han servido para irrumpir en las casas y para matar a algunos. Terminado su acicalamiento, cansada cae dormida
Los rayos del sol calientan el agua acumulada sobre las hojas. La luz baña el cuerpo de la bestia que duerme sobre la rama más gruesa del árbol más grande. Abre sus ojos a un día amargo. Apenas puede moverse por el dolor en sus músculos y en su alma, y por el estómago lleno. Pero tiene que correr. Ya se escuchan los gritos de los hombres de la sombra y las explosiones del fuego que escupen por sus brazos. La bestia debe escapar, desaparecer, esconderse y morir oculta. Debe ser olvidada junto con las personas que lleva dentro de ella. Que los hombres invasores no sepan, que no aprendan nada del pueblo que vinieron a invadir. Sólo podrán ver las gloriosas construcciones que quedaron atrás, pero el conocimiento, el legado y la desaparición de un pequeño imperio será un misterio para ellos.
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