Corazón

Susana fue la primera en salir de la ciudadela en cincuenta años. Las altas murallas de aluminio separaban la humilde ciudad del hostil planeta que la rodeaba. Criaturas indescriptibles y plantas venenosas habitaban el lugar, y los humanos que por accidente aterrizaron en el extraño planeta K2-18b rápidamente rodearon la nave y comenzaron a construir una ciudad provisoria mientras esperaban el rescate. Este, nunca llegó, y cincuenta años pasaron, durante los cuales crecieron familias, se construyeron hogares y las paredes fueron ganando terreno, especialmente para cultivar. Pero nunca nadie se atrevió a salir y explorar. Hasta este día. 

Nadie le impidió salir, pero sí todos le decían que era peligroso. Susana era nacida dentro de la ciudadela y, a diferencia de los originarios de la tierra, nunca había visto los peligros de afuera. Sólo había escuchado de ellos en las historias que contaban los viejos. Naturalmente, su percepción del peligro era diferente. Esto, sumado a una motivación especial, le permitieron atreverse a salir. Se alejó de las murallas brillantes por un espacio de pura tierra seca y uno que otro arbusto. No quiso tocar ninguno, ya que según los libros que había leído, eran venenosos al tacto. Siguió su camino por un par de horas, siempre manteniendo su intercomunicador encendido y en el mapa la ubicación de la ciudadela. De pronto, al mirar atrás, ya no veía su hogar. El peligro del que le habían hablado, al parecer no era tal. Faltaba el elemento especial, el animal que tendría que venir a comerse sus tripas. 

Se sentó un momento a descansar y planificar alguna estrategia para encontrar alguna bestia. En el horizonte se veían unas montañas. Tal vez ahí habrían cuevas donde se escondieran los animales. Sin embargo, no hizo falta que se pusiera de pie, ya que un rugido la sacó de sus pensamientos. Se dio vuelta rápidamente y ante sus ojos estaba el primer animal que no había sido traído desde la tierra. Era una especie de lagarto de tres metros, con escamas brillantes que reflejaban todo tipo de colores. Sus seis patas terminaban en garras que se afirmaban del suelo infértil y amenazaban con partirla en dos si hacía algún movimiento. Su enorme cabeza albergaba siete ojos púrpura que la miraban amenazantemente, y un hocico con tres lenguas y seis filas de dientes. La bestia observaba a Susana, tal vez analizando si es que valdría la pena esforzarse para atrapar un bocado tan ínfimo. 

Susana, por su parte, estaba aterrorizada y al mismo tiempo agradecida. Este era el animal que necesitaba. Había leído sobre sus puntos débiles y había ensayado la estrategia a seguir. Incluso logró aumentar su tamaño y fuerza gracias al entrenamiento, todo para prepararse para este momento. Aún así, sus piernas perdieron fuerza ante la visión de tal hermosa y temible criatura. 

La bestia fue quien lanzó el primer ataque. Con sus piernas traseras se impulsó e intentó darle un mordisco a Susana en su rostro. Tal vez habría arrancado su cabeza en un segundo si ella no se hubiese lanzado al suelo a la velocidad de un láser. De pronto. sin planearlo, estaba donde quería estar, justo debajo del animal. Antes de que este saliera de su confusión, Susana sacó de la funda atada a su pierna una daga que ella misma había diseñado para esta pelea. La enterró con fuerza, justo entre las piernas medias del animal. Empujó con fuerza hasta que logró chocar con algo duro. Mientras la sangre y bilis del reptil se derramaban sobre su rostro, Susana intentaba usar la curvatura que le había dado a la hoja para extraer lo que necesitaba. El animal se sacudía desesperado, y ella apenas podía afirmarse. La imagen de Fernando en su mente le daba la motivación, y tal vez alguna mística fuerza que le permitieron afirmarse al vientre de la criatura a pesar de sus violentas sacudidas. Finalmente, luego de varios minutos de lucha, la daga logró extraer una piedra gris cubierta de bilis y sangre púrpura. La bestia cayó inerte sobre Susana. 

La joven aventurera se tomó un momento para recuperar su aliento antes de usar todas sus fuerzas para sacarse al cadáver de encima. Se puso de pie con gran dificultad y observó el tesoro que tenía en sus manos: el corazón de un lagarto sixpedo. Fernando iba a estar orgulloso de ella. 

*

Los rostros de los habitantes de Childenia, la humilde ciudadela, ni siquiera intentaron ocultar la sorpresa al ver que Susana volvía con vida de su breve visita al exterior. Algunos agregaban asco a sus expresiones cuando se fijaban en los líquidos que la cubrían y el pungente hedor que expelían. Sin embargo, todos los corazones se llenaron de un tierno calor porque sabían de la noble misión de Susana. Mientras ella avanzaba por la calle principal, algunos, especialmente niños, le pedían que mostrara el corazón que había recolectado. La curiosidad los obligaba a llenarla de preguntas sobre la naturaleza del corazón. ¿Por qué parecía de piedra? ¿Cuál era la función que cumpliría en su máquina? ¿Estaba segura de que funcionaría? Susana respondía lo más rápido que podía mientras se abría paso hacia el laboratorio. 

Una vez duchada, perfumada y bien vestida, se dedicó a su labor principal, la que había ocupado toda su energía y concentración durante los últimos seis años. Todo el laboratorio estaba lleno de diferentes artefactos. Algunos eran tarjetas de memoria que podían almacenar y acceder rápidamente a cantidades inconmensurables de información, otros eran procesadores cuánticos de los más poderosos que había podido construir. En medio de todo había un computador orgánico que ella misma había cultivado. Las partes orgánicas del computador se mezclaban con otras electrónicas a través de venas, cables, conectores y nervios. Era como un trozo de carne con un cerebro descubierto que se conectaba al resto de los aparatos y a una enorme pantalla holográfica. Frente a este computador estaba el conector para el corazón del lagarto sixpedo. Susana lo conectó cuidadosamente y luego activó varios botones de carne en el computador orgánico. Este comenzó a moverse, como palpitando, y el corazón seguía las palpitaciones al mismo ritmo. 

La información viajó a velocidades increíbles desde los diversos aparatos hacia el computador que daba sus primeros latidos. Susana miraba el proceso expectante. Todo funcionaba como debía, pero el miedo de que algo no funcionara la hacía temblar, incluso más que el lagarto con el que había peleado sólo hace unas horas. Pasaron minutos y el computador seguía palpitando con su nuevo corazón sin dar ninguna señal de progreso. Susana estaba comenzando a dudar de su capacidad científica cuando la pantalla holográfica se encendió. Flotando frente a ella apareció Fernando, de tamaño real y con una expresión confundida. Desde la pantalla, Fernando podía ver el laboratorio y pronto se dio cuenta que ahí estaban las enormes tarjetas donde había almacenado su conciencia antes de morir. ¡Susana lo había logrado! Entonces los dos amantes conectaron sus miradas por primera vez en seis años. 

No había tiempo para explicar cómo lo hizo, la energía del corazón no duraría mucho. En vez de concentrarse en los detalles técnicos que fascinaban a los dos, se dedicaron a amarse con los ojos. 

Fueron sólo cinco minutos. Frente a la pantalla apagada y un corazón gris vacío de energía, Susana derramó todas las lágrimas que le quedaban. La culminación de su trabajo de tantos años duró tan poco. Sin embargo, ella sintió que a pesar de estar en un borde del universo conocido, había logrado tocar el centro de la eternidad. 

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