Retorno

Al otro lado del túnel me espera la luz. Es tan brillante que intimida, pero no puedo dejar de acercarme. Vienen autos detrás, y hay un bus a mi izquierda, así que debo seguir acelerando. ¿Por qué estoy tan reticente a completar este viaje que he hecho tantas veces? ¿Tendrá que ver con la maleta que llevo atrás, donde están las pocas cosas que me quedan? ¿Será porque esta vez tendré una relación continua con la monstruosa y fascinante deidad que mueve las aguas de la costa?

Al salir del túnel, el sol me da de frente, encandilándome. Sé que la carretera sigue en bajada y con curvas peligrosas. Aún así acelero, como esperando que un accidente me libre de lo que debo hacer. Por suerte, mi vista se recupera rápidamente y sigo manejando sin problemas. Aunque mi mente está parcialmente disociada, mi cuerpo maneja como un autómata siguiendo su programa. Sin darme cuenta ya estoy en el cruce hacia Algarrobo. Tomo la salida y veo donde antes había un Lomitón. El recuerdo de almuerzos en familia me llena el pecho de un fuego helado… O de un hielo ardiente. 

Finalmente llego al condominio de siempre, cerca de la municipalidad de El Quisco. El conserje me reconoce y me saluda. Es tan amable que me molesta. Siento su lástima y me irrita. Me ofrece ayuda con mis cosas, tal vez pensando que vengo muy cargado. Le muestro que traigo sólo la maleta y la puedo llevar solo. Finalmente me deja tranquilo con preocupación en su rostro. 

Por la ventana entra el ruido de las olas. Intento no pensar en ello, pero es imposible. No tengo televisor ni radio. Este departamento con un comedor y un par de camas es todo lo que me quedó de la tragedia. Salgo corriendo a comprar algo que haga ruido. Por suerte aún está abierta la Casa Rayo y me llevo unos audífonos con receptor de radio. Lo curioso es que desde la calle no escucho el mar. ¿Será que mi cabeza es la que me traiciona cuando entro al departamento? Como sea. Tengo que hacerme la idea de quedarme en ese inmueble, al menos por un tiempo. La economía no permite nada más por ahora, y estoy solo. 

Duermo con la radio vacaciones sonando en mis oídos. Era normal ese nombre cuando venía de visita. Ahora que vivo en esta ciudad, aunque lleve un par de horas, el nombre suena extraño. No estoy de vacaciones, simplemente desempleado y de luto. 

Al día siguiente despierto con la cabeza un poco más clara, pero rápidamente el dolor vuelve al pecho. Decido caminar por la playa, no sé por qué. Se siente como ir a visitar a un criminal. La brisa marina, el olor y los sonidos de la playa, que en otro momento habrían traído paz y alegría a mi alma, ahora traen sufrimiento y rencor. Por ahí, debajo de toneladas de olas saladas yacen mis padres y mi hermano. ¿Y si me uno a ellos? Bastaría con caminar en línea recta. El mar está igual de intenso que ese día, no le costaría tragarme. Me reuniría con mi familia y se acabaría el dolor. Camino. Me detengo cuando se mojan mis zapatos. La mar me está hablando. ¿Será mi cabeza insana o de verdad se está comunicando conmigo? No entiendo sus palabras, pero sí sus ideas. No puedo unirme a mi familia, aún no. Tengo más que hacer. El dolor se irá diluyendo cuando encuentre mi nuevo propósito. Me invita a darme vuelta y ver lo que tengo detrás. Es la ciudad que siempre conocí como visitante. ¿Podré convertirme en parte de ella?

Y empiezo a caminar cerro arriba. No tengo una dirección clara, pero sí una noción de un plan. Intentaré fundirme con este lugar. El mar estará ahí para cuando quiera terminar todo… pero no será este día. 

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